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este pequeño forastero francés, Mosiú Metré Dedans».<br />

Entonces le guiñé a fondo el ojo, como para decirle: «No hay como Sir Patrick para<br />

esta clase de triquiñuelas», me puse en seguida a la tarea, y usted se hubiera muerto de risa<br />

de haber visto la forma tan astuta con que deslicé el brazo derecho entre el respaldo del sofá<br />

y la espalda de su alteza, hasta encontrar, como es natural, su preciosa manecita, que<br />

parecía esperarme y decirme: «Buenos días tenga usted, Sir Patrick O’Grandison, Baronet».<br />

Y yo no hubiera sido quien soy si no le hubiera dado un apretón muy suave, el más gentil<br />

del mundo, para no hacer daño a su alteza, ¿verdad? Pero entonces, ¡condenación!, ¿qué<br />

diría usted al saber que a cambio de mi apretón recibí otro, el más delicado y gentil de<br />

todos los apretones? «Sangre y truenos, Sir Patrick, querido mío —pensé para mis<br />

adentros—, ¡cómo se ve que eres el hijo de tu madre, y nadie más que él, y que nunca se<br />

vio hombre más elegante y afortunado desde que dejaste los pantanos y saliste de<br />

Connaught!»<br />

Y sin perder tiempo apreté con más fuerza la manita, y por mi alma que el apretón que<br />

me dio a su vez su alteza era también mucho más fuerte. Pero en ese momento a usted se le<br />

hubieran roto una a una las costillas de reírse si hubiese visto cómo se comportaba Mosiú<br />

Metré Dedans. Nunca se vio semejante parloteo, sonrisas estúpidas, parley wou y todo lo<br />

que dedicaba a su alteza. ¡Nunca se vio algo así en la tierra! Y que el diablo me queme si<br />

no lo vi con mis propios ojos cuando el condenado se permitía guiñarle uno de los suyos a<br />

mi ángel... ¡Condenación! ¡Si no me puse más furioso que un gato de Kilkenny, quisiera<br />

que me lo dijesen!<br />

—Permítame informarle, Mosiú Metré Dedans —le dije con la mayor educación—,<br />

que no es nada gentil, aparte de que a usted no le queda nada bien estar mirando a su alteza<br />

de manera tan descarada.<br />

Y al mismo tiempo apreté la mano de la viuda como para decirle: «¿No es verdad que<br />

Sir Patrick la protegerá a usted ahora, joya mía, encanto?»<br />

Y como respuesta recibí otro buen apretón de ella, con el cual quería decirme muy<br />

claramente: «Verdad es, Sir Patrick, encanto mío; es usted el más cumplido de los<br />

caballeros de este mundo». Y al mismo tiempo la vi abrir sus preciosísimos ojos de manera<br />

tal que creí que se le saldrían instantáneamente y por completo de la cara, mientras miraba<br />

furiosa como un gato a Mosiú Rana y después me miraba a mí sonriéndose como un ángel.<br />

—¿Cómo? —dijo entonces el miserable—. ¡Cómo! Woully wou, parley wou.<br />

Y al mismo tiempo se encogió tanto de hombros que pensé que iba a quedarle el faldón<br />

de la camisa al aire haciendo simultáneamente una mueca despectiva con su condenada<br />

boca. Y ésa fue la única explicación que conseguí de él.<br />

Créame usted, el que se puso furibundo en aquel momento fue Sir Patrick, y mucho<br />

más al darme cuenta de que el francés insistía con sus guiñadas a la viuda, mientras la viuda<br />

seguía apretándome muy fuerte la mano, como si me dijera: «¡No se deje intimidar, Sir<br />

Patrick O’Grandison, bonito mío!». Por lo cual solté un terrible juramento, mientras decía:<br />

—¡Maldita rana insignificante, condenado gusano impertinente!<br />

¿Creerá usted lo que hizo entonces su alteza? Dio un salto en el sofá como si acabaran<br />

de morderla y corrió a la puerta, mientras yo la miraba muy asombrado y estupefacto y la<br />

seguía en su carrera con mis dos ojos. Se dará usted cuenta de que yo tenía mis razones<br />

para saber que mi ángel no podía salir del salón aunque quisiera, puesto que tenía su mano<br />

en la mía, y que el diablo me queme si pensaba soltarla. Por eso le dije:<br />

—¿No está usted olvidando un poquitín que le pertenece, su alteza? ¡Vuelva usted,<br />

encanto mío, que pueda yo devolverle su manita!

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