el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Page 77<br />
de que su suerte va a decidirse. Sin embargo, confieso que no es esto lo que<br />
me preocupa. Quisiera penetrar en sus secretos. Quisiera que viniese a mí y<br />
me dijera: «Sabes que te amo», y, si no, si esta locura es irrealizable, entonces...<br />
¿qué desear? ¿Acaso yo mismo sé lo que deseo? Estoy como trastornado.<br />
Todo lo que quiero es estar cerca de <strong>el</strong>la, en su aureola, en su fulgor, para siemp<br />
re, durante toda mi vida. ¡No sé nada más! ¿Acaso puedo alejarme de <strong>el</strong>la?<br />
En <strong>el</strong> tercer piso, en <strong>el</strong> pasillo, experimenté como un choque. Me volví y<br />
a unos veinte pasos vi a Paulina que salía al corre d o r. Pa recía mirarme, espiarme,<br />
y en seguida me hizo una señal para que me acerc a r a .<br />
— Paulina Alexandrov n a . . .<br />
—Más bajo —me re c o m e n d ó .<br />
— Fi g ú rese —le dije en voz baja—que en este instante acabo de sentir<br />
como un golpe en <strong>el</strong> costado. ¡Me vu<strong>el</strong>vo y era usted! Como si de usted<br />
irradiara un fluido.<br />
— Tome esta carta —me dijo Paulina con aire sombrío y preocupado, sin<br />
duda no habiendo oído lo que yo le había dicho— y entrégues<strong>el</strong>a en seguida<br />
personalmente a míster Astley. Pronto, por favo r, se lo ru e g o. No tiene contestación.<br />
Él...<br />
No concluyó.<br />
—¿A míster Astley? —repetí, asombrado.<br />
Pe ro Paulina ya había desapare c i d o.<br />
Bueno, bueno, ¿de manera que se cartean? Naturalmente, corrí en seguida<br />
en busca de míster Astley, primero a su hot<strong>el</strong>, donde no estaba; luego al casino,<br />
donde recorrí todas las salas, y, por último, volví a casa despechado, casi desesperado,<br />
cuando lo encontré por casualidad, mezclado en una cabalgata de<br />
ingleses e inglesas. Le hice una señal, se detuvo y le entregué la carta. Ni siquiera<br />
tuvimos tiempo de cambiar una mirada. Pe ro sospecho que con toda intención<br />
míster Astley espoleó a su caballo.<br />
¿ Me atormentaban los c<strong>el</strong>os? Estaba completamente abatido. Ni siquiera<br />
deseaba enterarme d<strong>el</strong> sentido de aqu<strong>el</strong>la correspondencia. ¡De modo que<br />
él era su hombre de confianza! Su amigo, naturalmente. ¿Desde cuándo? Pe ro<br />
¿esto es amor? «Evidentemente, no», me decía la razón. Pe ro la sola razón<br />
tiene poco peso en semejante circunstancia. En todo caso, tenía que poner<br />
esto en claro. La cosa se complicaba desagradablemente.<br />
Apenas hube entrado en <strong>el</strong> hot<strong>el</strong>, <strong>el</strong> port e ro y <strong>el</strong> m a î t re d’ h ô t e la c u d i e ro n<br />
a mi encuentro y me anunciaron que preguntaban por mí y que me buscaban,<br />
que ya por tres veces habían ido a in£ormarse de dónde me encontraba<br />
y que me rogaban que fuera lo antes posible a las habitaciones d<strong>el</strong> gene-<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia