el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Page 105<br />
en aqu<strong>el</strong> momento no me daba cuenta de casi nada, esperaba maquinalmente<br />
sin pensar en nada). Gané de nuevo, y volví a ganar cuatro veces seguidas.<br />
Re c u e rdo solamente que amontoné los florines por millares. Re c u e rd o<br />
también que las cifras de en medio, a las que no dejaba, salieron con mucha<br />
f recuencia. Salían con regularidad, siempre tres o cuatro veces seguidas; luego<br />
d e s a p a recían durante dos jugadas, y volvían por tres o cuatro veces consec<br />
u t i vas. Esta asombrosa regularidad su<strong>el</strong>e ocurrir a veces, y es lo que confunde<br />
a los <strong>jugador</strong>es profesionales que hacen cálculos lápiz en mano. ¿Qué terribles<br />
ironías de la suerte no se manifiestan aquí?<br />
Creo que no había transcurrido ni media hora desde mi llegada. De pro n t o ,<br />
<strong>el</strong> c ro u p i e ranunció que yo había ganado treinta mil florines, que la banca sólo<br />
respondía por esta suma en una sola jugada y que iban a cerrar la ruleta hasta<br />
<strong>el</strong> día siguiente. Tomé todo mi oro, lo metí en mis bolsillos, recogí todos mis<br />
billetes y me dirigí inmediatamente a otra sala donde había otra ruleta. La<br />
multitud se precipitó tras de mí. Allí me hicieron sitio inmediatamente y<br />
comencé a hacer posturas a diestra y siniestra y sin calcular. No puedo comp<br />
render lo que me salvó.<br />
Por otra parte, de vez en cuando acudía a mi mente la idea de calcular. Me<br />
inclinaba por ciertas cifras, pero pronto las abandonaba y volvía a jugar casi<br />
inconscientemente. Sin duda estaba muy distraído. Re c u e rdo que los c ro up<br />
i e rs corrigieron varias veces mi juego. Cometía torpes faltas. Mis mejillas<br />
estaban húmedas y mis manos temblaban. Los polacos acudieron a ofre c e r m e<br />
sus servicios, pero no escuché a nadie. La suerte no me abandonaba. De pro n t o<br />
e s t a l l a ron voces y risas alrededor de mí.<br />
— ¡ Br a vo, bravo! —gritaba la gente.<br />
Incluso algunos aplaudieron. También allí había ganado treinta mil florines<br />
y cerraron la banca hasta <strong>el</strong> día siguiente.<br />
—¡Váyase, váyase! —dijo alguien a mi dere c h a .<br />
Era un judío de Fr a n c f o rt. Todo <strong>el</strong> tiempo había estado a mi lado y, según<br />
c reo, me había ayudado una o dos veces.<br />
— ¡ Por amor de Dios, váyase! —murmuró otra voz a mi dere c h a .<br />
Eché una rápida ojeada. Era una dama de unos treinta años, modesta pero<br />
c o r rectamente vestida, con un ro s t ro que denotaba cansancio, de una palid<br />
ez enfermiza, pero que dejaba adivinar que había sido maravillosamente hermosa.<br />
En este instante atiborré mis bolsillos de billetes que crujían, y recogí <strong>el</strong><br />
o ro de encima de la mesa. Cogí <strong>el</strong> último cartucho de cincuenta federicos y<br />
conseguí sin ser notado deslizarlo en la mano de la dama pálida. Sentí un deseo<br />
terrible de hacerlo, y re c u e rdo que sus flacos y afilados dedos me estre c h a ro n<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia