el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Page 111<br />
— Bueno, ¡dame ahora mis cincuenta mil francos!<br />
— Paulina, ¡vu<strong>el</strong>ves a las andadas! —dije.<br />
—A menos que no hayas cambiado de idea. ¡Ja, ja, ja! ¿Acaso te has arrep<br />
e n t i d o ?<br />
So b re la mesa estaban los veinticinco mil florines contados la víspera. Los<br />
cogí y se los di.<br />
— ¿ De manera que ahora son míos? ¿De veras? —me preguntó malignamente,<br />
con <strong>el</strong> dinero en la mano.<br />
— Si e m p re han sido tuyos —le dije.<br />
— Bueno, pues ¡ahí tienes tus cincuenta mil francos!<br />
L e vantó <strong>el</strong> brazo y me los arrojó a la cara. El paquete me dio en pleno ro st<br />
ro, y los billetes se diseminaron por <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o. Después Paulina abandonó<br />
corriendo la habitación.<br />
Sé que en aqu<strong>el</strong> momento no estaba <strong>el</strong>la en sus cabales, aunque yo no comp<br />
renda esta locura pasajera. Bien es ve rdad que desde hace un mes está enferma.<br />
Sin embargo, ¿cuál fue la causa de ese estado y sobre todo de esa salida? ¿Estaba<br />
humillado su orgullo? ¿Acaso le habría parecido que me envanecía de mi<br />
s u e rte y que, como Des Grieux, quería desembarazarme de <strong>el</strong>la dándole cincuenta<br />
mil francos? No obstante, en conciencia no había nada de eso. Cre o<br />
que la culpa la tenía en parte su vanidad, la vanidad que la había lanzado a<br />
no tenerme confianza y a ofenderme, aunque todo esto se le mostrase sin<br />
duda muy confusamente. Seguramente, en este caso, he pagado por De s<br />
Grieux, y resultaba acaso culpable sin que yo tuviese mucha culpa. Ciert o<br />
es que todo esto no era más que d<strong>el</strong>irio, y cierto es también que yo sabía<br />
que <strong>el</strong>la estaba d<strong>el</strong>irando y... que no presté atención a esta circunstancia. ¿Ac a s o<br />
<strong>el</strong>la no podía perdonárm<strong>el</strong>o ahora? Sí, ahora sí, pero ¿y <strong>el</strong> otro día, <strong>el</strong> otro día?<br />
Su d<strong>el</strong>irio y su enfermedad no eran tan violentos para hacerla olvidar lo que<br />
hacía, yendo a verme con la carta de Des Grieux. Por tanto, sabía lo que hacía.<br />
Ap resuradamente metí de cualquier manera en la cama mis billetes y <strong>el</strong><br />
o ro, eché encima la colcha y salí, cosa de diez minutos después de Pa u l i n a .<br />
Estaba seguro de que se había refugiado en su cuarto, y quería deslizarme<br />
sin ruido en la sala y preguntarle a la nodriza por la salud de la señorita. Cu á l<br />
no sería mi estupefacción cuando la nodriza, al encontrarme en la escalera,<br />
me dijo que Paulina no había vu<strong>el</strong>to todavía y que iba a buscarla a mis<br />
h a b i t a c i o n e s .<br />
— Acaba de salir hace un momento —le dije—, apenas hace diez minutos.<br />
¿Dónde habrá podido ir?<br />
La nodriza me miró con aire de re p ro c h e .<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia