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edgar-cuentos

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Esta última fórmula era la que parecía agradarle más, quizá porque envolvía menos<br />

riesgo, pues Dammit se había vuelto muy parsimonioso. Si alguien le hubiera aceptado la<br />

apuesta, poco habría perdido, dado que tenía la cabeza muy pequeña; pero ésta es una<br />

observación personal y no estoy nada seguro de poder atribuírsela con justicia. De todos<br />

modos, la frase en cuestión se le pegaba más y más, a pesar de lo impropio que resultaba<br />

que un hombre apostara todo el tiempo su cerebro como si fuese un billete de banco;<br />

empero, la perversa naturaleza de mi amigo no le permitía darse cuenta de ello. Terminó<br />

por abandonar todas las restantes fórmulas, entregándose de lleno a: Le apuesto mi cabeza<br />

al diablo, con una pertinacia y una exclusividad que me desagradaban tanto como me<br />

sorprendían. Siempre me repelen aquellas circunstancias que no puedo explicarme. Los<br />

misterios obligan a un hombre a pensar, con lo cual su salud se perjudica. A decir verdad,<br />

había algo en el aire con que Mr. Dammit pronunciaba aquella ofensiva expresión, algo en<br />

su modo de enunciarla, que primero me interesó y luego me hizo sentirme muy preocupado;<br />

algo que, a falta de un término más preciso, se me permitirá calificar de raro —pero que<br />

Mr. Coleridge hubiese llamado místico, Mr. Kant panteístico, Mr. Carlyle retorcido y Mr.<br />

Emerson hiperenigmático—. Aquello empezó a no gustarme nada. El alma de Mr. Dammit<br />

estaba en peligro. Resolví emplear toda mi elocuencia a fin de salvarla. Prometí<br />

consagrarme a él como San Patricio, en la crónica irlandesa, se consagró al sapo, vale decir<br />

«despertándolo a su verdadera situación». Me puse a la tarea de inmediato. Una vez más<br />

me preparé para reprochar su lenguaje a mi amigo. Una vez más reuní mis energías para<br />

una tentativa final de reconvención.<br />

Cuando hube terminado mi conferencia, Mr. Dammit se permitió algunas actitudes<br />

sumamente equívocas. Durante unos instantes guardó silencio, limitándose a mirarme<br />

interrogativamente a la cara. Luego ladeó la cabeza, mientras alzaba muchísimo las cejas.<br />

Tendiendo las palmas de sus manos, se encogió de hombros. Guiñó a continuación el ojo<br />

derecho, repitiendo la operación con el izquierdo. Inmediatamente cerró los dos ojos,<br />

apretando mucho los párpados. Los abrió a continuación de tal manera que me alarmé<br />

seriamente por las consecuencias. Aplicándose el pulgar a la nariz, consideró oportuno<br />

efectuar un indescriptible movimiento con el resto de los dedos. Por fin, colocando los<br />

brazos en jarras, condescendió a contestarme.<br />

Sólo recuerdo los titulares de su discurso. Me estaría muy agradecido si me callaba la<br />

boca. No tenía ninguna necesidad de mis consejos. Despreciaba mis insinuaciones. Era lo<br />

bastante crecido como para cuidarse a sí mismo. ¿Lo creía todavía el bebé Dammit?<br />

¿Pretendía insinuar alguna cosa sobre su carácter? ¿Me proponía insultarlo? ¿Estaba loco?<br />

¿Estaba mi madre enterada, en una palabra, de que yo había salido de casa sin permiso? Me<br />

hacía esta última pregunta considerándome capaz de responder la verdad, y se declaraba<br />

dispuesto a creer en mi respuesta. Una vez más me preguntaba explícitamente si mi madre<br />

estaba enterada de que yo había salido solo de casa. Mi confusión —agregó— me<br />

traicionaba y, por tanto, estaba dispuesto a apostarle la cabeza al diablo a que mi buena<br />

madre no estaba enterada.<br />

Mr. Dammit no se detuvo a esperar mi réplica. Girando sobre los talones, se alejó con<br />

precipitación muy poco digna. Y más le valió haberlo hecho así. Me sentí injuriado. Hasta<br />

colérico. Hubiera querido recoger por una vez su insultante apuesta. Hubiera ganado para el<br />

Archienemigo la mínima cabeza de Mr. Dammit; pues la verdad es que mamá estaba<br />

perfectamente enterada de mi momentánea ausencia del hogar.<br />

Pero Khoda shefa midêhed —el cielo trae alivio—, como dicen los musulmanes cuando<br />

alguien les pisa los pies. Había sido insultado mientras cumplía con mi deber, y soporté el

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