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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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La “iglesia del desierto”, es decir, los pocos desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de los antiguos cristianos que aún<br />

quedaban <strong>en</strong> Francia <strong>en</strong> el siglo XVIII, escondidos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s montañas del sur, seguían apegados a <strong>la</strong> fe de<br />

sus padres. Cuando se arriesgaban a congregarse <strong>en</strong> <strong>la</strong>s faldas de los montes o <strong>en</strong> los páramos solitarios,<br />

eran cazados <strong>por</strong> los soldados y arrastrados a <strong>la</strong>s galeras donde llevaban una vida de esc<strong>la</strong>vos hasta su<br />

muerte. A los habitantes más morales, más refinados e intelig<strong>en</strong>tes de Francia se les <strong>en</strong>cad<strong>en</strong>aba y<br />

torturaba horriblem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>drones y asesinos (Wylie, lib. 22, cap. 6). Otros, tratados con más<br />

misericordia, eran muertos a sangre fría y a ba<strong>la</strong>zos, mi<strong>en</strong>tras que indef<strong>en</strong>sos oraban de rodil<strong>la</strong>s.<br />

C<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares de ancianos, de mujeres indef<strong>en</strong>sas y de niños inoc<strong>en</strong>tes, eran dejados muertos <strong>en</strong> el<br />

mismo lugar donde se habían reunido para celebrar su culto. Al recorrer <strong>la</strong> falda del monte o el bosque<br />

para acudir al punto <strong>en</strong> donde solían reunirse, no era raro hal<strong>la</strong>r “a cada trecho, cadáveres que macu<strong>la</strong>ban<br />

<strong>la</strong> hierba o que colgaban de los árboles”. Su país, aso<strong>la</strong>do <strong>por</strong> <strong>la</strong> espada, el hacha y <strong>la</strong> hoguera, “se había<br />

convertido <strong>en</strong> vasto y sombrío yermo”. “Estas atrocidades no se cometieron <strong>en</strong> <strong>la</strong> Edad Media, sino <strong>en</strong> el<br />

siglo bril<strong>la</strong>nte de Luis XIV, <strong>en</strong> que se cultivaba <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia y florecían <strong>la</strong>s letras; cuando los teólogos de <strong>la</strong><br />

corte y de <strong>la</strong> capital eran hombres instruidos y elocu<strong>en</strong>tes y que afectaban poseer <strong>la</strong>s gracias de <strong>la</strong><br />

mansedumbre y del amor” (ibíd., cap. 7).<br />

Pero lo más inicuo que se registra <strong>en</strong> el lóbrego catálogo de los crím<strong>en</strong>es, el más horrible de los<br />

actos diabólicos de aquel<strong>la</strong> sucesión de siglos espantosos, fue <strong>la</strong> “matanza de San Bartolomé”. Todavía se<br />

estremece horrorizado el mundo al recordar <strong>la</strong>s esc<strong>en</strong>as de aquel<strong>la</strong> carnicería, <strong>la</strong> más vil y alevosa que se<br />

registra. El rey de Francia instado <strong>por</strong> los sacerdotes y pre<strong>la</strong>dos de Roma sancionó tan espantoso crim<strong>en</strong>.<br />

El tañido de una campana, resonando a medianoche, dio <strong>la</strong> señal del degüello. Mil<strong>la</strong>res de protestantes<br />

que dormían tranqui<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus casas, confiando <strong>en</strong> <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que les había dado el rey, asegurándoles<br />

protección, fueron arrastrados a <strong>la</strong> calle sin previo aviso y asesinados a sangre fría.<br />

Así como Cristo era el jefe invisible de su pueblo cuando salió de <strong>la</strong> esc<strong>la</strong>vitud de Egipto, así lo<br />

fue Satanás de sus súbditos cuando acometieron <strong>la</strong> horr<strong>en</strong>da tarea de multiplicar el número de los mártires.<br />

La matanza continuó <strong>en</strong> París <strong>por</strong> siete días, con una furia indescriptible durante los tres primeros. Y no<br />

se limitó a <strong>la</strong> ciudad, sino que <strong>por</strong> decreto especial del rey se hizo ext<strong>en</strong>siva a todas <strong>la</strong>s provincias y<br />

pueblos donde había protestantes. No se respetaba edad ni sexo. No escapaba el inoc<strong>en</strong>te niño ni el anciano<br />

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