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edgar-cuentos

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Luego de reflexionar, admito francamente la conveniencia de la explicación sugerida por<br />

usted. Admito esto, me veo en gran dificultad (debido a la naturaleza refinadamente<br />

peculiar de nuestro desacuerdo y de la afrenta personal de que soy responsable) para<br />

expresar lo que tengo que decir por vía de explicación, en forma tal que satisfaga las<br />

minuciosas exigencias y los variados matices del presente caso. Deposito toda mi<br />

confianza, sin embargo, en la delicadísima discriminación en cuestiones vinculadas con la<br />

etiqueta, que ha dado a usted un renombre tan eminente y duradero. En la plena<br />

certidumbre de ser comprendido, pues, me permito no expresar mis sentimientos personales<br />

sino remitir a usted a las opiniones del Sieur Hedelin, tales como figuran en el noveno<br />

párrafo del capítulo Injuriœ per applicationem, per constructionem, et per se de su Duelli<br />

Lex Scripta, et non; aliterque. La finura de su discernimiento en las materias allí tratadas<br />

será suficiente, estoy seguro, para convencerlo de que la mera circunstancia de que yo lo<br />

remita a ese admirable pasaje bastará para satisfacer su caballeresco pedido de una<br />

explicación.<br />

Con la expresión de mi profundo respeto, su muy obediente servidor.<br />

Von Jung<br />

Al señor Johann Hermann<br />

18 de agosto de 18...<br />

Hermann comenzó la lectura de esta carta con el entrecejo fruncido, pero no tardó en<br />

sonreír de la manera más ridículamente vanidosa al llegar a la jerigonza sobre las Injuriœ<br />

per applicationem, per constructionem, et per se. Una vez que hubo terminado, me pidió<br />

con la más suave de las sonrisas que tomara asiento, mientras consultaba el tratado en<br />

cuestión. Buscando el pasaje especificado, lo leyó para sí con gran cuidado y luego,<br />

cerrando el libro, me solicitó en mi carácter de amigo personal que expresara al barón Von<br />

Jung su profundo reconocimiento ante tan caballeresco proceder, y que le asegurara que la<br />

explicación ofrecida era de naturaleza tan honorable como satisfactoria.<br />

Un tanto sorprendido por esto, retorné a los aposentos del barón, quien pareció recibir<br />

el amistoso mensaje de Hermann como si fuera la cosa más natural del mundo. Luego de<br />

conversar conmigo unos instantes, pasó a otra habitación, de la cual regresó trayendo el<br />

inmortal tratado Duelli Lex Scripta, et non; aliterque. Alcanzándome el volumen, me pidió<br />

que leyera una parte del mismo. Traté de hacerlo sin resultado, pues no me era posible<br />

comprender una sola sílaba. Ritzner tomó entonces el libro y me leyó un capítulo en voz<br />

alta. Para mi gran sorpresa, lo que leía resultó ser el más absurdo de los relatos acerca del<br />

duelo entre dos mandriles...<br />

No tardó mi amigo en explicarme el misterio, mostrándome que aquel volumen, contra<br />

lo que aparentaba prima facie, estaba escrito siguiendo el sistema de los versos disparatados<br />

de Du Bartas; es decir, que las palabras habían sido ingeniosamente dispuestas para<br />

producir una apariencia inteligible y hasta de profundidad conceptual, aunque en realidad<br />

aquello no tenía pies ni cabeza. La clave del libro consistía en leer una palabra de cada tres,<br />

con lo cual surgían una serie de ridiculas chanzas sobre un combate celebrado en nuestros<br />

tiempos.<br />

El barón me informó más tarde que se las había arreglado para que Hermann conociera<br />

el tratado dos o tres semanas antes de la aventura, y que por el tono general de su<br />

conversación se había dado cuenta de que lo había estudiado atentamente y que estaba<br />

convencidísimo de que era una obra de raro mérito. Basándose en esto, puso en práctica su<br />

broma. Hermann se hubiera dejado matar diez mil veces antes de reconocer su incapacidad

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