el jugador - texto
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Page 56<br />
i, sin apoyarse en <strong>el</strong> re s p a l d o. Levantaba su gran cabeza, de cab<strong>el</strong>los blancos<br />
y rasgos fuertes y acentuados. Miraba con aire altivo y provo c a d o r. Veíase que<br />
su mirada y sus ademanes eran completamente naturales. A pesar de sus setenta<br />
y cinco años, su ro s t ro conservaba frescura todavía y su dentadura no estaba<br />
demasiado estropeada. Llevaba un traje de seda negra y un sombre ro blanco.<br />
— Me interesa enormemente—me susurró míster Astley subiendo a mi<br />
l a d o.<br />
« Sabe lo de los t<strong>el</strong>egramas —pensé—, conoce a Des Grieux, pero pare c e<br />
ignorar todavía a mademois<strong>el</strong>le Bl a n c h e . »<br />
Llamé aparte a míster Astley.<br />
Le confesé, para vergüenza mía, que, una vez se hubo disipado mi asomb<br />
ro, me regocijaba exc e s i vamente por <strong>el</strong> golpe que en aqu<strong>el</strong> instante íbamos<br />
a dar al general. Esto me producía un efecto estimulante, y caminaba en<br />
c a b eza, muy alegre .<br />
Los nuestros tenían sus habitaciones en <strong>el</strong> tercer piso. Sin avisar ni llamar,<br />
abrí la puerta de par en par, y la abu<strong>el</strong>a hizo una entrada triunfal. Todos, como<br />
a propósito, estaban reunidos en <strong>el</strong> gabinete d<strong>el</strong> general. Era mediodía y, según<br />
me pareció, proyectaban una excursión en común, unos en coche y otros a<br />
c a b a l l o. Había también algunos invitados. Además d<strong>el</strong> general, Paulina, los<br />
niños y su nodriza, se encontraban en <strong>el</strong> gabinete Des Grieux, mademois<strong>el</strong>le<br />
Blanche, otra vez vestida de amazona; su madre, la señora viuda de Cominges;<br />
<strong>el</strong> principito y un sabio alemán a quien ya había visto una vez con <strong>el</strong>los.<br />
L l e va ron la butaca de la abu<strong>el</strong>a hasta <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> gabinete, a tres pasos d<strong>el</strong><br />
general. ¡Dios mío, jamás olvidaré la impresión que produjo! En <strong>el</strong> momento<br />
en que entramos, <strong>el</strong> general contaba algo y Des Grieux le replicaba. Hay que<br />
o b s e rvar que mademois<strong>el</strong>le Blanche y Des Grieux se mostraban desde hacía<br />
muchos días muy solícitos con <strong>el</strong> principito à la barbe du pauvre généra l, y<br />
la reunión había adoptado un tono quizá ficticio, pero dive rtido, cordial e<br />
í n t i m o. A la vista de la abu<strong>el</strong>a, <strong>el</strong> general se quedó con la boca abierta, pero<br />
no fue capaz de decir nada. La miraba con ojos desorbitados, como fascinado<br />
por la vista de un basilisco. La abu<strong>el</strong>a lo contemplaba también sin decir palabra,<br />
inmóvil, pero ¡con qué mirada triunfante, provocadora y burlona! Se<br />
o b s e rva ron así durante unos segundos en medio de un silencio general. De s<br />
Grieux se quedó primero estupefacto, pero a poco una viva inquietud apareció<br />
en su ro s t ro. Mademois<strong>el</strong>le Blanche frunció las cejas; tenía la boca entrea<br />
b i e rta y miraba con aire estúpido a la abu<strong>el</strong>a. El príncipe y <strong>el</strong> sabio contemplaban<br />
<strong>el</strong> cuadro muy intrigados. En la mirada de Paulina se leía un asomb<br />
ro y una perplejidad extremos; luego, de pronto, se puso blanca como <strong>el</strong><br />
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