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edgar-cuentos

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instante, surgió del interior, enfrentando al huésped, el magullado, sangriento y putrefacto<br />

cadáver de Mr. Shuttleworthy. Por un instante contempló fija y dolorosamente, con sus ojos<br />

sin brillo y ya sin forma, el rostro de Mr. Goodfellow. Entonces, lenta pero claramente, se<br />

oyó que decía estas palabras: «¡Tú eres el hombre!» Y cayendo sobre el borde del cajón,<br />

como satisfecho de lo que había dicho, quedó con los brazos colgando sobre la mesa.<br />

La escena que siguió excede toda descripción. La carrera hacia las puertas y ventanas<br />

fue espantosa, y muchos de los hombres más robustos se desmayaron allí mismo de puro<br />

horror. Pero, después del primer clamoroso arrebato de miedo, todos los ojos se clavaron en<br />

Mr. Goodfellow. Aunque viva mil años, jamás olvidaré la más que mortal agonía reflejada<br />

en la horrorosa expresión de su cara, espectralmente pálida después de haberse mostrado<br />

tan rubicunda de vino y de triunfo. Durante varios minutos permaneció inmóvil como una<br />

estatua de mármol; sus ojos, absolutamente privados de expresión, parecían vueltos hacia<br />

adentro y perdidos en el espectáculo de su propia alma asesina. Por fin la vida surgió otra<br />

vez, proyectada hacia el mundo exterior; levantándose de un salto, cayó pesadamente con la<br />

cabeza y los hombros sobre la mesa, en contacto con el cadáver, mientras de sus labios<br />

brotaba rápida y vehemente la detallada confesión del espantoso crimen por el cual Mr.<br />

Pennifeather hallábase encarcelado y esperando la muerte.<br />

Lo que contó fue, en resumen, lo siguiente: Había seguido a su víctima hasta las<br />

vecindades del charco, hirió allí al caballo de un pistoletazo y mató a Mr. Shuttleworthy a<br />

golpes de culata. Luego de apoderarse de la cartera de la víctima, supuso que el caballo<br />

había muerto y lo arrastró con gran trabajo hasta las zarzas contiguas al charco. Cargó el<br />

cadáver de su víctima sobre su propio caballo y lo llevó a un lugar donde hacerlo<br />

desaparecer, situado a mucha distancia a través de los bosques.<br />

El chaleco, la navaja, la cartera y la bala habían sido colocados por él mismo donde<br />

fueron hallados, a fin de vengarse de Mr. Pennifeather. También se las arregló para dejar en<br />

su cuarto el pañuelo y la camisa manchados de sangre.<br />

Hacia el final del espeluznante relato, las palabras del miserable asesino se hicieron<br />

sordas y entrecortadas. Cuando hubo terminado, se enderezó, alejándose tambaleante de la<br />

mesa, hasta caer... muerto.<br />

Aunque eficientes, los medios mediante los cuales pudo lograrse esta oportuna<br />

confusión fueron bien sencillos. La exagerada franqueza y bonhomía de Mr. Goodfellow<br />

me había disgustado desde el principio, despertando mis sospechas. Me hallaba presente<br />

cuando Mr. Pennifeather lo golpeó, y la diabólica expresión de su rostro, por más pasajera<br />

que fuese, me dio la seguridad de que no dejaría de cumplir al pie de la letra su promesa de<br />

vengarse. Hallábame, pues, preparado para apreciar las maniobras del «viejo Charley» de<br />

una manera muy diferente de la de los buenos vecinos de Rattleborough. Vi de inmediato<br />

que todos los descubrimientos incriminatorios nacían directa o indirectamente de él. Pero lo<br />

que me abrió completamente los ojos fue el episodio de la bala hallada por Mr. Goodfellow<br />

en el cuerpo del caballo. Aunque los vecinos lo habían olvidado, yo no dejé de recordar que<br />

el caballo presentaba un orificio por donde había penetrado el proyectil, y otro por donde<br />

había salido. Si se encontraba una bala en el cuerpo, tenía que haber sido depositada allí por<br />

la misma persona que decía haberla encontrado. La camisa y el pañuelo ensangrentados<br />

confirmaron la idea sugerida por el hallazgo de la bala; en efecto, el examen de la sangre<br />

demostró que se trataba solamente de vino tinto. Pensando en esas cosas, y también en el<br />

rumboso cambio de vida de Mr. Goodfellow, mis sospechas se hicieron cada vez más<br />

fuertes, y no eran menos intensas por ser el único que las abrigaba.<br />

En el ínterin, me ocupé privadamente de buscar el cadáver de Mr. Shuttleworthy; tenía

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