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Clínica

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gloria será más grande que la de Víctor Hugo o la de Napoleón. […] Hay en mí una gloria inmensa<br />

en potencia como en un obús que no se ha disparado…. Esta gloria caerá sobre todas las obras<br />

sin excepción, resplandecerá sobre todas las acciones de mi vida; se investigarán todas las acciones<br />

de mi infancia y se admirará la forma en que yo jugaba a los marros… ningún autor ha sido<br />

ni puede ser superior a mí; esto aún no se ha notado lo suficiente: ¡Qué quiere usted, hay obuses<br />

que estallan con dificultad, pero, cuando estallan…! ¡Qué quiere usted, hay predestinados! Como<br />

dice el poeta: se siente una quemadura en la frente… la estrella que llevo en la frente resplandece.<br />

Sí, una vez sentí que llevaba una estrella en la frente y no lo olvidaré jamás” 6 . “Se siente en algo<br />

particular que se está haciendo una obra maestra, que se es un prodigio; hay niños prodigio que<br />

se revelaron a los ocho años, yo me revelé a los 19. Yo era el igual de Dante y de Shakespeare,<br />

sentía lo que el viejo Víctor Hugo sintió a los 70 años, lo que Napoleón sintió en 1811, lo que Tannhäuser<br />

soñaba en el Venusberg: yo sentía la gloria… no, la gloria no es una idea, una noción que<br />

se adquiere comprobando que nuestro nombre está sobre los labios de todos. No, no se trata del<br />

sentimiento del valor, del sentimiento de que se merece la gloria; no, yo no sentía la necesidad,<br />

el deseo de la gloria, puesto que no pensaba en ella antes para nada. Esta gloria era un hecho,<br />

una comprobación, una sensación, yo tenía la gloria… lo que escribía estaba rodeado de un aura.<br />

Cerraba las cortinas, pues temía a la menor fisura que hubiese dejado pasar al exterior los rayos<br />

luminosos que salían de mi pluma, deseaba retirar la pantalla de golpe para iluminar al mundo.<br />

Dejar en cualquier lugar esos papeles habría provocado unos rayos de luz que habrían llegado a<br />

China y la muchedumbre, enloquecida, habría caído sobre mi casa. Pero por muchas precauciones<br />

que tomara, los rayos de luz escapaban de mí y atravesaban las paredes; llevaba el sol en mí<br />

y no podía impedir esta formidable fulguración de mí mismo. Cada verso era repetido en miles de<br />

ejemplares y yo escribía con miles de plumas que llameaban. Sin duda, al aparecer el volumen,<br />

este centro deslumbrante se habría revelado más y habría iluminado el universo, pero no habría<br />

sido creado, pues yo ya lo llevaba en mí… En ese momento me encontraba en un estado de<br />

dicha inaudita, un golpe de pico me había hecho descubrir un filón maravilloso, yo había ganado<br />

el premio gordo más estupendo. En ese momento viví más que en toda mi existencia” 7 . Durante<br />

la redacción de La Doublure, Roussel se desinteresaba de todo lo demás, y solo con gran pesar<br />

interrumpía un poco de su trabajo para ir cada tanto a comer un poco. No estaba absolutamente<br />

inmóvil, daba algunos pasos y escribía un poco, pero permanecía durante horas con la pluma en<br />

la mano, inmóvil, absorto en su ensoñación y en el sentimiento de la gloria.<br />

Tales sensaciones de entusiasmo y felicidad inusitada que toman al cuerpo son en principio<br />

el índice de la emergencia de un goce deslocalizado (Maleval, 2003). Si bien las mismas no son<br />

necesariamente psicóticas, creemos necesario destacar algunos puntos importantes. A pesar de<br />

que esa sensación aparece en el contexto de un trabajo de escritura, se trata de una experiencia<br />

en la que se franquean los límites de lo simbólico. No se trata de un fenómeno derivado, sino primario.<br />

Nos encontramos en el registro de una “experiencia” en la que el goce del Otro, no falicizado,<br />

invade el cuerpo. En consecuencia, la intuición del cuerpo como forma cerrada con un interior<br />

y un exterior se pierde. La gloria se escapa de su ser y Roussel encuentra allí el fundamento de<br />

la certeza de ocupar una posición de excepción, solamente comparable a figuras elevadas. Tal<br />

como lo señala el testimonio de Michel Leiris, “Raymond Roussel no pensaba desempeñar un<br />

rol, sino ser un Víctor Hugo o un Julio Verne” 8 .<br />

Un fenómeno más discreto, pero algo similar parece haberle sucedido posteriormente en<br />

su vida, cuando yendo a visitar a la familia Leiris tocaba el piano hasta entrada la noche, en un<br />

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