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edgar-cuentos

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ausencia de una pandilla? ¿Qué lucha podía tener lugar, tan violenta y prolongada, como<br />

para dejar “huellas” en todas direcciones entre una débil e indefensa muchacha y la<br />

imaginable pandilla de malhechores? El silencioso abrazo de unos pocos brazos robustos y<br />

todo habría terminado. La víctima debía quedar reducida a una total pasividad. Recordará<br />

usted que los argumentos empleados sobre el soto como escenario de lo ocurrido se aplican,<br />

en su mayor parte, a un ultraje cometido por más de un individuo. Solamente si<br />

imaginamos a un violador podremos concebir (y sólo entonces) una lucha tan violenta y<br />

obstinada como para dejar semejantes “huellas”.<br />

»Ya he mencionado la sospecha que nace de que los objetos en cuestión fueran<br />

abandonados en el soto. Parece casi imposible que semejantes pruebas de culpabilidad<br />

hayan sido dejadas accidentalmente donde se las encontró. Si suponemos una suficiente<br />

presencia de ánimo para retirar el cadáver, ¿qué pensar de una prueba aún más positiva que<br />

el cuerpo mismo (cuyas facciones hubieran sido borradas prontamente por la corrupción)<br />

abandonada a la vista de cualquiera en la escena del atentado? Me refiero al pañuelo con el<br />

nombre de la muerta. Si quedó allí por accidente, no hay duda de que no se trataba de una<br />

pandilla. Sólo cabe imaginar ese accidente relacionado con una sola persona. Veamos: un<br />

individuo acaba de cometer el asesinato. Está solo con el fantasma de la muerta. Se siente<br />

aterrado por lo que yace inanimado ante él. El arrebato de su pasión ha cesado y en su<br />

pecho se abre paso el miedo de lo que acaba de cometer. Le falta esa confianza que la<br />

presencia de otros inspira. Está solo con el cadáver. Tiembla, se siente confundido. Pero es<br />

necesario ocultar el cuerpo. Lo arrastra hacia el río dejando atrás todas las otras pruebas de<br />

su culpabilidad; sería difícil, si no imposible, llevar todo a la vez, y además no habrá<br />

dificultad en regresar más tarde en busca del resto. Mas en ese trabajoso recorrido hasta el<br />

agua su temor redobla. Los sonidos de la vida acechan en su camino. Diez veces oye o cree<br />

oír los pasos de un observador. Hasta las mismas luces de la ciudad lo espantan. Con todo,<br />

después de largas y frecuentes pausas, llenas de terrible ansiedad, llega a la orilla del río y<br />

hace desaparecer su espantosa carga quizá con ayuda de un bote. Pero ahora, ¿qué tesoros<br />

tiene el mundo, qué amenazas de venganza para impulsar al solitario asesino a recorrer una<br />

vez más el trabajoso y arriesgado camino hasta el soto, donde quedan los espeluznantes<br />

recuerdos de lo sucedido? No, no volverá, sean cuales fueren las consecuencias. Aun si<br />

quisiera, no podría volver. Su único pensamiento es el de escapar inmediatamente. Da la<br />

espalda para siempre a esos terribles bosques y huye como de una maldición.<br />

»¿Pasaría lo mismo con una banda? Su número les habría inspirado recíproca<br />

confianza, en el caso de que ésta falte alguna vez en el pecho de un criminal empedernido;<br />

y una pandilla sólo podemos suponerla formada por individuos de esa laya. Su número,<br />

pues, hubiera impedido el incontrolable y alocado temor que, según imagino, debió de<br />

paralizar a un hombre solo. Si podemos presumir un descuido por parte de uno, dos o tres,<br />

sin duda el cuarto hubiera pensado en ello. No habrían dejado huella alguna a sus espaldas,<br />

ya que su número les permitía llevarse todo de una sola vez. No había ninguna necesidad de<br />

volver.<br />

«Considere ahora el hecho de que en el vestido que llevaba el cadáver al ser<br />

encontrado, “una tira de un pie de ancho había sido arrancada del vestido, desde el ruedo de<br />

la falda hasta la cintura; aparecía arrollada tres veces en la cintura y asegurada mediante<br />

una especie de ligadura en la espalda”. Esto se hizo con evidente intención de obtener un<br />

asa mediante la cual transportar el cuerpo. Pero, en caso de tratarse de varios hombres,<br />

¿habrían recurrido a eso? Para tres o cuatro de ellos, los miembros del cadáver<br />

proporcionaban no sólo suficiente asidero, sino el mejor posible. El sistema empleado

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