173de la Rosa. El banquero se enteró de que Manuel Prado, el amiguísimo del <strong>rey</strong>, había cobrado 100millones de dólares de KIO gracias al financiero catalán, que pensaba utilizar la información,involucrando directamente a la Corona, para conseguir librarse de sus problemas con la justicia.Muy preocupado, al salir de prisión Conde telefoneó a Fernando Almansa con la intención deinformarle del caso. Pero el jefe de la Casa, como si el asunto no fuera con él, le remitió a laAsesoría Jurídica Internacional. "Pero ¿tú eres bobo?", le dijo Conde, que empezaba a dudar sihabía acertado al escoger a Almansa. El banquero consiguió hablar directamente con el monarca y,poco después, con el mismo Prado (en marzo de 1995, en el Hotel Villamagna). Pero Prado noquería que Conde se metiera donde no le llamaban y se limitó a negarlo todo. Se trataba de unamentira grosera nacida de la imaginación de Javier de la Rosa. Mario Conde, que todavía no seacababa de creer que el <strong>rey</strong> se hubiera olvidado de su amistad tan repentinamente, quería hacerle unfavor previniéndole contra Manolo Prado. Pero no consiguió nada. Nadie podía hacer nada contraPrado en el entorno del monarca. Es la única persona de quien Juan Carles, hasta ahora, no se hadesentendido, llegada la ocasión, para salvar su propio pellejo. Y, en cambio, Conde se ganó laenemistad del embajador real, que, por su parte y a su estilo, ya estaba dedicado a hacer gestionespara librarse de la inculpación en el caso KIO, de modo bastante marrullero, por cierto.Por el momento, lo que interesa es que Prado buscó el apoyo de quien c<strong>rey</strong>ó que podía tener máspoder para ayudarle: Jesús Polanco, con su potente aparato mediático, el grupo Prisa. Pero elparaguas del grupo de comunicación más influyente de España no era gratuito. Prado tuvo queponerse en manos de Polanco, y le pasaba información de toda clase. El escándalo KIO sirvió enbandeja al amo de Prisa la posibilidad de convertirse en el verdadero poder fáctico del Estado,porque a partir de aquel instante dispuso de los secretos mejor guardados del monarca. Juan Carlosse había convertido en su patrimonio informativo de futuro. El PSOE, desde entonces, no tuvocomplejos en lanzar veladas amenazas contra el monarca para resolver sus conflictos. La técnicaconsistía, básicamente, en atribuir a Mario Conde, o a otras personas, presuntos intentos deintimidación a la Corona, para sacar a la luz que disponía de información contra el <strong>rey</strong> sobre losmismos temas en que la opinión pública atacaba al Gobierno en aquel momento. Era una especie deadvertencia de que, si caían ellos, también caería el <strong>rey</strong>. En septiembre de 1995, El País publicó queMario Conde había pretendido dar un ultimátum al Gobierno con los centenares de microfilms queel coronel Perote se había llevado del CESID (que demostraban la íntima relación entre el Gobiernodel PSOE y los GAL), y dejaba entrever que el <strong>rey</strong> también estaba en peligro. Poco después, el 10de noviembre de 1995 (esta vez a través de Diario 16, pero con información que sólo podría haberaportado Manuel Prado), se lanzaba una nueva historia de "Chantaje al <strong>rey</strong>", por parte de Javier dela Rosa y, nuevamente, de Mario Conde, en una segunda entrega de lo que se interpretó como unaconspiración para derrocar al Gobierno y a la monarquía.Por ahora, es suficiente decir que la información con que el PSOE desafiaba indirectamente almonarca se podría resumir en dos ideas fundamentales: que el <strong>rey</strong> no era ajeno a la actividad de losGAL, y que el <strong>rey</strong> estaba involucrado en casos de corrupción económica (en particular, en el casoKIO). Aparte del apoyo incondicional del <strong>rey</strong> al PSOE en las batallas políticas que le tocó entablar,como consecuencia de los ases informativos que se guardaba en la manga, Polanco consiguió,además, que la Casa Real interviniera en su favor en el caso de Sogecable, convirtiéndolo en unacuestión de Estado. Hace falta recordar que el juez Javier Gómez de Liaño había abierto diligenciascontra la sociedad (del grupo Prisa) por presunta estafa con los depósitos de los abonados de CanalPlus. Pero cuando en mayo de 1997 citó a declarar a Juan Luis Cebrián, responsable directo comoconsejero delegado de Sogecable, Aznar empezó a recibir llamadas telefónicas del <strong>rey</strong>, muypreocupado por el asunto. Aznar y su equipo no tenían ningún interés, desde luego, en ayudar a
174Prisa (de hecho, Polanco y su entorno no han dejado de quejarse de que era el Gobierno del PPquien tenía interés en meterlos en prisión), pero cedieron a las presiones. El vicepresidente ÁlvarezCascos fue el encargado de hacer las gestiones oportunas con la ministra de Justicia, MargaritaMariscal, y de avisar al fiscal general del Estado para parar el tema. Y lo pararon. Las cosasfuncionan así. El juez acordó suspender la comparecencia y pedir el amparo del Consejo Generaldel Poder Judicial alegando coacciones. Y, como todo el mundo sabe, lo que consiguió fue acabar élmismo condenado por prevaricación. Tras quitarse de encima a Mario Conde (y de paso, aFrancisco Sitges, otro buen amigo del <strong>rey</strong>, inculpado con el banquero en el caso Banesto), y conPrado completamente en sus manos, Polanco se ha convertido en la nueva influencia a tener encuenta en el entorno del monarca.Al parecer, también hubo un intento de desembarazarse de Fernando Almansa, en 1995, porque eraamigo y testigo de Mario y podía seguir siéndole fiel. Pero al final, tras tratar con él, c<strong>rey</strong>eron queno hacía falta. En efecto, Conde no había acertado demasiado a la hora de escoger. A pesar de suéxito fulgurante, el banquero, con su caída, acabó descubriendo que en realidad no contaba conningún incondicional sincero. Los últimos años, los <strong>rey</strong>es se han hecho asiduos de las cenas y saraosorganizados por Jesús Polanco. En uno de estos saraos, a finales de junio de 1999, celebrado en casade Plácido Arango, íntimo amigo de Polanco, Juan Carlos y Sofia bailaron tras la cena, agarradoslos dos como en los mejores tiempos, una ranchera lenta.
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