el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Page 68<br />
resó sobre todo un hombre joven sentado al extremo de la mesa y que jugaba<br />
f u e rte, haciendo posturas de millares de francos, y ya había ganado, según<br />
murmuraban los vecinos, unos cuarenta mil francos, que tenía ante él en<br />
un montón de monedas de oro y billetes de banco. Estaba pálido. Sus ojos<br />
brillaban y temblaban sus manos. Jugaba sin contar <strong>el</strong> dinero y lo recogía a<br />
puñados, y, no obstante, no dejaba de ganar y <strong>el</strong> oro se amontonaba ante él.<br />
Los criados se desvivían en torno suyo; le lleva ron una butaca y despejaro n<br />
<strong>el</strong> lugar en torno a él, para que la multitud no le molestara, todo esto con vistas<br />
a una espléndida recompensa. Algunos <strong>jugador</strong>es afortunados la dan a<br />
veces sin contarla, sacando a manos llenas <strong>el</strong> dinero d<strong>el</strong> bolsillo. Al lado d<strong>el</strong><br />
j oven se había instalado ya un polaco que, con actitud respetuosa, le hablaba<br />
constantemente al oído, sin duda para aconsejarle y dirigir su juego y, naturalmente,<br />
esperando una remuneración. Pe ro <strong>el</strong> <strong>jugador</strong> apenas le pre s t a b a<br />
atención, apostaba a la buena de Dios y continuaba amontonando dinero.<br />
Manifiestamente había perdido la cabez a .<br />
La abu<strong>el</strong>a lo observó durante algunos minutos.<br />
— Dile —dijo de pronto, dándome con <strong>el</strong> codo—, dile que abandone ya,<br />
que recoja su dinero y se largue. Lo va a perd e r, lo va a perder todo en seguida<br />
—añadió inquieta y casi jadeante de emoción—. ¿Dónde está Po t a p y t c h ?<br />
¡ Que le manden a Potapytch! Dís<strong>el</strong>o, dís<strong>el</strong>o—repetía, dándome codazo s — .<br />
Pe ro ¿dónde está Potapytch? S o rtez! Sort e z !—comenzó a gritar al jove n .<br />
Me incliné sobre <strong>el</strong>la y le dije en voz baja y con energía que no estaba permitido<br />
gritar así en aqu<strong>el</strong> lugar, que incluso estaba prohibido hablar como<br />
no fuera en voz baja, porque esto molestaba a los que calculaban y haría<br />
que nos echaran de allí.<br />
— ¡ Qué lástima! ¡Ese hombre está perdido! Pe ro él lo quiere... No puedo<br />
mirarlo, porque me da pena. ¡Qué estúpido!<br />
Y la abu<strong>el</strong>a se volvió a mirar a otra part e .<br />
Allí, a la izquierda, veíase entre los <strong>jugador</strong>es a una joven dama acompañada<br />
de una especie de enano. Ig n o ro quién era este enano: ¿sería acaso un<br />
pariente de <strong>el</strong>la o lo había llevado por causar sensación? Ya había observado a<br />
esta joven. Todos los días iba al casino a la una de la tarde y se iba a las dos<br />
horas justas. Cada día jugaba durante una hora. La conocían y le acerc a ro n<br />
una butaca. Sacó d<strong>el</strong> bolsillo algunas monedas de oro y algunos billetes de mil<br />
francos, y los colocó tranquilamente, con frialdad, apuntando los número s<br />
s o b re una hoja de pap<strong>el</strong> y esforzándose en descubrir <strong>el</strong> sistema según <strong>el</strong> cual se<br />
concentrarían las posibilidades en un momento dado. Jugaba grandes cantidades.<br />
Ganaba cada día mil, dos mil y a veces tres mil francos, nunca más, y,<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia