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Clínica

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Blankenburg se sumerge en la exploración de tales fundamentos pre-delirantes del demente<br />

precoz para así iluminar la urdimbre de la vida psíquica normal. Esta es pensada con el auxilio<br />

de nociones provenientes de la filosofía existencial, en términos de una dialéctica en la que la<br />

evidencia al igual que la no evidencia serían partes constitutivas del ser-en-el-mundo humano.<br />

Ambas se potenciarían, para el autor, en una dinámica permanente que imprimiría su rasgo de<br />

apertura, de posibilidad y también de extrañamiento a ese “estar arrojado a un mundo”, distintivo<br />

de la existencia humana normal.<br />

De esta manera, “la pérdida de la evidencia natural”, expresaría la autonomización de uno de<br />

los dos componentes de la “proporción antropológica”, el así llamado elemento motor del desarrollo<br />

del Dasein, con las consiguientes perturbaciones significativas de la relación con el mundo,<br />

el tiempo, el yo y los semejantes.<br />

Pasemos ahora al caso clínico: Anna es internada luego de un primer intento de suicidio, a<br />

los 20 años de edad, cometido la víspera del comienzo de un nuevo trabajo. El motivo de esta<br />

decisión es un intenso padecimiento sobre cuya dificultosa caracterización vuelve una y otra vez:<br />

se trata, según la paciente, de un malestar relacionado con la falta de algo esencial para la vida,<br />

la “pérdida de la evidencia natural”:<br />

¿Qué me falta verdaderamente? Algo Pequeño, algo Gracioso, algo Importante, sin lo cual<br />

no se puede vivir. En casa, en lo de mamá, humanamente yo no estaba. Yo no estaba a la<br />

altura, estaba simplemente allí, solamente en ese lugar, pero sin estar presente. Tengo necesidad<br />

de una relación que me guíe […] de un lazo que guíe, para que todo no sea artificial<br />

[…] ahora debo prestar atención para no perderlo todo […] tengo simplemente la impresión<br />

de que todavía necesito del apoyo en las cosas cotidianas más simples. Soy demasiado infantil,<br />

no puedo hacerlas por mí misma […] Sin duda, lo que me falta es la evidencia natural<br />

(Blankenburg, 1991: 77)<br />

En el marco de un monólogo interminable signado por el retorno incesante de las mismas<br />

quejas y preguntas, con tendencia permanente a la disgregación, el déficit aducido revela su<br />

carácter basal en la medida en que la paciente sostiene que el mismo le impide realizar la más<br />

simple actividad de la vida cotidiana y establecer el más trivial de los intercambios con sus semejantes.<br />

El inicio de este sufrimiento progresivo se remonta a dos años atrás, momento en que<br />

culmina su etapa de estudiante de comercio y se incorpora al ámbito laboral. Si bien jamás tuvo<br />

dificultades concretas en los sucesivos trabajos que intentó sostener sin éxito, A. insistía en que<br />

le faltaba “un punto de vista”; en que para ocupar un puesto tal debía estar “madura” y que “humanamente<br />

no llegaba al punto”.<br />

Proveniente de un núcleo familiar signado tanto por la extraordinaria rigidez de las concepciones<br />

maternas sobre la educación y la moral como por la brutalidad y el desprecio del padre por<br />

su única hija mujer, Anna, en palabras de su madre, “había dejado que todo recayera sobre ella<br />

de manera pasiva y un poco estúpida”. Desde siempre muy solitaria, luego de un período difícil<br />

durante la escuela primaria, en razón de algunos problemas de conducta, se aboca en la secundaria<br />

a aprender los contenidos de memoria de un modo encarnizado, al punto de que la llaman<br />

“diccionario ambulante”. Este esfuerzo continúa en la escuela de comercio, donde, ya convertida<br />

en una adolescente, empieza a experimentar un malestar interior, aunque se presenta como una<br />

“buena hija”, “gentil y sin complicaciones” a los ojos de su madre. En efecto, a pesar de mostrar<br />

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