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Clínica

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mucho interés en sus estudios y de las consiguientes felicitaciones de los profesores, Anna comienza<br />

a sentir que “no está humanamente a la altura”. Al término de sus estudios comerciales,<br />

debuta en un empleo en una ciudad cercana, al mismo tiempo que su hermano mayor inicia su<br />

carrera universitaria. Como ya fuera anticipado, en este momento irrumpen sus quejas extrañas<br />

y monótonas de “tener que rehacer todo su desarrollo intelectual”, de ser todavía “una verdadera<br />

niña”. Es entonces que hace su aparición la pregunta acerca de “cómo uno se vuelve adulto”,<br />

interrogante que ya no la abandonará más. Ella ha perdido “la evidencia”, ya no tiene “ninguna<br />

relación”, “ninguna confianza”. Entra en escena finalmente la idea de quitarse la vida.<br />

A partir del material recolectado durante el tratamiento, Blankenburg destaca algunos aspectos<br />

clínicos excepcionales que se precisan paulatinamente en el padecimiento de la joven: en<br />

primer lugar, el déficit basal ya mencionado, la “pérdida de la evidencia natural”, ausencia de un<br />

elemento necesario para la existencia y la vida de relación con los semejantes, que no puede<br />

ser nombrada pero que puede ser sentida. En segundo lugar, el componente reflexivo, un cortejo<br />

de fenómenos de apariencia obsesiva; por un lado, pensamientos e interrogantes “forzosos”<br />

–rumiaciones sobre el devenir adulto, sobre la naturaleza de su problema–, que la mayoría de<br />

las veces permanecían en el ámbito de lo general y abstracto, sin articulación con su situación<br />

biográfica:<br />

Al comienzo, cuando esto empezó a andar mal, siempre planteaba preguntas. Por ejemplo:<br />

¿qué es la vejez?, etc., yo me sentía forzada a pensar en ésta y otras nociones parecidas.<br />

Eso me hace muy mal. Me falta simplemente el sentimiento para algunas nociones […]<br />

Algo similar sucede con la risa, necia y en apariencia inmotivada, que se presenta bajo la<br />

forma de un “tener” que reír:<br />

Ud. sabe, hay sin embargo algo curioso, cada vez que me demoro con gente, en la sala de<br />

espera o en el trabajo me miran fijamente a los ojos, entonces debo reír de manera terrible.<br />

Simplemente reír a propósito de nada. En casa dicen que soy terriblemente estúpida e infantil.<br />

Pero simplemente tengo necesidad de ello, no puedo ser siempre tan adulta y seria<br />

(Blankenburg, 1991: 186)<br />

A esto se suma un procedimiento, que repite de modo compulsivo: Anna le exige a su madre<br />

que le responda sobre cuestiones banales y evidentes, con los términos y el tono estrictamente<br />

idénticos a aquellos con los que ella se lo habría respondido en la infancia. Solo entonces se<br />

siente satisfecha y puede continuar, aunque momentáneamente, para luego recomenzar.<br />

Nos encontramos aquí ante fenómenos cuyo “curso psíquico forzoso” (zwang) invita a interrogarse<br />

por su distancia con los pensamientos y ceremoniales propios de la neurosis obsesiva.<br />

Recordemos que, para Freud, la coacción que caracteriza todos los productos de esta última,<br />

obedece a la fuente de la que provienen, es decir, al montante pulsional desplazado de la representación<br />

original, siempre en exceso, ante lo que el obsesivo huye horrorizado. Veamos como<br />

lo piensa nuestro fenomenólogo.<br />

Llevado necesariamente a introducir el problema psicopatológico del diagnóstico diferencial,<br />

Blankenburg plantea que, en lo que a ello atañe, la separación respecto de evoluciones neuróticas,<br />

en particular obsesivas, le resulta “problemática”. Esto se debe, sobre todo, a los notorios<br />

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