73A finales de 1974 tuvieron lugar sus encuentros con Santiago Carrillo y Felipe González. No erauna cosa que se hiciera a espaldas de Franco, ni mucho menos. De hecho, prácticamente se anuncióen la prensa.En abril de 1975, la revista Cambio 16 publicó una entrevista con el sobrino del dictador, con sufoto en la portada, en la que se declaraba "demócrata". Entre otros cosas, decía que era "urgente darvoz legal y el voto correspondiente a la izquierda". Y añadía: "No tiene por qué haber presospolíticos. Es absurdo seguir pensando en la existencia de delitos de opinión". Y todo esto, sin que seprodujera ningún escándalo, después de que el entrevistado leyera las galerades enviadas por larevista y lo comentara con Franco.Con Santiago Carrillo ya había habido algunos intentos de contacto previos, antes de NicolásFranco. En una rocambolesca operación, Juan Carlos había enviado a su amigo Manuel Prado yColón de Carvajal a Rumanía para solicitar la mediación del presidente Ceaucescu, a quien elpríncipe había conocido en las fiestas conmemorativas del Sha de Irán, en Persépolis. Cuandoacababa de poner los pies en Bucarest, a pesar de la carta de presentación que traía, Prado no pudoevitar que lo encerraran durante dos días. Después de aclarar su situación, fue recibido porCeaucescu, pero la enrevesada gestión sirvió más bien de poco. El presidente rumano intentóorganizar una entrevista entre Carrillo y el general Díaz Alegría, que al final no se pudo llevar acabo y, además, le costó el puesto al entonces jefe del Alto Estado Mayor del Ejército.La aproximación del sobrino de Franco en verano de 1974 salió mucho mejor. Viajó personalmentea París para reunirse con el líder del PCE, y comieron juntos en el Vert Galan con el visto bueno delRégimen. El PCE era el partido más importante de la oposición y se pensaba que legalizarloevitaría que el PSOE aglutinara a toda la izquierda. El representante del príncipe sacó una"impresión positiva y constructiva de la reunión". De hecho, Carrillo comprometió al PCE a nomover ni un dedo hasta que Juan Carlos fuese coronado <strong>rey</strong>, y a reconocer a la monarquía a cambiode legalizar el partido. No se podía pedir más.Al cabo de poco tiempo, Nicolás se entrevistó con Felipe González en Madrid en una cena en casade José Armero, en Pozuelo. De esta entrevista salió todavía más contento. El Partido Socialistagiraba hacia el electorado socialdemócrata, para lo cual asumía que habría de abandonar una seriede dogmatismos inflexibles. Todo iba saliendo tan bien, de acuerdo con las directrices marcadasdesde la Tritateral y los Estados <strong>Un</strong>idos, que prácticamente parecía que hubiera telepatía. <strong>Un</strong>colaborador del presidente Ford, después de entrevistarse en Madrid el mayo de 1975 con JuanCarlos, declaraba a Le Monde: "La transición gubernamental en España se efectuará en el transcursode los próximos cinco años". En septiembre, Felipe González decía al diario sueco Dagem Nyheten:"Espero la instauración de la democracia en España de aquí a cinco años".Eso sí, hasta 1976 --para algunos detalles como el tema de la OTAN, todavía más tiempo-, tantoCarrillo como González postularon en público exigencias que entraban en contradicción con loscompromisos que ya habían adquirido en nombre de sus partidos, todavía secretos incluso para supropia militancia de base. Que continuaran hablando de la formación de un gobierno provisional, laamnistía, las libertades, el referéndum sobre monarquía o república, sólo era una cuestión deimagen, puro teatro para las masas.
El último obstáculo borbónico74"Sí dos tetas valen más que una carreta, imagínate seis tetas a la vez... Vamos a ver qué pasa", dijoJuan Carlos a más de uno en su despacho de La Zarzuela, cuando vio que en el equipo del búnquerde E1 Pardo se alistaba, pisando fuerte, María del Carmen Martínez-Bordiú, la nietísima, trascasarse con Alfonso de Borbón y Dampierre. La boda de su madre ya había incorporado una piezade artillería, el marqués de Villaverde. Pero el Dampierre era el más peligroso de todos. El hijo deJaime, el hermano mayor de Don Juan, era el preferido de los falangistas para suceder a Francodesde hacía años y aunque no era fácil que el dictador pudiera volverse atrás en el nombramiento deJuan Carlos, la cosa tenía su peligro. El príncipe lo pudo percibir claramente cuando, tras laceremonia nupcial, celebrada el 8 de marzo de 1972 en la capilla de Pardo, Doña Carmen Polo,señora de Franco, se inclinó reverencialmente ante su nieta como si fuera una reina. Otro detalle queno le gustó nada fue que el infante Don Jaime regalara al dictador un Toisón de Oro, asumiendo elpapel de cabeza de la Casa de Borbón; y mucho menos que Franco la aceptara --aunque no lo usónunca--, después de haber rechazado el que le había ofrecido su padre diez años antes.Poco tiempo después, en el mes de julio, cuando coincidieron en Estocolmo, Alfonso le dijo aLópez Rodó: "Reconozco la instauración del 22 de julio y a mi primo en tanto respete los Principiosfundamentales. Si no los respetara, dejaría de reconocerle". El ex-ministro del Opus informó a JuanCarlos de esto y, poco después, en octubre, del hecho de que su primo había pedido a Franco que lonombrara príncipe. Al parecer, Carrero había defendido el asunto como mejor había podido,diciéndole a su Caudillo que esto sólo se tenía que hacer a petición de Juan Carlos. Y Franco no vioel problema por ninguna parte: le dijo a Carrero que redactara un borrador de la solicitud para quesu sucesor lo firmara inmediatamente. Fue un mal trago para el príncipe, que quería seguirostentando el título en solitario. Si oficialmente había dos príncipes, era como si hubiera dossucesores. Era ponérselo más fácil al Dampierre. Pero no se podía enfrentar con Franco. Aquello erauna trampa.Para solucionarlo, Juan Carlos fue a ver al Generalísimo el día 20, tras el funeral por Primo deRivera en el Valle de los Caídos. Pero no se atrevió a decírselo cara a cara, y le entregó "una nota',que le habían preparado sus colaboradores con mucha cordura, "negociando" una salida al conflicto.Argumentaba que la coincidencia de títulos produciría confusión y que, además, aquello de"Príncipe de Borbón" (que era el que Alfonso había sugerido) sonaba "muy francés". Proponíacomo compensación que se le concediera el tratamiento de alteza real y el título de duque de Cádiz.Y Franco aceptó, cosa que supuso una victoria moral para Juan Carlos. El 22 de noviembre,coincidiendo con el nacimiento del primero bisnieto del Caudillo, que también lo era de AlfonsoXIII, dictó un decreto por el cual, "a petición de su Alteza Real el Príncipe de España", concedía aAlfonso de Borbón y Dampierre las dos distinciones propuestas.El último obstáculo borbónico parecía que se había superado felizmente. Mientras vivió, Franco nodejó ver nunca que dudara lo más mínimo de la decisión que había tomado en 1969. De hecho, nose preocupó de atender a su casi consuegro, el infante Don Jaime, durante los últimos años de suvida, en los que, siempre escaso de dinero, incluso tuvo que dejar su casa en Rueil-Malmaisonporque no podía pagar el alquiler. Al Caudillo no le caía bien. Después de haberse divorciado deManuela Dampierre, se le había ocurrido casarse (un matrimonio no reconocido por el Estadoespañol) con Carlota Tiedeman, una prusiana alcohólica, cantante de cabaret. En marzo de 1975, enParís, durante una violenta discusión con Carlota, Jaime cayó y se <strong>golpe</strong>ó en la cabeza.Murió al cabo de unos cuantos días, el 22, tras ser trasladado al hospital Saint-Gallo de Suiza.Cuando Don Jaime murió, Alfonso de Borbón y Dampierre asumió a partir de entonces que él era la
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