Ana Mendez Ferrell – Regiones de Cautividad - Ondas del Reino
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<strong>Ana</strong> Mén<strong>de</strong>z <strong>Ferrell</strong>/ 180<br />
quiero que te a<strong>de</strong>ntres hasta el fondo <strong>de</strong> la cueva".<br />
Me quedé un tanto sorprendida por la respuesta, pero<br />
me <strong>de</strong>cidí a obe<strong>de</strong>cer.<br />
Lentamente, avanzamos. Era, literalmente, como<br />
entrar al infierno. Olía a carne podrida por todos lados<br />
y ese olor hacía insoportable nuestro caminar. Al<br />
llegar a la parte más profunda vimos entre la<br />
oscuridad, apenas alumbrado por las velas <strong>de</strong> los<br />
hechizos, un ser que nos miraba.<br />
Era un joven extremadamente <strong>de</strong>lgado y sucio; su<br />
barba y sus uñas largas estaban llenas <strong>de</strong> sangre seca<br />
y excremento. Su rostro estaba cubierto por una<br />
espesa costra <strong>de</strong> mugre lo mismo que susropas. Yacía<br />
todo encogido tras una hoguera apagado en la que<br />
todavía se sentía el olor o carne quemada y a las<br />
hierbas propias <strong>de</strong> los encantamientos. De su cuello<br />
colgaban los coloridos "collares <strong>de</strong> santo", propios <strong>de</strong>l<br />
Voodú. Su presencio era tenebrosa y maligna.<br />
Súbitamente, clavó sus ojos en los míos. Estaba<br />
mirando al diablo en carne y hueso. Con voz áspera y<br />
burlona nos preguntó si nosotros también veníamos a<br />
enterrar a los vivos." ¡No!", exclamé con gran<br />
autoridad. "Venimos por ti". Se empezó a reír,<br />
mofóndose <strong>de</strong> nosotros. En mi espíritu oraba todo el<br />
tiempo, buscando la dirección <strong>de</strong> Dios. Estaba<br />
calmada y en total dominio. La voz <strong>de</strong>l Señor me dijo<br />
que lo sacara <strong>de</strong> ahí y que lo llevara o la entrada <strong>de</strong><br />
la cueva. Sabía que estaba ante un caso como el<br />
en<strong>de</strong>moniado gadareno, al que liberó Jesús, el cual<br />
vivía entre los sepulcros. La presencia <strong>de</strong> Dios me<br />
fortalecía y me llenaba <strong>de</strong> valor. Sin titubear lo tomé<br />
<strong>de</strong> la mano. "¡Me quemas, me quemas!", vociferaba,<br />
mientras <strong>de</strong>jaba que lo guiara hasta la entrada <strong>de</strong> la<br />
181 / <strong>Regiones</strong> <strong>de</strong> <strong>Cautividad</strong><br />
cueva. Sabía que había ángeles guardándonos y<br />
ro<strong>de</strong>ándonos en todo momento.<br />
Oí la voz <strong>de</strong> Jesús que me <strong>de</strong>cía: "Es el hijo <strong>de</strong> un<br />
Pastor". Me quedé helada. Pero con seguridad le dije:<br />
Tu padre es un Pastor, ¿Qué haces aquí?<br />
El muchacho se llenó <strong>de</strong> ira y dolor al mismo tiempo<br />
y me <strong>de</strong>claró que su papá lo había violado y<br />
entregado a un "Babalao" (brujo <strong>de</strong>l Brasil) a la edad<br />
<strong>de</strong> seis años. Este lo había entrenado para hacer todo<br />
tipo <strong>de</strong> trabajos <strong>de</strong> hechicería, a hacer zombis a la<br />
gente, a llevar a cabo los más gran<strong>de</strong>s conjuros a<br />
través <strong>de</strong> la Umbanda y el Comdomblé (Formas <strong>de</strong><br />
alta magia). Había sido consagrado como sacerdote.<br />
Su voz cambió entonces, y maliciosamente me<br />
preguntó mi nombre. No se lo <strong>de</strong>claré. Los guerreros<br />
oraban sin cesar, <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong> la cueva. Se sentía<br />
la opresión y la tensión <strong>de</strong> una guerra muy fuerte.<br />
Tomé la autoridad en silencio y empecé a adorar o<br />
Dios mientras entraba en el Espíritu. El Señor me urgía<br />
a sacarlo <strong>de</strong> sus cautiverios. Esa cueva era la<br />
manifestación física <strong>de</strong> las terribles prisiones en las<br />
que se encontraba.<br />
Una visión se abrió ante mis ojos y me vi <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />
Trono <strong>de</strong> Dios. Su presencia me cubrió con una<br />
armadura <strong>de</strong> oro y <strong>de</strong> luz, mezclados, y un enorme<br />
ángel vino a mi encuentro. En sus manos empuñaba<br />
una espada y un escudo. Y el Señor me dijo que lo<br />
siguiera. Empezamos a entrar en lugares profundos,<br />
eran como cavernas que nos dirigían a honduras<br />
cada vez mayores. Se oían los gritos <strong>de</strong> gente<br />
atormentada, pero el Señor no me permitía mirarlos.<br />
Me instaba a adorarlo a El continuamente en mi<br />
espíritu yana voltear, oyera lo que oyera.