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edgar-cuentos

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suficiente para indemnizarlo de cualquier pequeño trabajo que se tomara por mí, y, luego de<br />

mandar llamar a un médico conocido, me confió a su cuidado conjuntamente con una<br />

cuenta y recibo por diez dólares.<br />

El comprador me llevó a su casa y se puso a trabajar inmediatamente sobre mi persona.<br />

Comenzó por cortarme las orejas; pero al hacerlo descubrió ciertos signos de vida. Mandó<br />

entonces llamar a un farmacéutico vecino, para consultarlo en la emergencia. Pero en el<br />

ínterin, y por si sus sospechas sobre mi existencia resultaban exactas, me hizo una incisión<br />

en el estómago y me extrajo varias visceras para disecarlas privadamente.<br />

El farmacéutico tendía a creer que yo estaba muerto. Traté de refutar su idea pateando y<br />

saltando con todas mis fuerzas, mientras me contorsionaba furiosamente, ya que las<br />

operaciones del cirujano me habían devuelto los sentidos. Pero ello fue atribuido a los<br />

efectos de una nueva batería galvánica con la cual el farmacéutico, que era hombre<br />

informado, efectuó diversos experimentos que no pudieron dejar de interesarme, dada la<br />

participación personal que tenía en ellos. Lo que más me mortificaba, sin embargo, era que<br />

todos mis intentos por entablar conversación fracasaban, al punto de que ni siquiera<br />

conseguía abrir la boca; imposible contestar, pues, a ciertas ingeniosas pero fantásticas<br />

teorías que, bajo otras circunstancias, mis detallados conocimientos de la patología<br />

hipocrática me habrían permitido refutar fácilmente.<br />

Dado que le era imposible llegar a una conclusión, el cirujano decidió dejarme en paz<br />

hasta un nuevo examen. Fui llevado a una buhardilla, y luego que la esposa del médico me<br />

hubo vestido con calzoncillos y calcetines, su marido me ató las manos y me sujetó las<br />

mandíbulas con un pañuelo, cerrando la puerta por fuera antes de irse a cenar, y dejándome<br />

entregado al silencio y a la meditación.<br />

Descubrí entonces con inmenso deleite que, de no haber tenido atada la boca con el<br />

pañuelo, hubiese podido hablar. Consolándome con esta reflexión, me puse a repetir<br />

mentalmente algunos pasajes de la Omnipresencia de la Divinidad, como era mi costumbre<br />

antes de entregarme al sueño; pero en ese momento dos gatos de voraz y vituperable<br />

aspecto entraron por un agujero de la pared, saltaron con una pirueta à la Catalani y<br />

cayeron uno frente a otro sobre mi cara, entregándose a una indecorosa contienda por la<br />

fútil posesión de mi nariz.<br />

Así como la pérdida de sus orejas sirvió para elevar al trono a Ciro, el Mago de Persia,<br />

y la mutilación de su nariz dio a Zopiro la posesión de Babilonia, así la pérdida de unas<br />

pocas onzas de mi cara sirvió para la salvación de mi cuerpo. Exasperado por el dolor y<br />

ardiendo de indignación, hice saltar de golpe las cuerdas y el vendaje. Corrí por la<br />

habitación, lanzando una mirada de desprecio a los beligerantes, y, luego de abrir la<br />

ventana ante su horror y desencanto, me precipité por ella con gran destreza.<br />

El ladrón de caminos W., al cual me parecía muchísimo, era llevado en ese momento<br />

desde la ciudad al cadalso erigido en los suburbios para su ejecución. Su extremada<br />

debilidad y el largo tiempo que llevaba enfermo le habían valido el privilegio de que no lo<br />

ataran; vestido con las ropas de los condenados a muerte —que se parecían mucho a las<br />

mías— yacía tendido en el fondo del carro del verdugo (carro que pasaba justamente bajo<br />

las ventanas del cirujano en momentos en que yo salía por la ventana), sin otra custodia que<br />

el carrero, que iba dormido, y dos reclutas del 6 de infantería, que estaban borrachos.<br />

Para mi mala suerte, caí de pie en el vehículo. W., que era hombre astuto, percibió al<br />

instante su oportunidad. Dando un salto se dejó caer del carro y, metiéndose por una calleja,<br />

se perdió de vista en un guiñar de ojos. Sobresaltados por el ruido, los reclutas no pudieron<br />

darse cuenta del cambio producido. Pero al ver a un hombre semejante en todo al villano,

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