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edgar-cuentos

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provocó ninguna sorpresa, pues bien era sabida la animosidad existente entre ambos desde<br />

hacía varios meses. Las cosas habían alcanzado a tal punto que Mr. Pennifeather llegó en<br />

una ocasión a derribar de un golpe al amigo de su tío, acusándolo de algunos excesos<br />

cometidos por aquél en casa de su pariente, donde se alojaba el joven. Se afirmaba que, en<br />

esta ocasión, el «viejo Charley» se había conducido con ejemplar moderación y cristiana<br />

caridad. Incorporándose, sacudió sus ropas y no hizo la menor tentativa de devolver el<br />

golpe recibido, limitándose a murmurar unas palabras sobre sus propósitos de «vengarse<br />

sumariamente en la primera oportunidad», reacción muy natural y justificable de su cólera,<br />

que no tenía ningún sentido especial y que, sin duda, había olvidado casi inmediatamente.<br />

Como quiera que fuesen aquellos incidentes (que no se relacionan con lo que estamos<br />

narrando), los pobladores de Rattleborough terminaron dejándose persuadir por Mr.<br />

Pennifeather, y decidieron dispersarse en las regiones adyacentes en busca del<br />

desaparecido. Tal fue la primera intención, pues parecía lo más natural que las gentes se<br />

dispersaran en distintos grupos que explorarían de la manera más minuciosa las regiones<br />

circunvecinas. Sin embargo, no sé por qué ingenioso razonamiento que he olvidado, el<br />

«viejo Charley» acabó convenciendo a la asamblea de que este plan no era el más<br />

conveniente. Al decir que los convenció exceptúo a Mr. Pennifeather; pero el hecho es que<br />

al final se decidió efectuar una búsqueda cuidadosa a cargo de todos los vecinos en masse;<br />

naturalmente, el «viejo Charley» tomó la dirección.<br />

Por lo que a esto último respecta, no hay duda de que el jefe era el más capacitado,<br />

pues todo el mundo sabía que el «viejo Charley» tenía ojos de lince; empero, aunque los<br />

llevó a toda clase de rincones apartados, por senderos que nadie había sospechado jamás<br />

que existieran en la región, y aunque la búsqueda continuó incesantemente noche y día<br />

durante más de una semana, fue imposible hallar la menor huella de Mr. Shuttleworthy.<br />

Cuando digo «la menor huella» no debe entendérseme literalmente, pues no dejaron de<br />

encontrarse algunas huellas. Las señales de las herraduras del caballo (que eran de un tipo<br />

especial) fueron seguidas hasta un lugar situado a tres millas al este del pueblo, sobre el<br />

camino real a la ciudad. Aquí las huellas se desviaban por un atajo que atravesaba un<br />

bosque y volvía a salir al camino real, abreviando en media milla el recorrido regular. Al<br />

seguir las pisadas por este sendero, el grupo llegó finalmente hasta un charco de agua<br />

estancada oculto a medias por las zarzas a la derecha del sendero; en este punto se<br />

interrumpían las marcas de herraduras.<br />

Advirtióse, sin embargo, que en el lugar había habido una lucha, y las señales<br />

indicaban que un cuerpo grande y pesado había sido arrastrado desde el sendero al charco.<br />

Se procedió a dragar cuidadosamente este último, pero ninguna tentativa dio resultado.<br />

Disponíanse los presentes a volverse, desesperando de conocer la verdad, cuando la<br />

Providencia sugirió a Mr. Goodfellow la idea de desaguar completamente el charco. El<br />

proyecto fue recibido con hurras y el «viejo Charley» muy elogiado por su sagacidad e<br />

inteligencia. Como muchos vecinos traían palas, dada la eventualidad de desenterrar un<br />

cadáver, el desagüe pudo efectuarse rápida y eficazmente. Tan pronto quedó visible el<br />

fondo se vio en el centro del lecho de barro un chaleco de terciopelo de seda negra que casi<br />

todos los presentes reconocieron como de propiedad de Mr. Pennifeather. El chaleco estaba<br />

desgarrado y manchado de sangre.<br />

Varias personas de la asamblea recordaban claramente que el joven lo llevaba puesto la<br />

mañana de la partida de Mr. Shuttleworthy, mientras otros se manifestaban dispuestos a<br />

afirmar bajo juramento que Mr. Pennifeather no había usado dicha prenda en ningún<br />

momento posterior a aquel día. Y no se encontró a nadie que afirmara haber visto al joven

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