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edgar-cuentos

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sotana por un levitón, se encargó de guiar el carruaje que llevaba a «la feliz pareja» en su<br />

viaje de bodas. Talbot se había instalado junto a él. Los dos miserables estaban metidos<br />

hasta el fondo en aquella burla y, por una rendija de la ventana del saloncito de la posada,<br />

divirtiéronse la mar presenciando el dénouement del drama. Me temo que tendré que<br />

desafiarlos a ambos.<br />

De todas maneras, no soy el marido de mi tatarabuela, cosa que me produce un<br />

inmenso alivio con sólo pensarlo; pero, en cambio, soy el marido de Madame Lalande... de<br />

Madame Stéphanie Lalande, con la cual mi excelente y anciana parienta se ha tomado el<br />

trabajo de unirme para siempre, aparte de declararme su heredero universal cuando muera<br />

(si es que muere alguna vez). En resumen: jamás volveré a tener nada que ver con billets<br />

doux, y dondequiera que se me encuentre, andaré con ANTEOJOS.

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