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edgar-cuentos

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«Ocupémonos por ahora de cosas distintas. No habrá dejado usted de reparar en la<br />

extrema negligencia del examen del cadáver. Cierto que la cuestión de la identidad quedó o<br />

debió quedar prontamente terminada, pero había otros aspectos por verificar ¿No fue<br />

saqueado el cadáver? ¿No llevaba la difunta joyas al salir de su casa? De ser así, ¿se<br />

encontró alguna al examinar el cuerpo? He aquí cuestiones importantes, totalmente<br />

descuidadas por la investigación, y quedan otras igualmente importantes que no han<br />

merecido la menor atención. Tendremos que asegurarnos mediante indagaciones<br />

particulares. El caso de St. Eustache exige ser nuevamente examinado. No abrigo sospechas<br />

sobre él, pero es preciso proceder metódicamente. Nos aseguraremos sin lugar a ninguna<br />

duda sobre la validez de los testimonios escritos que presentó acerca de sus movimientos en<br />

el curso del domingo. Los certificados de este género suelen prestarse fácilmente a la<br />

mistificación. Si no encontramos nada de anormal en ellos, desecharemos a St. Eustache de<br />

nuestra investigación. Su suicidio, que corroboraría las sospechas en caso de que los<br />

certificados fueran falsos, constituye una circunstancia perfectamente explicable en caso<br />

contrario, y que no debe alejarnos de nuestra línea normal de análisis.<br />

»En lo que me proponga ahora, dejaremos de lado los puntos interiores de la tragedia,<br />

concentrando nuestra atención en su periferia. Uno de los errores en investigaciones de este<br />

género consiste en limitar la indagación a lo inmediato, con total negligencia de los<br />

acontecimientos colaterales o circunstanciales. Los tribunales incurren en la mala práctica<br />

de reducir los testimonios y los debates a los límites de lo que consideran pertinente. Pero<br />

la experiencia ha mostrado, como lo mostrará siempre la buena lógica, que una parte muy<br />

grande, quizá la más grande de la verdad, surge de lo que se consideraba marginal y<br />

accesorio. Basándose en el espíritu de este principio, si no en su letra, la ciencia moderna se<br />

ha decidido a calcular sobre lo imprevisto. Pero quizá no me hago entender. La historia del<br />

conocimiento humano ha mostrado ininterrumpidamente que la mayoría de los<br />

descubrimientos más valiosos los debemos a acaecimientos colaterales, incidentales o<br />

accidentales; se ha hecho necesario, pues, con vistas al progreso, conceder el más amplio<br />

espacio a aquellas invenciones que nacen por casualidad y completamente al margen de las<br />

esperanzas ordinarias. Ya no es filosófico fundarse en lo que ha sido para alcanzar una<br />

visión de lo que será. El accidente se admite como una porción de la subestructura.<br />

Hacemos de la posibilidad una cuestión de cálculo absoluto. Sometemos lo inesperado y lo<br />

inimaginado a las fórmulas matemáticas de las escuelas.<br />

«Repito que es un hecho verificado que la mayor porción de toda verdad surge de lo<br />

colateral; y de acuerdo con el espíritu del principio que se deriva, desviaré la indagación de<br />

la huella tan transitada como estéril del hecho mismo, para estudiar las circunstancias<br />

contemporáneas que lo rodean. Mientras usted se asegura de la validez de esos certificados,<br />

yo examinaré los periódicos en forma más general de lo que ha hecho usted hasta ahora.<br />

Por el momento, sólo hemos reconocido el campo de investigación, pero sería raro que una<br />

ojeada panorámica como la que me propongo no nos proporcionara algunos menudos datos<br />

que establezcan una dirección para nuestra tarea.»<br />

En cumplimiento de las indicaciones de Dupin, procedí a verificar escrupulosamente el<br />

asunto de los certificados. Resultó de ello una plena seguridad en su validez y la<br />

consiguiente inocencia de St. Eustache. Mi amigo se ocupaba entretanto —con una minucia<br />

que en mi opinión carecía de objeto— del escrutinio de los archivos de los diferentes<br />

diarios. Al cabo de una semana, me presentó los siguientes extractos:<br />

«Hace tres años y medio, la misma Marie Rogêt desapareció de la parfumerie de<br />

monsieur Le Blanc, en el Palais Royal, causando un revuelo semejante al de ahora. Una

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