Un Obsequio de Amor Corrección Final

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-Y hubo algo más-, añadió Alicia.
-Se llegó al acuerdo de que cualquier cosa mal puesta, iría a parar a un bote
que mi tía colocó en un pasillo junto a las recámaras. Y lo primero que
sucedió fue que ese bote se llenó a más no poder, pero cansados de tener que
buscar en aquel cilindro metálico lo que abandonaban en cualquier parte,
esos niños optaron por cambiar de hábitos y se volvieron muy ordenaditos-.
-No hicieron falta gritos ni insultos para corregirlos. Simplemente: dulzura
para demandar y firmeza para hacer cumplir lo demandado-, señaló Ricardo.
-Ahora que dices eso, recuerdo lo que hacía el dueño de una empresa para
instruir sobre sus obligaciones a los empleados de la compañía.
Sus mentes volvieron al pasado.
En un edificio de doce pisos el tránsito de las personas en la planta baja era
continuo. Unos entraban y otros salían. Frente a tres elevadores se hacía cola
para subir. Dos damas con uniforme de seguridad se encargaban de revisar el
contenido de bolsos y portafolios de los recién llegados.
Don Gregorio Urrutia recibiría a su jefe de personal en el último piso.
En una superficie de ochocientos metros cuadrados rodeada de grandes
ventanales la vista exterior ofrecía las siluetas de otros grandes inmuebles
para oficinas, bajo un cielo azulado de escasa nubosidad.