La orientación académico-laboral en Educación de Personas

complejidad es la naturaleza de las decisiones
relevantes que toman los adultos en relación con
las de los menores. Y por último, es más compleja
la información que debe utilizarse: más polifacética,
más laberíntica, más vinculada al uso de tecnologías
digitales, más difícil de manejar.
Una cuestión es que esta orientación debe ser
llevada a cabo por profesionales, orientadores y
tutores, con una formación inicial centrada en lo
psicopedagógico, los primeros, y en lo didáctico,
los segundos. Otra cuestión también es que el
modelo de orientación al que me refiero es obra
de técnicos y profesionales volcados en la educación
de niños y adolescentes. Por eso probablemente
se sigan manteniendo términos, y en ocasiones
prácticas, más propios del trato con menores
como son los de tutor, tutoría y sus derivados.
Dice la primera acepción del Diccionario de la Real
Academia que tutor es la persona que ejerce la
tutela. Pero ¿es preciso tutelar a personas adultas
perfectamente capacitadas? El análisis de los términos
permite a menudo descubrir la raíz de las
ideas que los sustentan.
¿Tutor o mediador? No es cuestión de palabras,
sino de pensamientos. El uso del término tutor
(¿también del concepto?) que todos hacemos,
seguramente forma parte del mismo universo
mental por el que nos referimos a los adultos que
aprenden (nuestros alumnos) en tercera persona,
excluyéndonos, no sé si de la condición adulta o de
la de aprendices. Sea como fuere, lo cierto es que
la consideración profunda como iguales de esos
La orientación para personas adultas
no puede limitarse al ámbito académico,
sino que debe operar en la realidad
social: ámbito del empleo, facetas
de la vida cotidiana...
adultos que circunstancialmente son nuestros
alumnos debe manifestarse en la práctica. Si somos
sustancialmente iguales y no tenemos que
tutelarles, la acción orientadora que ejerzamos
respecto a ellos debe ayudarles a manejarse en las
complejidades de los muchos mundos del mundo
posmoderno.
Por eso la orientación de adultos, la intermediación
entre la persona adulta y los caudales de
información, no puede rehuir facetas que extrañen
el estricto ámbito de lo educativo. De hacerse
así se estaría reduciendo a esas personas a la
condición de alumnos, que sólo ostentan parcialmente.
Esta muy lejos de mi intención volver, con estos
argumentos, a la vieja teoría del hombre orquesta,
según la cual los profesionales de la educación de
adultos debían ser una suerte de supermanes
capaces de ofrecer soluciones a todas las dificultades
que les presentasen los alumnos. No se trata
de esto. Pero sí de que todas las personas dedicadas
a la orientación de adultos se conviertan en
administradores de información lo suficientemente
competentes como para permitir a los usuarios la
formación de un criterio respecto a la misma.
Obviamente esta competencia profesional debe
tener diferente cualidad e intensidad en función del
papel concreto que deba jugar en el sistema de
orientación cada profesional.
El paso de la función tutorial a la función mediadora
conlleva un requisito imprescindible. Me
estoy refiriendo a la necesidad de formación específica
para llevar a cabo tareas de esta índole. En
el caso de los orientadores esta necesidad es
perentoria, dado su papel capital en el funcionamiento
de la orientación en los centros. Aunque no
es menos importante en el caso de los tutores.
Refiriéndonos a aquéllos, la formación específica,
complementaria de su bagaje profesional, debería
referirse a la mejora en la capacidad de administrar
información referida a los principales ámbitos
de preocupación de los adultos: el empleo, la
familia, la salud, los afectos, el consumo, la vivienda,
los asuntos públicos, las leyes….¡Ah! y la educación,
pero de eso ya saben. He escrito administrar
información y no manejar ideas vagas o generalidades.
La tarea es compleja y la formación
indispensable.
La orientación académico-laboral en E.P.A.
MONOGRÁFICO
29