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el jugador - texto

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poco rato. Pr i m e ro puse veinte federicos a los pares y gané, los dejé y volví a<br />

g a n a r. Así dos o tres veces. Creo que la cantidad que tuve en las manos llegó<br />

a ser de cuatrocientos federicos en cinco minutos. En ese instante debí de<br />

haberme retirado, pero una sensación extraña se apoderó de mí: un deseo de<br />

p rovocar al destino, de gastarle una broma, de sacarle la lengua. Arriesgué la<br />

m a yor cantidad autorizada, cuatro mil florines, y perdí. Me calenté y saqué<br />

todo <strong>el</strong> dinero que quedaba, lo coloqué como la vez anterior y perdí de nuevo.<br />

Entonces, aturdido, dejé la mesa. No comprendía lo que había ocurrido, y<br />

no conté mi mala suerte a Paulina Alexandrovna hasta justamente antes de<br />

c o m e r. Hasta entonces anduve errante por <strong>el</strong> parq u e .<br />

Durante la comida me sentí de nuevo excitado como tres días antes. El<br />

francés y mademois<strong>el</strong>le Blanche comían aún con nosotros. Ocurrió que mademois<strong>el</strong>le<br />

Blanche había estado por la mañana en <strong>el</strong> casino y asistió a mis hazañas.<br />

Aqu<strong>el</strong>la vez me dirigió la palabra con mayor consideración. El francés<br />

fue al grano y me preguntó sin rodeos si <strong>el</strong> dinero que había perdido era mío.<br />

Creo que sospecha de Paulina. En una palabra, aquí hay gato encerrado.<br />

Im p rovisé una mentira y dije que era dinero mío.<br />

El general estaba extraordinariamente asombrado: ¿de dónde había sacado<br />

yo una cantidad semejante? Le expliqué que había comenzado con diez federicos,<br />

y que, doblando la postura seis o siete veces seguidas, llegué a tener<br />

cinco mil o seis mil florines y que lo había perdido todo en dos jugadas.<br />

Todo esto era, sin duda, ve rosímil. Mientras daba esta explicación, miré a<br />

Paulina, pero nada pude descubrir en su ro s t ro. Sin embargo, me dejó continuar<br />

sin decirme nada. Deduje que había que mentir y ocultar que jugaba por<br />

<strong>el</strong>la. De todos modos, me dije, me debe la explicación que me ha pro m e t i d o.<br />

Creí que <strong>el</strong> general iba a hacerme alguna observación, pero permaneció<br />

en silencio. En cambio, vi en su ro s t ro que se sentía agitado e inquieto. Ac a s o<br />

en las dificultades en que se encontraba le resultaba penoso oír decir que un<br />

montón de oro tan respetable se había escabullido, en <strong>el</strong> espacio de un cuart o<br />

de hora, de las manos de un imbécil tan imprudente como yo.<br />

Supongo que ayer por la tarde tendría un vivo altercado con <strong>el</strong> francés.<br />

Ha b l a ron mucho rato animadamente; habían cerrado la puerta con llave. El<br />

francés salió furioso. Esta mañana volvió muy temprano a ver al general,<br />

sin duda para continuar la conversación de aye r.<br />

Al saber que yo había perdido, <strong>el</strong> francés, con tono sarcástico y ciert a<br />

malignidad, observó que convenía ser razonable. No sé por qué añadió que<br />

aunque los rusos sean con frecuencia <strong>jugador</strong>es, no son ni siquiera capaces<br />

de jugar.<br />

http://www.scribd.com/Insurgencia<br />

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