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La isla del hada<br />

Nullus enim locus sine genio est.<br />

(SERVIUS)<br />

La musique —dice Marmontel en esos Contes Moraux 89 que en nuestras traducciones<br />

hemos insistido en llamar Cuentos morales como en remedo de su ingenio—, la musique<br />

est le seul des talents qui jouisse de lui même; tous les autres veulent des témoins. Aquí<br />

confunde el placer que brindan los sonidos agradables con la capacidad de crearlos. Como<br />

en cualquier otro talento, no es posible un goce completo de la música si no hay una<br />

segunda persona que aprecia su ejecución. Y tiene en común con los otros talentos la<br />

posibilidad de producir efectos que pueden ser plenamente disfrutados en soledad. La idea<br />

que el raconteur no ha sido capaz de elaborar claramente, o que ha sacrificado en aras de<br />

ese amor nacional por el dicho agudo, es, sin duda, la muy sostenible de que la música más<br />

elevada es la que mejor se estima cuando estamos exclusivamente solos. En esta forma<br />

pueden admitir la proposición tanto aquellos que aman la lira por sí misma como los que la<br />

aman por sus usos espirituales. Pero hay un placer al alcance de la humanidad caída, y<br />

quizá sólo uno, que debe aún más que la música a la accesoria sensación de aislamiento.<br />

Me refiero a la felicidad experimentada en la contemplación del paisaje natural. En verdad,<br />

el hombre que quiere contemplar plenamente la gloria de Dios en la tierra debe<br />

contemplarla en soledad. Para mí, al menos, la presencia, no sólo de vida humana, sino de<br />

cualquier otra clase que no sea la de los seres verdes que brotan del suelo y no tienen voz,<br />

es una mancha en el paisaje, está en pugna con su genio. Me gusta mirar los valles oscuros,<br />

las rocas grises, las aguas que sonríen silenciosas, los bosques que suspiran en sueños<br />

intranquilos, las orgullosas montañas vigilantes que lo contemplan todo desde arriba; me<br />

gusta mirarlos como si fueran los miembros colosales de un vasto todo animado y sensible,<br />

un todo cuya forma (la de la esfera) es la más perfecta y la más amplia de todas, que<br />

prosigue su camino en compañía de otros planetas; cuya mansa sierva es la luna, su mediato<br />

soberano el sol, su vida la eternidad, su pensamiento el de un dios, su goce el conocimiento;<br />

cuyos destinos se pierden en la inmensidad; que nos conoce de manera análoga a como<br />

nosotros conocemos los animálculos que infestan el cerebro, un ser al que, en consecuencia,<br />

consideramos como puramente inanimado y material, de manera muy semejante a la de<br />

esos animálculos con respecto a nosotros.<br />

Nuestro telescopio y nuestras investigaciones matemáticas nos aseguran por doquiera<br />

—a pesar de la gazmoñería del más ignorante de los sacerdocios— que el espacio, y en<br />

consecuencia el volumen, es una consideración importante a los ojos del Todopoderoso.<br />

Los ciclos en los cuales se mueven las estrellas son los mejor adaptados para la evolución,<br />

sin choque, de la mayor cantidad posible de cuerpos. Las formas de esos cuerpos son las<br />

exactamente precisas para incluir, dentro de una superficie dada, la mayor cantidad posible<br />

de materia, al par que dichas superficies están dispuestas de manera de acomodar una<br />

población más densa de la que cabría en las mismas ordenadas de otra manera. Que el<br />

espacio sea infinito no es un argumento contra la idea de que el volumen es una finalidad<br />

89 Moraux deriva aquí de mœurs, y significa a la moda, o más estrictamente, «de costumbres».

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