el jugador - texto
el jugador - texto
el jugador - texto
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
m<strong>el</strong>os. No quiero ser ni testigo ni participante. Dispénseme, Antonina Va s ilievna.<br />
Aquí tiene sus cincuenta federicos. ¡Ad i ó s !<br />
Y dejando <strong>el</strong> cartucho de monedas de oro sobre un v<strong>el</strong>ador que había al<br />
lado de la butaca de la abu<strong>el</strong>a, saludé y me fui.<br />
— ¡ Qué estupidez! —me gritó la abu<strong>el</strong>a—. Pe ro si tú no me acompañas,<br />
ya encontraré <strong>el</strong> camino yo sola. Potapytch, hazme compañía. ¡Vamos, lléva<br />
m e !<br />
No encontré a míster Astley y volví al hot<strong>el</strong>. Más tarde, hacia la una de<br />
la madrugada, supe por Potapytch cómo había terminado la jornada de la<br />
abu<strong>el</strong>a. Había perdido todo lo que yo le había cambiado, es decir, diez mil<br />
rublos más. El polaco a quien <strong>el</strong>la había dado dos federicos no la abandonó<br />
un instante y dirigió su juego hasta <strong>el</strong> final. Ella había recurrido primero a<br />
Potapytch, pero no tardó en prescindir de él. En ese momento surgió <strong>el</strong> polaco.<br />
Como hecho adrede, comprendía <strong>el</strong> ruso y chapurreaba bien que mal una<br />
m ezcla de tres lenguas, de manera que podían llegar a entenderse. La abu<strong>el</strong>a<br />
no dejó un instante de insultarlo sin piedad, aunque <strong>el</strong> otro se ponía «a los<br />
pies de la pani». 2 0<br />
— Ni punto de comparación con usted, Alexis Iva n ovitch —decía<br />
Potapytch—. A usted <strong>el</strong>la le trataba CO M OA U NS E Ñ O R, mientras que <strong>el</strong> otro<br />
(lo he visto con mis propios ojos, que Dios me confunda si miento) le ro b a b a<br />
<strong>el</strong> dinero ante sus propias narices. Ella incluso lo sorprendió un par de ve c e s<br />
y lo injurió, poniéndolo de vu<strong>el</strong>ta y media. Hasta le tiró d<strong>el</strong> p<strong>el</strong>o. Es la ve rdad,<br />
no miento. Esto hizo reír a todos. Lo perdió todo, señor: todo lo que<br />
<strong>el</strong>la tenía, todo lo que usted le había cambiado. Trajimos aquí a la señora.<br />
Pidió un vaso de agua, se santiguó y se metió en la cama. Sin duda estaba agotada,<br />
porque se quedó dormida en seguida. ¡Dios le dé buen sueño! ¡Oh, <strong>el</strong><br />
e x t r a n j e ro! —concluyó Potapytch—. Yo había pronosticado ya que esto no<br />
traería nada bueno. Quisiera encontrarme en nuestro Moscú ¿Qué no<br />
tenemos allí, en casa? Un jardín, flores como las de aquí, aire, manzanos, espac<br />
i o... No, había que ir al extranjero. ¡Oh, oh!<br />
20 La pani: «la señora».<br />
http://www.scribd.com/Insurgencia<br />
Page 90