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Un rey golpe a golpe

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192CAPÍTULO 20: EL REY CON EL PPTras una larga y azarosa etapa de reinado con el PSOE que todavía colea, el <strong>rey</strong> Juan Carlos entróen una nueva fase política con el Partido Popular. En un principio, mucho más pacífica. Tras tantosescándalos, sobre todo en torno al eje neurálgico del complicado 1992, la familia real volvía a reinaren el papel couché con sus mejores galas, en bodas, bautizos y funerales. Tras la fastuosa boda de lainfanta Elena en Sevilla, en 1995, la Casa Real se dio cuenta de que aparecer en la portada del Holadisparaba los índices de popularidad de la institución mucho más que mil artículos del ABC, ydesde entonces lo tuvo claro. Las infantas dejaron de aprovechar la ropa vieja de mamá y sededicaron a lucir con la mejor planta posible modelitos de los diseñadores de más alto vuelo. Laimagen de Elena de Borbón con grandes pamelas, y la de su nuevo esposo con extravagantespantalones que dieron mucho que hablar en Tómbola, se prodigaron cada vez más en actosmundanos de toda clase.A la infanta Cristina también le llegó el turno, cuando se anunció un compromiso que parecía casicomo el del resto de la humanidad, aunque el novio, Iñaki Urdangarín, se lo había robado a otra queno era princesa. No podía haber escogido nada mejor que un jugador de élite, aunque fuera debalonmano, en una etapa en que las "anitas obregón" del mundo perseguían a futbolistas, que, juntocon los toreros, se convirtieron en la última década del siglo en la especie más perseguida por lasaspirantes a famosas. La boda de Cristina en Barcelona, realizada para Televisión Española porPilar Miró, que antes ya se había encargado de la de la infanta Elena, fue un nuevo éxito deaudiencia. <strong>Un</strong> espectáculo en toda regla. Después vinieron los hijos de las dos, y los profesionalesde la prensa tuvieron que hacer horas extras para no perderse ni un minuto de la larga espera antelas clínicas privadas en las que nacieron. El pueblo español no se podía perder los primeros mohínesde Froilán, el pequeño Juan Urdangarín y Victoria Federica, y las cadenas de televisióninterrumpían sus emisiones habituales para anunciar en directo tan buenas noticias.La muerte de la madre del <strong>rey</strong>, María de las Mercedes, condesa de Barcelona, en enero de 2000,acabó de dar la última capa de barniz de humanidad a la familia real, que tanto necesitaba ésta trasvarias tentativas del PSOE de conjurar a la Corona. En el funeral, como ya habían hecho en el deDon Juan, el <strong>rey</strong> y la reina aparecieron juntos, llorando emocionados, y nuevamente la prensa dioun eco desproporcionado al gesto, como si llorar la muerte de una madre fuese un hechoextraordinario. Francisco Umbral, entregado en los últimos años a explicar al país cómo era dehumano el <strong>rey</strong> "que no quiso ser Franco" (cosa que se podría entender en un doble sentido, sin lamayúscula en Franco, aunque no era la intención del escritor), publicó en su columna diaria en ElMundo: "Este Rey Juan Carlos, que tanto ha enseñado a reír a los ásperos españoles, es un hombreque llora cuando le pasan cosas. A la gente le gusta saber eso". Aunque también decía: "El Rey lloracon un ojo, pero me mira con el otro..." El monarca miraba a su alrededor, como diciendo "¡A verqué pasa…!" Y es que la llegada al poder de Aznar le tenía que haber devuelto a las actividadesdeleitosas de las vacaciones con el yate y los casorios, sin más preocupaciones. Pero todavía no se

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