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griega de su doncellez. Con ayuda de ello, polvos de arroz, carmín, peluca, dentadura<br />

postiza, falsa tournure y las más hábiles modistas de París, lograba mantener una respetable<br />

posición entre las bellezas un peu passées de la metrópoli francesa. En ese sentido, merecía<br />

ciertamente compararse a la celebérrima Ninon de l’Enclos.<br />

Era inmensamente rica, y al quedar viuda por segunda vez, y sin hijos, recordó que yo<br />

vivía en Norteamérica, y dispuesta a convertirme en su heredero se encaminó a los Estados<br />

Unidos acompañada de una parienta lejana de su segundo esposo, llamada Stéphanie<br />

Lalande.<br />

En la ópera, la atención de mi tatarabuela se vio reclamada por mi insistente escrutinio<br />

de su persona; cuando a su vez me examinó con ayuda de los gemelos parecióle notar en mí<br />

un aire de familia. Muy interesada y no ignorando que el heredero que buscaba vivía en la<br />

ciudad, quiso saber algo acerca de mi persona. El caballero que la acompañaba me conocía<br />

y le dijo quién era. Sus palabras renovaron su interés y la indujeron a repetir su escrutinio,<br />

fue este gesto el que me dio la audacia suficiente para conducirme en la forma imprudente<br />

que he narrado. Cuando me devolvió el saludo, lo hizo pensando que, por alguna rara<br />

coincidencia, yo había descubierto su identidad. Y cuando, engañado por mi miopía y las<br />

artes de tocador sobre la edad y los encantos de la extraña dama, pregunté con tanto<br />

entusiasmo a Talbot quién era, mi amigo supuso que me refería a la belleza más joven,<br />

como es natural, y me contestó sin faltar a la verdad, que era «la célebre viuda, Madame<br />

Lalande».<br />

A la mañana siguiente, mi tatarabuela se encontró en la calle con Talbot, a quien<br />

conocía desde hacía mucho en París, y, como es natural, la conversación versó sobre mí.<br />

Aclaróse entonces la cuestión de mi defecto visual, pues era bien conocido aunque yo no<br />

estuviera enterado de ello. Para su gran pesar, mi excelente tatarabuela se dio cuenta de que<br />

se había engañado al suponerme enterado de su identidad, y que, en cambio, había estado<br />

poniéndome en ridículo al expresar públicamente mi amor por una anciana desconocida.<br />

Dispuesta a castigarme por mi imprudencia, urdió un plan en connivencia con Talbot.<br />

Decidieron que éste se marcharía, a fin de no verse obligado a presentarme. Mis<br />

averiguaciones en la calle sobre «la hermosa viuda Madame Lalande», eran tomadas por<br />

todos como referentes a la dama más joven; así, la conversación con los tres amigos a<br />

quienes encontrara poco después de salir de casa de Talbot se explica fácilmente, lo mismo<br />

que sus alusiones a Ninon de l’Enclos. Nunca tuve oportunidad de ver en pleno día a<br />

Madame Lalande, y en el curso de su soirée musical, mi tonta resistencia a usar anteojos<br />

me impidió descubrir su verdadera edad. Cuando se pidió a «Madame Lalande» que<br />

cantara, todos se referían a la más joven, y fue ésta quien acudió al salón, pero mi<br />

tatarabuela, dispuesta a confundirme cada vez más, se levantó igualmente y acompañó a la<br />

joven hasta el piano. Si hubiese querido ir con ella, estaba pronta a decirme que las<br />

conveniencias exigían que me quedara donde estaba; pero mi propia y prudente conducta<br />

hizo innecesario esto último. Las canciones que tanto admiré, y que me confirmaron en la<br />

idea de la juventud de mi amada, fueron cantadas por Madame Stéphanie Lalande. En<br />

cuanto a los anteojos, me fueron entregados como complemento del engaño, como un<br />

aguijón en el epigrama de la burla. El obsequio dio además oportunidad para aquel sermón<br />

sobre mi presuntuosidad, que escuché tan religiosamente. Es casi superfluo añadir que los<br />

lentes del instrumento habían sido expresamente cambiados por otros que se adaptaban a<br />

mi miopía. Y por cierto que me iban estupendamente.<br />

El sacerdote que nos había unido en matrimonio era un amigo de diversiones de Talbot<br />

y no tenía nada de sacerdotal. Su especialidad eran los caballos y, después de permutar la

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