Raices 1 Instituto Boliviano de Genealogía - andes
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unos meses <strong>de</strong> haber ingresado así al cenobio, "y cuando se acercaba el fatal momento para las<br />
mujeres", Da. Manuela hizo llamar a su hermano D. José Santos, le reveló su secreto y le imploró<br />
amparo, rogándole que sus padres no se enteraran <strong>de</strong> lo ocurrido. Movido por "el honor, el cariño y la<br />
sensibilidad fraternal", el hermano la indujo a que fingiera enfermedad, arregló con un médico amigo<br />
que éste "le recetase baños fuera <strong>de</strong>l Monasterio" y, con tal pretexto, la hizo salir y la ocultó en su<br />
propia casa. En ese lugar una noche, "a eso <strong>de</strong> la una o dos <strong>de</strong> la mañana", y sin más testigos que el<br />
dueño <strong>de</strong> casa y su hermano D. Antonio (quien había ido a dormir allí, "porque por casualidad se había<br />
quedado <strong>de</strong>l Colegio"), Da. Manuela dio a luz. Luego D. José Santos entregó la criatura -son sus<br />
palabras- "a Doña Antonia Zevallos, pariente nuestra, para que ella la hiciese bautizar como expuesta<br />
a sus puertas", como "así se veríficó”246; y, "a todo costo", cubrió <strong>de</strong> su peculio los gastos <strong>de</strong> la<br />
lactancia <strong>de</strong>l párvulo y <strong>de</strong> cuanto "exigía su mantenimiento", incluyendo la "gratificación <strong>de</strong>l trabajo <strong>de</strong><br />
dicha Señora" (la referida Da. Antonia). Mientras tanto, una vez recuperada, la madre volvió al<br />
Monasterio, don<strong>de</strong> su diligente hermano le aconsejó "repetidas veces que se mantuviera <strong>de</strong> seglara" y<br />
que, separada <strong>de</strong> sus padres "por las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l convento, no temiese <strong>de</strong> ellos", ofreciéndose él<br />
como mediador ante aquéllos para "hacerles saber todo lo ocurrido y prepararlos a recibirla en la casa<br />
paterna"; pero Da. Manuela rehusó la propuesta, consi<strong>de</strong>rando que por su falta sería objeto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdén,<br />
y pidió el hábito <strong>de</strong> novicia, no sin prohibir a su hermano que revelara a los padres el secreto hasta que<br />
ella hubiese profesado. Cumplido el año <strong>de</strong> noviciado, la joven pidió profesar; pero el Arzobispo (que lo<br />
era entonces el ya mencionado D. Benito María <strong>de</strong> Moxó y <strong>de</strong> Francolí), sabedor <strong>de</strong> los verda<strong>de</strong>ros<br />
motivos que inspiraban esa profesión, retardó conce<strong>de</strong>r la necesaria licencia. Volvió a insistir la novicia,<br />
y nuevamente el prelado dio largas al asunto. Así pasó más <strong>de</strong> un año, hasta que D. Pedro Cabero y<br />
su mujer, "aburridos", se dirigieron al Señor Moxó y enérgicamente le pidieron que <strong>de</strong> una vez, o bien<br />
concediera la licencia por la que instaba su hija, o bien "se les entregase [ésta] para lIevársela a su<br />
casa". Apremiado por las circunstancias, el Arzobispo se entrevistó personalmente con Da. Manuela<br />
para tratar <strong>de</strong> disuadirla <strong>de</strong> su propósito, manifestándole que el estado que pretendía tomar era<br />
"incompatible con los <strong>de</strong>beres que ya tenía como madre" y que, sin vocación para el claustro, allí<br />
"eternamente suspiraría por el mundo", y asegurándole "que no temiese que sus padres supiesen su<br />
<strong>de</strong>bilidad, pues él haría que con los brazos abiertos la aguardaran en su casa"; "pero ella, firme en su<br />
atolondrada resolución, nada oía, y su voz y sus manos pedían la toca". Frente "a tanta resistencia", el<br />
diligente pastor no pudo hacer más que dar su bendición a la <strong>de</strong>sdichada y conce<strong>de</strong>rle la licencia<br />
pedida. Así fue como, finalmente, profesó Sor Manuela, precedida la profesión por "las ceremonias <strong>de</strong><br />
costumbre. Se engalanó y vistió magníficamente la novicia; y, a pie o a [sic] coche, hizo los paseos <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>spedida". Profesada la monja, D. José Santos puso a sus padres en conocimiento <strong>de</strong> lo que, según<br />
su relato, hasta entonces ellos ignoraban; a saber, señaladamente, que tenían un nuevo nieto. A éste,<br />
D. Pedro y Da. Inés "lo recibieron en sus compasivos brazos, y <strong>de</strong>spués lo hicieron conducir al Curato<br />
<strong>de</strong> Santa Elena; no por ser cantón miserable, sino porque" su hijo "Don Rafael era Cura Propio <strong>de</strong><br />
aquella Doctrina, y para que bajo los respetos <strong>de</strong> él, [el niño] fuese enseñado en los primeros principios<br />
<strong>de</strong> lectura, escritura y cuentas por un hombre honrado como Don Gabino Durán, vecino <strong>de</strong> aquel<br />
Pueblo". Adquiridos esos rudimentos, el nieto fue llevado a las fincas <strong>de</strong> los Cabero en el Valle <strong>de</strong> Cinti<br />
"para darle ocupación en la labranza, profesión <strong>de</strong> sus abuelos". A partir <strong>de</strong> allí, la carrera <strong>de</strong> "Mariano<br />
Nabamuel" (como siempre lo llama el informante que ahora estamos siguiendo, en vez <strong>de</strong> "Mariano<br />
Cabero") se habría <strong>de</strong>slizado por una ininterrumpida serie <strong>de</strong> calaveradas, exponentes <strong>de</strong> sus "torcidas<br />
inclinaciones" o "mala índole". Abundando en ejemplos que no tengo espacio para referir en este lugar,<br />
D. José Santos Cabero presenta al hijo <strong>de</strong> Da. Manuela como perezoso, irresponsable, pródigo, amigo<br />
<strong>de</strong>l juego y <strong>de</strong> la buena vida, falto <strong>de</strong> escrúpulos, ingrato... Sea <strong>de</strong> ello lo que fuere, tiempo es <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />
algo, lo muy poco que hoy puedo, acerca <strong>de</strong> aquel D. Juan Esteban Nabamuel que enamoró a dicha<br />
Da. Manuela, y a quien el alegato <strong>de</strong>l Dr. Arce llama "consorte suyo ante Dios y los Cielos".247 D. José<br />
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246 No he encontrado hasta la fecha tiempo para intentar constatar, en los registros parroquiales chuquisaqueños, si el niño fue bautizado<br />
"corno expuesto a las puertas" <strong>de</strong> D. José Santos Cabero - según se refiere en el alegato atrás citado- o a las <strong>de</strong> Da. Antonia Ceballos<br />
(o Zevallos); pero persiste mi propósito <strong>de</strong> intentarlo. Como quiera que fuese, el caso me parece interesante como explícita constancia<br />
<strong>de</strong> lo que semejantes exposiciones - tan frecuentes en la época - solían disimular.<br />
247 [ARCE], Alegato 1<br />
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