el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Page 31<br />
¡Y quiere usted que no sea fatalista! Re c u é rd<strong>el</strong>o: anteaye r, en <strong>el</strong> Schlangenberg,<br />
le dije en voz baja cuando me provocó usted: «Diga una palabra y me<br />
a r rojo por <strong>el</strong> pre c i p i c i o.» Si usted hubiese dicho la palabra, habría saltado. Lo<br />
c ree, ¿ve rd a d ?<br />
— ¡ Qué charla tan estúpida! —exc l a m ó .<br />
— ¡ Me importa un bledo que sea estúpida o no! —dije—. Sé que cuando<br />
usted está d<strong>el</strong>ante necesito hablar, hablar, hablar..., y hablo. En su pre s e n c i a<br />
p i e rdo todo amor propio y todo me tiene sin cuidado.<br />
— ¿ Por qué tenía que obligarle a arrojarse desde lo alto d<strong>el</strong> Schlangenberg?<br />
—me dijo secamente con un tono particularmente ofensivo—. Era completamente<br />
inútil.<br />
— ¡ Admirable! —exclamé—. Ha empleado usted ese admirable «inútil»<br />
con <strong>el</strong> propósito de abrumarme. La veo como es. ¿Inútil, dice? Pe ro <strong>el</strong> placer<br />
es siempre útil, y un poder absoluto, sin límites, aunque sea sobre una<br />
mosca, es también una especie de goce. El hombre es déspota por naturalez a :<br />
le gusta hacer sufrir. A usted le gusta esto por encima de todo.<br />
Re c u e rdo que me examinaba con una atención part i c u l a r. Sin duda<br />
mi ro s t ro expresaba entonces todas las sensaciones absurdas y extrava g a ntes<br />
que yo experimentaba. Re c u e rdo ahora que nuestra conversación se<br />
d e s a r rolló casi exactamente en los términos que traslado aquí. Mis ojos estaban<br />
inyectados en sangre. La espuma subía a mis labios. Y por lo que se<br />
re f i e re al Schlangenberg, juro por mi honor, hasta en este momento, que<br />
si me hubiese ordenado que me arrojara abajo, lo habría hecho. Incluso si<br />
lo hubiera dicho por broma, con desprecio y escupiéndome, también me<br />
habría arro j a d o.<br />
— No, ¿por qué? Le creo —dijo, pero con ese tono que sólo <strong>el</strong>la sabe<br />
e m p l e a , rcon<br />
tanto desprecio y malicia y tanta arrogancia que, por Dios, habría<br />
sido capaz de matarla en aqu<strong>el</strong> instante. Ella se arriesgaba a eso. Yo no había<br />
mentido cuando se lo dije.<br />
— ¿ No es usted cobarde?—me preguntó de pro n t o.<br />
— No lo sé, quizás sí. No sé... Hace mucho tiempo que no me he hecho<br />
esta pre g u n t a .<br />
— Si yo le dijera: «Mate a ese hombre», ¿lo haría?<br />
—¿A quién?<br />
—A quien yo quisiera.<br />
—¿Al francés?<br />
— No me pregunte, responda. A quien yo le diga. Qu i e ro saber si está<br />
usted hablando en serio.<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia