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America en la Profecia por Elena White [Version Moderna]

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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cielo!” “Seguros son todos sus preceptos; establecidos para siempre jamás”. Salmos 119:89; 111:7, 8<br />

(VM).<br />

En el corazón mismo del Decálogo se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra el cuarto mandami<strong>en</strong>to, tal cual fue proc<strong>la</strong>mado<br />

originalm<strong>en</strong>te: “Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero<br />

el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas <strong>en</strong> él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni<br />

tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está d<strong>en</strong>tro de tus puertas, <strong>por</strong>que <strong>en</strong> seis días<br />

hizo Jehová los cielos y <strong>la</strong> tierra, el mar, y todas <strong>la</strong>s cosas que <strong>en</strong> ellos hay, y reposó <strong>en</strong> el séptimo día;<br />

<strong>por</strong> tanto, Jehová b<strong>en</strong>dijo el sábado y lo santificó”. Éxodo 20:8-11 (RV95).<br />

El Espíritu de Dios obró <strong>en</strong> los corazones de esos cristianos que estudiaban su Pa<strong>la</strong>bra, y<br />

quedaron conv<strong>en</strong>cidos de que, sin saberlo, habían transgredido este precepto al despreciar el día de<br />

descanso del Creador. Empezaron a examinar <strong>la</strong>s razones <strong>por</strong> <strong>la</strong>s cuales se guardaba el primer día de<br />

<strong>la</strong> semana <strong>en</strong> lugar del día que Dios había santificado. No pudieron <strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Sagradas Escrituras<br />

prueba alguna de que el cuarto mandami<strong>en</strong>to hubiese sido abolido o de que el día de reposo hubiese<br />

cambiado; <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición que desde un principio santificaba el séptimo día no había sido nunca revocada.<br />

Habían procurado honradam<strong>en</strong>te conocer y hacer <strong>la</strong> voluntad de Dios; al reconocerse <strong>en</strong>tonces<br />

transgresores de <strong>la</strong> ley divina, sus corazones se ll<strong>en</strong>aron de p<strong>en</strong>a, y manifestaron su lealtad hacia Dios<br />

guardando su santo sábado.<br />

Se hizo cuanto se pudo <strong>por</strong> conmover su fe. Nadie podía dejar de ver que si el santuario terr<strong>en</strong>al<br />

era una figura o modelo del celestial, <strong>la</strong> ley depositada <strong>en</strong> el arca <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra era exacto trasunto de <strong>la</strong><br />

ley <strong>en</strong>cerrada <strong>en</strong> el arca del cielo; y que aceptar <strong>la</strong> verdad re<strong>la</strong>tiva al santuario celestial <strong>en</strong>volvía el<br />

reconocimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong>s exig<strong>en</strong>cias de <strong>la</strong> ley de Dios y <strong>la</strong> obligación de guardar el sábado del cuarto<br />

mandami<strong>en</strong>to. En esto estribaba el secreto de <strong>la</strong> oposición viol<strong>en</strong>ta y resuelta que se le hizo a <strong>la</strong><br />

exposición armoniosa de <strong>la</strong>s Escrituras que reve<strong>la</strong>ban el servicio desempeñado <strong>por</strong> Cristo <strong>en</strong> el<br />

santuario celestial. Los hombres trataron de cerrar <strong>la</strong> puerta que Dios había abierto y de abrir <strong>la</strong> que él<br />

había cerrado. Pero “el que abre, y ninguno cierra; y cierra, y ninguno abre”, había dec<strong>la</strong>rado: “He<br />

aquí, he puesto de<strong>la</strong>nte de ti una puerta abierta, <strong>la</strong> cual nadie podrá cerrar”. Apocalipsis 3:7, 8 (VM).<br />

Cristo había abierto <strong>la</strong> puerta, o ministerio, del lugar santísimo, <strong>la</strong> luz bril<strong>la</strong>ba desde <strong>la</strong> puerta abierta<br />

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