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el jugador - texto

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Page 81<br />

La abu<strong>el</strong>a estaba nerviosa, irritada. Era evidente que la obsesionaba la ru l e t a .<br />

No prestaba atención a nada más y estaba, por lo general, muy distraída. Po r<br />

ejemplo, durante <strong>el</strong> camino no hizo preguntas como por la mañana. Al adve rtir<br />

un lujoso carruaje que pasó a toda v<strong>el</strong>ocidad ante nosotros hizo con la<br />

mano un ademán y me preguntó quién era <strong>el</strong> propietario, pero sin duda no<br />

oyó mi respuesta. Su ensoñación estaba constantemente interrumpida por<br />

b ruscos movimientos de impaciencia y por salidas de tono. Cuando le<br />

mostré a lo lejos, al acercarme al casino, al barón y la baronesa Wu r m e r h e l m ,<br />

los miró con aire distraído, totalmente indiferente, y dijo.<br />

— A h !<br />

Y volviéndose vivamente a Potapytch y Ma rta, que la seguían, les<br />

e s p e t ó :<br />

— ¿ Por qué habéis de andar pegados a mí? ¡No os voy a llevar conmigo<br />

cada vez! ¡Vo l veos! Me basta contigo —añadió cuando los otros, después de<br />

haberla saludado apresuradamente, hubieron dado media vu<strong>el</strong>ta.<br />

En <strong>el</strong> casino esperaban ya a la abu<strong>el</strong>a. Inmediatamente le cedieron <strong>el</strong> mismo<br />

sitio al lado d<strong>el</strong> c ro u p i e r. Tu ve la impresión de que estos c ro u p i e r , ssiempre<br />

tan<br />

c o r rectos, que tienen la apariencia de simples funcionarios a quienes más o<br />

menos les da lo mismo que la banca gane o pierda, no son en modo alguno<br />

i n d i f e rentes a la suerte de la banca. Sin duda tienen sus instrucciones en cuanto<br />

a atraer a los <strong>jugador</strong>es y v<strong>el</strong>ar por los intereses d<strong>el</strong> fisco, lo que les vale primas<br />

y gratificaciones. Al menos miraban ya a la abu<strong>el</strong>a como a una víctima.<br />

En seguida sucedió lo que los nuestros habían pre v i s t o. He aquí cómo:<br />

La abu<strong>el</strong>a puso inmediatamente sus miras en <strong>el</strong> z é ro y me ordenó que jugara<br />

d i ez federicos de una vez. Jugamos una vez, dos veces, tres veces..., y <strong>el</strong> z é ro<br />

no salía.<br />

—¡Continúa, continúa! —repetía la abu<strong>el</strong>a, dándome con <strong>el</strong> codo, en<br />

su impaciencia.<br />

Yo me limitaba a obedecer.<br />

— ¿ Cuántas veces hemos jugado? —me preguntó por último, re c h i n a n d o<br />

los dientes de desesperación.<br />

— Doce veces, abu<strong>el</strong>a. Hemos perdido ciento cuarenta y cuatro federicos.<br />

Le repito que quizás hasta esta noche...<br />

—¡Cállate! —me interrumpió—. Pon en <strong>el</strong> z é ro y mil florines más en <strong>el</strong><br />

ro j o. Toma, aquí tienes un billete.<br />

http://www.scribd.com/Insurgencia

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