el jugador - texto
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Page 14<br />
cinco o diez luises de oro, raras veces más; hasta puede llegar a los mil francos<br />
si es muy rico, pero únicamente por juego, por dive rtirse, sólo por seguir<br />
<strong>el</strong> proceso de la ganancia o de la pérdida. No se interesa en <strong>el</strong> hecho mismo<br />
de ganar. Si ha ganado, puede, por ejemplo, echarse a reír a carcajadas, hacer<br />
p a rtícipe de sus observaciones a cualquiera de quienes lo rodean, o hasta jugar<br />
una vez y doblar su puesta, pero simplemente por curiosidad, por observa r<br />
las posibilidades, por hacer cálculos, y no por un vulgar deseo de ganar. En<br />
una palabra, no considera todas esas mesas de juego, tanto en la ruleta como<br />
en <strong>el</strong> t rente et quara n t e, sino como una diversión organizada para su solo plac<br />
e r. Ni siquiera debe sospechar los apetitos y trampas en que se apoya la banca.<br />
Hasta sería muy <strong>el</strong>egante por su parte imaginar que todos los demás jugad<br />
o res, toda aqu<strong>el</strong>la gente de tres al cuarto que tiembla por un florín, son ricos<br />
c a b a l l e ros como él y que juegan únicamente para distraerse y pasar <strong>el</strong> tiempo.<br />
Esta total ignorancia de la realidad y estos sencillos puntos de vista sobre los<br />
h o m b res son, evidentemente, muy aristocráticos.<br />
Veía como las madres empujaban a sus hijas, frágiles e inocentes criaturas<br />
de quince o dieciséis años, las daban unas monedas y les enseñaban la marcha<br />
d<strong>el</strong> juego. La muchacha ganaba o perdía y se retiraba contenta, sonriendo<br />
s i e m p re. Con gran aplomo, nuestro general se acercó a la mesa. Un criado se<br />
p recipitó a acercarle una silla, pero él no le prestó atención. Lentamente sacó<br />
su portamonedas y también lentamente sacó de él trescientos francos en piezas<br />
de oro que colocó sobre <strong>el</strong> negro, y ganó. No recogió la ganancia y la dejó<br />
s o b re la mesa. Salió de nuevo <strong>el</strong> negro, y tampoco esta vez retiró su apuesta,<br />
y cuando, a la tercera vez, salió <strong>el</strong> rojo, perdió de un golpe mil doscientos francos.<br />
Se retiró sonriendo, muy dueño de sí mismo. Estoy seguro de que sentía<br />
una opresión en <strong>el</strong> corazón y que si la postura hubiese sido <strong>el</strong> doble o <strong>el</strong><br />
triple, no le habría sido tan sencillo dominar su turbación. Por su parte, a mi<br />
lado, un francés ganó y perdió después unos treinta mil francos con cara sere n a<br />
y sin demostrar la más mínima emoción. Un ve rd a d e ro caballero no debe<br />
emocionarse ni aun cuando pierda toda su fortuna. El dinero debe estar de<br />
tal manera por debajo de un caballero, que éste llegue hasta no pre o c u p a r s e<br />
por él. Evidentemente, es perfectamente aristocrático hacer que se ignore <strong>el</strong><br />
fango y la decoración en medio de la cual se agita toda esa gentuza. Si n<br />
embargo, la actitud contraria es a veces igualmente distinguida; observa r, es<br />
d e c i r, mirar y contemplar, aunque sólo sea con <strong>el</strong> rabillo de los lentes, toda<br />
esa podre d u m b re; pero considerando todo ese gentío y todo ese fango como<br />
una especie de diversión, como una re p resentación organizada para entre t ener<br />
a los g e n t l e m e n. Uno puede incluso mezclarse con <strong>el</strong> gentío, pero mirando<br />
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