el jugador - texto
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Page 75<br />
en seguida; luego descansaré un poco y vo l veré abajo.<br />
— ¿ Qu i e re usted vo l ver a jugar, abu<strong>el</strong>a? —pre g u n t é .<br />
— ¿ Qué te suponías? Po rque tú estás ahí aburriéndote, ¿he de aburrirme<br />
yo también?<br />
—Mais, Madame! —dijo Des Grieux, acercándose—. Les chances peuve n t<br />
t o u rner; une seule mauvaise chance, et vous perd rez tout, surtout avec vo t re jeu...<br />
c’était terrible!<br />
—Vous perd rez absolument —susurró mademois<strong>el</strong>le Bl a n c h e .<br />
—Y a vo s o t ros, ¿qué os importa? Lo que voy a perder no es vuestro dinero ,<br />
sino <strong>el</strong> mío. Pe ro ¿dónde está míster Astley? —me pre g u n t ó .<br />
— Se ha quedado en <strong>el</strong> casino, abu<strong>el</strong>a.<br />
—Lástima; es realmente un buen muchacho.<br />
De re g reso a casa, la abu<strong>el</strong>a, al cruzarse con <strong>el</strong> m a î t re d’ h ô t e l en la escalera,<br />
lo llamó y alardeó de su triunfo. Luego llamó a Fedosia, le dio tre s<br />
federicos y le ordenó que le sirviese la comida. Durante ésta, Fedosia y Ma rt a<br />
se deshicieron en exc l a m a c i o n e s .<br />
—La miraba a usted, querida —charloteaba Ma rta—, y le dije a Po t a p y t c h :<br />
« ¿ Qué quiere hacer nuestra señora?» ¡Y cuánto dinero sobre la mesa, santo<br />
ci<strong>el</strong>o! ¡En mi vida había visto tanto! Y alre d e d o r, señores, solamente señores.<br />
Y entonces voy y pregunto: «¿De dónde vienen todos estos señore s ,<br />
Potapytch?» Y pienso: «¡Que la Virgen santísima la ayude!» Rogaba por usted,<br />
señora, y mi corazón se negaba a latir, se detenía y yo temblaba como una<br />
hoja. «Se ñ o r, ayúdala», decía para mí. Y <strong>el</strong> Señor la ha ayudado. Todavía estoy<br />
temblando, querida, todavía estoy temblando.<br />
—Alexis Iva n ovitch, prepárate para después de comer. Hacia las cuatro<br />
vo l ve remos allá. Ahora, adiós, y no olvides mandarme a uno de esos medicuchos.<br />
Además, también he de tomar las aguas. Podrías olvidarlo.<br />
At u rdido, dejé a la abu<strong>el</strong>a. Trataba de imaginarme qué iba a ser ahora de<br />
todos nosotros y qué cariz tomarían las cosas. Veía claramente que todavía<br />
<strong>el</strong>los no se habían repuesto de la primera sorpresa (sobre todo <strong>el</strong> general).<br />
La aparición de la abu<strong>el</strong>a, en lugar d<strong>el</strong> t<strong>el</strong>egrama esperado cada hora anunciando<br />
su muerte (y, en consecuencia, la apertura d<strong>el</strong> testamento), había re d ucido<br />
de tal manera a la nada todo <strong>el</strong> sistema de proyectos y decisiones, que,<br />
con ve rdadera perplejidad y una especie de estupor, seguían las ulteriores hazañas<br />
de la anciana en la ruleta. Y, sin embargo, este segundo hecho era más<br />
i m p o rtante que <strong>el</strong> primero, porque, aunque la abu<strong>el</strong>a hubiese declarado en<br />
dos ocasiones que no daría dinero al general, ¡quién sabe!, no había por qué<br />
p e rder toda la esperanza. Des Grieux, mezclado en todas las cosas d<strong>el</strong> gene-<br />
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