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Clínica

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mente, que sitúa al paciente como “hijo predilecto” (Erbetta y Varela, 2013, inédito). Según el<br />

mismo joven ruso lo afirmara, “yo había encontrado en la persona del profesor Freud un nuevo<br />

padre con quien tenía una relación excelente. Y Freud tenía también un gran entendimiento conmigo,<br />

como hubo de decírmelo con frecuencia en el tratamiento, lo que naturalmente reforzaba<br />

mi apego hacia él” (Gardiner, 1979: 108).<br />

En esta dirección, el maestro vienés, no solo aceptará la responsabilidad por la pérdida material<br />

del paciente como efecto de una maniobra terapéutica sino que también lo incitará a retornar<br />

al tratamiento. Así, intentando saldar una deuda, Freud lo toma nuevamente en análisis de modo<br />

gratuito y realiza una colecta entre sus allegados para la subsistencia del joven ruso. Ante una<br />

similar intensidad y “dependencia” en la relación transferencial, Freud asume entonces dos roles<br />

muy diversos: la aceptación a cualquier costo, en el caso de Serguei, y el rechazo en el caso de<br />

la Sra. G.<br />

Mientras que en el caso Dora, publicado en 1905, Freud vuelve sobre sus pasos y remite al<br />

lector a sus “tropiezos” durante el tratamiento de la famosa “petite hysterie”, errores que Lacan<br />

aúna en uno solo, el del prejuicio del analista, el maestro vienés no examina si su proceder técnico<br />

y su manejo de la transferencia fue determinante en los obstáculos encontrados a lo largo del<br />

tratamiento de la Sra. G. Incluso es sorprendente que no haya elevado el caso al estatuto de historial<br />

clínico como los otros, considerando los aportes que efectuó en el plano teórico. Gougoulis<br />

(1999) considera que posiblemente este caso puede ser categorizado como un “caso referencia”<br />

(Gougoulis, 1999, 211) y no como uno “clásico”, entre los que nos encontramos con los casos de<br />

Dora o el Hombre de los Lobos. Mientras que estos últimos expresan un objetivo expositivo o didáctico,<br />

el caso de la Sra. G. puede incluirse entre aquellos con un importante valor histórico que<br />

posibilitan un momento fecundo o de articulación de las impresiones freudianas en la teorización<br />

del psicoanálisis (Gougoulis, 1999).<br />

Continúa entonces nuestra pregunta sobre si los prejuicios de Freud influyeron en la conjetura<br />

diagnóstica y en la dirección ya que la sostiene hasta las últimas consecuencias. ¿Acaso la<br />

orientación que Freud dio a la cura condujo a esta presentación final de la paciente, más allá de<br />

la estructura subjetiva en juego?<br />

El mismo Freud en el avance de sus desarrollos toma nota de lo mal que una neurosis obsesiva<br />

puede terminar (Freud, 1926), alcanzando un estado grave correlativo a la parálisis de<br />

la voluntad del yo, un yo detenido y tomado por el conflicto hiperintensificado entre el ello y el<br />

superyó, extremadamente limitado, que encuentra su satisfacción en la renuncia, en los ceremoniales<br />

y rituales defensivos.<br />

Lacan, por su parte, nos advierte que una dirección de la cura conducida en términos imaginarios,<br />

lo que él llama “análisis objetivado”, puede llevar a una depresión. En el Seminario II,<br />

en el capítulo sobre Sosia, Lacan toma un caso clínico de Fairbairn para analizar este problema;<br />

conducir un análisis a reintegrar las pulsiones al yo puede producir una crisis de depresión con<br />

sentimientos de culpabilidad. Agrega asimismo: “Uno de los secretos resortes del fracaso en las<br />

curas de obsesivos es la idea de que tras la neurosis obsesiva hay una psicosis latente. No ha<br />

de sorprender que se llegue entonces a disociaciones larvadas, y que se sustituya la neurosis<br />

obsesiva por depresiones periódicas y aun por una orientación mental hipocondríaca” (Lacan,<br />

1954-5: 406).<br />

No es una novedad localizar que muchas veces Freud dirige la cura en términos imaginarios,<br />

casi educativos a pesar de pregonar los fines no educativos del psicoanálisis (Freud, 1919).<br />

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