109Milans del Bosch, uno de los conjurados del 23-F. Era el segundo agravio, porque Milans ya habíasido trasladado, en octubre de 1977, de la División Acorazada Brunete de Madrid a la Capitanía dela III Región Militar, con sede en Valencia. El general Luis Torres Rojas, otro de los conjurados,también había sido desplagado recientemente, en La Coruña, en enero de 1980, cuando presidía laBrunete, cargo en que fue sustituido por el general José Justo Fernández, impuesto por GutiérrezMellado. Y Armada, el "brazo político" del <strong>golpe</strong>, había sido enviado a Lleida después de queSuárez, como se sabe, forzara su cese, en octubre de 1977, como secretario de la Casa Real. Todosse la tenían jurada.Además de los militares, existían problemas con la oposición, incluso con algunos miembros delGobierno de la UCD (como ya se ha visto en la última parte del capítulo 10). Todos estaban hartosde Suárez y negociaron con el <strong>rey</strong> la mejor forma de hacer que se fuera. En abril de 1980, elmonarca recibió en la Zarzuela a Felipe González y a Manuel Fraga, y en junio a Santiago Carrillo.Todos coincidían en el hecho de que había una sensación creciente de desgobierno, una pérdida deconfianza en las instituciones democráticas, una inminente crisis de Estado... hacían responsable aSuárez y abogaban ante el <strong>rey</strong>, como única solución al problema, por alguna clase de gobierno decoalición, en el que cada uno tendría su trozo del pastel.Para acabar, es necesario señalar que los acontecimientos del 23-F coincidieron con el conflicto entorno a la entrada de España en la OTAN, una cuestión que no puede descartarse como una más queprobable cuarta e importante motivación para la acción golpista. El empujón militar del 23-F podríahaber tenido como objetivo forzar el ingreso con urgencia. Poco después de ganar las elecciones de1980, el presidente norteamericano Ronald Reagan (según datos y documentos que el KGB hizocircular en aquella época) escribió una carta en la que instaba al <strong>rey</strong> Juan Carlos a "actuar condiligencia para eliminar los obstáculos que impiden el ingreso de España en la OTAN", aludiendo aun misterioso grupo de "pacifistas del Opus Dei". No se sabe quiénes podrían formar estemisterioso grupo, ni hay certeza de que aquella carta no fuera una falsificación, como aseguró laCasa Real. Pero sí es cierto que a Adolfo Suárez se le reprochaba que diera largas al asunto durantecuatro años al frente del Gobierno. Suárez no lo veía claro y descuidaba la transición exterior, conlo que manifestaba un cierto anti-americanismo. Es difícil decir hasta qué punto la Corona se sentíapresionada por los Estados <strong>Un</strong>idos, amenazada por las acciones de ETA, o convencida de laconveniencia del nuevo reparto de poder que proponían los grupos de la oposición parlamentaria.Pero las circunstancias políticas en que se encontraba hicieron exclamar a la reina, mucho más"militarona" (sobre todo, por su experiencia griega de connivencia de la monarquía con una JuntaMilitar), la última vez que Armada fue a los Pirineos con los <strong>rey</strong>es, al despedirse: "¡Alfonso, sólo túpuedes salvarnos!" El plan, que atendía a los intereses de los Estados <strong>Un</strong>idos, consistía en dar "un<strong>golpe</strong> de timón", pero sin salirse del marco constitucional. Si no se actuaba así, España no podríaingresar en la OTAN, formada presuntamente por países democráticos. Éste era un requisito sinequa non. Pero a alguien se le ocurrió que se podían unir las fuerzas de todos los "motivados", en unaacción que utilizara en su favor tanto los impulsos de los golpistas más clásicos como los de losrepresentantes del poder establecido legalmente. El plan de actuación que acabaron decidiendocombinaba la acción de Tejero (fiel a su espíritu de la "Operación Galaxia", de <strong>golpe</strong> puro y duropara "meter al país en cintura"), con la idea de un <strong>golpe</strong> suave, al estilo de De Gaulle (inicialmenterespetuoso con la Constitución y disfrutando de toda la complicidad de los principales partidospolíticos con los militares), propugnado por Armada. Y añadía un elemento que parecía estarinspirado en el <strong>golpe</strong> de los coroneles griegos de 1967, bien conocido por la reina, en el sentido deque los rebeldes contaran con el apoyo del <strong>rey</strong>. Como explicaron a Tejero, sin que lo acabara de
110entender del todo, dentro de España la crisis se arreglaría… a la española aun cuando, eso sí, lospaíses de fuera querrían seguir viendo la Democracia y la Corona.Por los datos de que se dispone (entre otras pistas, algunas declaraciones de Suárez posteriores al<strong>golpe</strong>), fue un destacado socialista el primero en sugerir al general Armada la idea de un gobiernocivil de coalición presidido por un militar. En principio, además de Armada, se especuló sobrevarios nombres, entre otros el del mismo Sabino Fernández Campo.En el verano de 1980, undocumento secreto llegó a manos del <strong>rey</strong>. Le había llegado de Madrid, y se trataba de un informeanónimo, aunque por el lenguaje parecía de autores civiles, según fuentes de la Zarzuela. Se hacíaun análisis muy crítico de la gestión de Adolfo Suárez y acababa con una propuesta, de la que no seconocen todos los detalles. Se trataba de derrocar al presidente, eso sí que se sabe, y proponer comocandidato alternativo a un militar o a un civil independiente de prestigio. En la versión oficial que seha dado del informe, la vía propuesta para lograr un objetivo como aquél era presentar una mociónde censura, pero esta idea parece poco verosímil, puesto que ya se había intentado sin éxito el mesde mayo de 1980. Todo parece indicar que lo que se estaba proponiendo realmente era lo quedespués se llamó "la solución Armada", cuyo leitmotiv fundamental era que las acciones se habíande enmarcar dentro de los límites constitucionales, en una clase de renacimiento del famoso lema deFernández Miranda, "de ley a ley" (para hacer el tránsito del franquismo a la democraciaparlamentaria dentro del contexto de las Leyes Fundamentales). Pero con el paso previoimprescindible de la tentativa de "<strong>golpe</strong> duro", que después el <strong>rey</strong> se encargaría de reconducir. Anivel operativo, para la tentativa de <strong>golpe</strong> duro, todas las acciones militares planificadas, y despuésllevadas a término, respondían a un plano único que gravitaba sobre cuatro puntos neurálgicos: elCongreso de los Diputados, la Capitanía de la III Región Militar (Valencia), la sede de la DivisiónAcorazada Brunete (de Madrid), y el palacio de La Zarzuela. Algo falló en el complejo entramado.El primer elemento discordante lo puso Sabino Fernández Campo en La Zarzuela, con dosiniciativas muy simples, que ha asumido públicamente, y que al comienzo no resultaron demasiadotrascendentales. En primero lugar, insistió en el hecho de que Armada no actuara desde la Zarzuela,para no comprometer demasiado a la Corona, aun cuando mantuvieran contacto telefónico durantetoda la noche del 23-F. En segundo lugar, con la misma intención, intentó evitar que se involucraranlos nombres del <strong>rey</strong> y de la reina, de la manera tan explícita en que se estaban utilizando, para hacerla llamada al alzamiento. Si quisiéramos creer que la Zarzuela estaba al tanto del <strong>golpe</strong> del 23- Fdesde el comienzo, no solamente el <strong>rey</strong>, sino también su secretario general, Sabino FernándezCampo, las iniciativas de este último sólo habrían sido una precaución para proteger al <strong>rey</strong> en casode que saliera mal algo, o incluso tan sólo una cuestión de forma. No se puede olvidar que, pese a lapropaganda institucional para presentarlo como el gran defensor de la democracia la noche del 23-F, casi más efectiva con respecto a Fernández Campo que al mismo <strong>rey</strong>, Sabino no ha brilladonunca precisamente como "progre". Sólo hace falta señalar, por el momento, las declaraciones queha hecho recientemente, en el verano del año 2000 (en una conferencia en la <strong>Un</strong>iversidadInternacional Menéndez Pelayo), en las que afirmaba que el <strong>rey</strong>, como moderador y también comonecesario mando supremo de las Fuerzas Armadas, "debería intervenir en el caso de que lasprerrogativas concedidas por un hipotético Gobierno en minoría a un partido separatista amenazaranla integridad de España". Estaba defendiendo nada menos que una intervención militar en Euskadi,que apoyaba en consideraciones jurídicas sobre el artículo 8 de la Constitución. En la líneaconstitucionalista de Armada, se le habría podido ocurrir algo parecido en febrero de 1981.En todo caso, las de Sabino fueron iniciativas que, en sí mismas, nunca habrían evitado el <strong>golpe</strong>. Elelemento verdaderamente distorsionador fue Tejero. <strong>Un</strong>o de los puntos más débiles del plan era
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