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edgar-cuentos

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del delito. Ahora bien, en este caso, la pregunta cui bono? implicaba directamente a Mr.<br />

Pennifeather. Luego de testar en su favor, su tío lo había amenazado con desheredarlo. Pero<br />

la amenaza no había sido llevada a efecto; el testamento original, según se supo, no<br />

presentaba alteración. En caso contrario, el único motivo presumible para el crimen habría<br />

sido el muy ordinario de la venganza; pero aún éste podía rebatirse por la esperanza de todo<br />

desheredado de volver a ganar la confianza de su pariente. No habiéndose modificado el<br />

testamento, mientras la amenaza seguía suspendida sobre la cabeza del sobrino, todos<br />

vieron en ello el más manifiesto motivo para tan horrible crimen, y tal fue la sagaz<br />

conclusión de los meritorios ciudadanos de Rattlesborough.<br />

Mr. Pennifeather, pues, fue arrestado allí mismo y la multitud, luego de buscar otro<br />

poco, se volvió al pueblo llevándolo bien custodiado. En el camino, además, ocurrió otra<br />

cosa tendente a confirmar las sospechas existentes. Mr. Goodfellow, cuyo celo lo hacía<br />

adelantarse siempre al grueso del grupo, corrió unos pasos, agachóse y levantó un objeto<br />

que había en el pasto. Luego de examinarlo rápidamente, se notó que intentaba esconderlo<br />

en el bolsillo de la chaqueta, pero los otros se lo impidieron, viéndose que el objeto hallado<br />

era una navaja española que una docena de personas reconocieron inmediatamente como de<br />

propiedad de Mr. Pennifeather. Lo que es más, sus iniciales aparecían grabadas en el puño.<br />

La hoja de la navaja estaba abierta y ensangrentada.<br />

Ya no podía quedar duda sobre la culpabilidad del sobrino del muerto, y, apenas<br />

llegados a Rattlesborough, fue entregado al juez para su interrogatorio.<br />

Su situación adquirió entonces un cariz aún más desagradable. Al preguntársele dónde<br />

había estado la mañana de la desaparición de Mr. Shuttleworthy, tuvo la descarada audacia<br />

de admitir que aquel día había salido con su rifle a cazar ciervos en las inmediaciones del<br />

charco donde se había encontrado, gracias a la sagacidad de Mr. Goodfellow, su chaleco<br />

ensangrentado.<br />

El «viejo Charley» levantóse entonces y, con lágrimas en los ojos, pidió permiso para<br />

declarar. Dijo que un profundo sentido del deber para con su Hacedor y sus semejantes no<br />

le permitía continuar en silencio por más tiempo. Hasta ahora, el más sincero afecto hacia<br />

el joven inculpado (no obstante la forma en que se había conducido con él) lo había movido<br />

a imaginar cuanta hipótesis le sugería la imaginación, a fin de explicar todo lo sospechoso<br />

de esas circunstancias tan incriminatorias para Mr. Pennifeather; pero dichas circunstancias<br />

eran ya demasiado convincentes, demasiado condenatorias. No podía vacilar, diría lo que<br />

sabía, aunque su corazón le estallara de dolor al hacerlo.<br />

Procedió entonces a declarar que, la tarde anterior a la partida de Mr. Shuttleworthy,<br />

este venerable caballero había dicho a su sobrino (y él, Mr. Goodfellow, lo había oído) que<br />

el motivo que lo llevaba a viajar al día siguiente por la mañana era hacer un depósito de una<br />

cuantiosa suma de dinero en el Banco de los Granjeros y Mecánicos de la ciudad; agregó<br />

que en el curso de la conversación, Mr. Shuttleworthy había manifestado redondamente a<br />

su sobrino la irrevocable determinación de anular su testamento y desheredarlo hasta el<br />

último centavo. Y, tras de ello, el testigo pidió solemnemente al inculpado que declarara si<br />

lo que acababa de decir era o no la más escrupulosa de las verdades.<br />

Para la estupefacción de los presentes, Mr. Pennifeather admitió francamente que lo<br />

dicho era la verdad.<br />

El magistrado consideró entonces pertinente enviar a dos oficiales de policía para que<br />

efectuaran una perquisición en el aposento que el joven ocupaba en casa de su tío. Los<br />

policías no tardaron en volver trayendo consigo la bien conocida cartera de cuero bermejo,<br />

con aplicaciones de metal, que el anciano desaparecido llevara consigo durante años.

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