el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Page 89<br />
Me daría mucha pena. Bueno, ya basta. No quiero ve ros más. Vete, adiós.<br />
—La acompañaré, abu<strong>el</strong>a —dijo Pa u l i n a .<br />
—Es inútil. Me molestarías, y estoy hasta la coronilla de todos vo s o t ro s .<br />
Paulina besó la mano de la abu<strong>el</strong>a, pero ésta retiró la mano y besó a la jove n<br />
en la mejilla.<br />
Al pasar ante mí, Paulina me lanzó una rápida mirada e inmediatamente<br />
volvió la vista.<br />
— Adiós también a tí, Alexis Iva n ovitch. Solamente falta una hora para<br />
que salga <strong>el</strong> tren. Me imagino que estarás cansado de mí. Toma estos cincuenta<br />
federicos.<br />
— Muchas gracias, abu<strong>el</strong>a, pero no me atre vo. . .<br />
— ¡ Bueno, bueno! —exclamó la abu<strong>el</strong>a con un tono tan enérgico y amenazador<br />
que no me atreví a rechazar <strong>el</strong> dinero.<br />
— Si te encuentras sin empleo en Moscú, ven a verme. Te daré re c o m e ndaciones.<br />
¡Vámonos!<br />
Volví a mi habitación y me tendí en la cama. Permanecí cosa de media<br />
hora tendido de espaldas, con las manos cruzadas bajo la nuca. Habíase producido<br />
la catástrofe y había que re f l e x i o n a . rDecidí<br />
hablarle seriamente a Pa ulina<br />
al día siguiente. ¡Ese francés! ¿De modo que era ve rdad? Pe ro ¿era posible?<br />
¡Paulina y Des Grieux! ¡Se ñ o r, qué pare j a !<br />
Todo esto era ve rdaderamente increíble. Me levanté bruscamente, fuera<br />
de mí, para ir en seguida a ver a míster Astley y hacerle hablar costara lo que<br />
costase. ¿Acaso también él sabría más que yo? Ot ro enigma más. Pe ro de<br />
p ronto llamaron a mi puerta. Fui a abrir. Era Po t a p y t c h .<br />
—Alexis Iva n ov i rch, señor, la señora quiere ve r l e .<br />
— ¿ Qué pasa? ¿No se ha ido? De n t ro de veinte minutos sale <strong>el</strong> tre n .<br />
—Está agitada, señor. No puede estar quieta. «¡Pronto, pronto!» Es a usted<br />
a quien llama. ¡Por amor de Dios, no tard e !<br />
Bajé en seguida. Ya habían sacado a la abu<strong>el</strong>a al corre d o r. Tenía la cartera<br />
en la mano.<br />
—Alexis Iva n ovitch, toma la d<strong>el</strong>antera. Vamos allá.<br />
—¿Dónde, abu<strong>el</strong>a?<br />
— Recuperaré mi dinero, aunque me cueste la vida. Vamos, andando, sin<br />
p reguntas. Se juega hasta medianoche, ¿ve rd a d ?<br />
Me quedé petrificado. Reflexioné, pero inmediatamente tomé una decisión.<br />
—Como quiera, Antonina Vasilievna, pero yo no iré.<br />
— ¿ Por qué? ¿Qué pasa? ¿Qué mosca os ha picado?<br />
—Como quiera. Pe ro yo más tarde me haría re p roches, y no quiero hacér-<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia