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edgar-cuentos

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examina y declara:<br />

—No me gusta este tabaco. Tómelo y déme en cambio un vaso de coñac.<br />

Bebe el coñac y se encamina a la puerta. Pero la voz del tabernero lo detiene:<br />

—Me temo, señor, que se ha olvidado de pagar la bebida.<br />

—¿Pagar la bebida? ¿No le di el tabaco a cambio del coñac? ¿Qué más quiere usted?<br />

—Pero, señor... no recuerdo que me haya pagado el tabaco.<br />

—¿Qué quiere decir con eso, bribón? ¿No le devolví su tabaco? ¿No es ése su tabaco,<br />

encima del mostrador? ¿Pretende entonces que pague por algo que no me llevo?<br />

—Pero, señor... —dice el tabernero, completamente confundido—. Pero, señor...<br />

—Nada de peros conmigo —interrumpe el timador, aparentemente muy disgustado y<br />

golpeando la puerta al alejarse—. ¡Nada de peros conmigo, y mucho menos esas<br />

triquiñuelas con los viajeros!<br />

El timo siguiente es muy hábil, y la simplicidad no es una de sus menores cualidades.<br />

En ocasión de haberse perdido realmente una cartera o un bolso, el perdedor inserta en uno<br />

de los periódicos de una gran ciudad un aviso lleno de detalles. Nuestro timador copia los<br />

detalles, cambiando el encabezamiento, la fraseología general, y el domicilio. Si, por<br />

ejemplo, el aviso original es largo, verboso y comienza: ¡CARTERA EXTRAVIADA!,<br />

solicitando que la misma sea entregada en el número 1 de la calle Tom, la copia fabricada<br />

por el timador será breve, sólo encabezada por la palabra EXTRAVÍO, y dará como<br />

domicilio el 2 de la calle Dick o el 3 de la calle Harry. Inserta su aviso en cinco o seis<br />

periódicos de la localidad que aparecen unas pocas horas después que el original. Si el que<br />

ha perdido la cartera lee uno de estos avisos, no es muy probable que advierta la relación<br />

que existe con el suyo. Y, en cambio, hay cinco o seis probabilidades contra una de que la<br />

persona que encontró la cartera se presente a la dirección dada por el timador en vez de<br />

acudir a la del verdadero dueño. Nuestro timador paga la recompensa, embolsa el tesoro y<br />

desaparece.<br />

Un timo análogo es el siguiente: Una dama acaudalada ha perdido en la calle un anillo<br />

de brillantes de grandísimo valor. Ofrece una recompensa de cuarenta o cincuenta dólares,<br />

agregando en su aviso una minuciosa descripción de la joya, sus engastes, y afirmando que<br />

la recompensa será pagada en determinado domicilio contra entrega del anillo y sin que se<br />

hagan preguntas.<br />

Un día o dos más tarde, cuando la dama se halla ausente de su casa, se oye sonar la<br />

campanilla; acude una criada, informando al visitante que la señora ha salido, noticia que<br />

produce en éste el más lamentable de los efectos. Afirma que lo trae una cuestión de suma<br />

importancia y que concierne solamente a la señora. Agrega, por fin, que ha tenido la buena<br />

suerte de hallar el anillo. De todas maneras, quizá sea mejor que vuelva otro día... «¡De<br />

ninguna manera!», exclama la criada. «¡De ninguna manera!», corean la hermana de la<br />

señora y su cuñada, que acuden al punto. Todas ellas identifican clamorosamente el anillo,<br />

pagan la recompensa y hacen salir al visitante poco menos que a empujones. La dueña de la<br />

casa regresa y no tarda en manifestar cierto disgusto hacia su hermana y su cuñada por la<br />

sencilla razón de que acaban de pagar cuarenta o cincuenta dólares por un facsímile de su<br />

anillo de brillantes, muy bien hecho con similor y piedras falsas.<br />

Pero como el timo es cosa infinita, también lo sería este artículo, aunque me limitara a<br />

sugerir apenas la mitad de las variantes y los matices de que dicha ciencia es susceptible.<br />

Como he de concluir estas páginas, nada mejor que hacerlo con una noticia resumida de un<br />

timo muy decente, pero más bien complicado, del que fue teatro no hace mucho nuestra<br />

ciudad, y que se repitió más tarde con buen éxito en otras ciudades todavía más inocentes

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