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HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Ab vrbe ... - Historia Antigua

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estaban tomando entonces la ciudad por asedio o asalto, <strong>su</strong> entrada al día siguiente<br />

no estuvo marcada por ningún signo de ira o ardor. Pasando la puerta Colina, que<br />

estaba abierta, llegaron al Foro y mirabanque llegaron a la redonda del Foro y<br />

miraban los templos y la Ciudadela, que era lo único que mostraba alguna<br />

apariencia de guerra. Dejaron allí un pequeño destacamento de guardia para<br />

protegerse de cualquier ataque <strong>desde</strong> la ciudadela o el Capitolio; luego se<br />

dispersaron por las calles en las que no se veía un alma, en busca de botín. Algunos<br />

se precipitaban a la vez en las casas cercanas, otros se dirigían a las más distantes,<br />

esperando encontrarlas intactas y llenas de despojos. Consternados por la misma<br />

desolación del lugar y temiendo que alguna estratagema pudiera sorprender a los<br />

rezagados, regresaron a las inmediaciones del Foro en orden cerrado. Las casas de<br />

los plebeyos estaban atrancadas, los atrios de los patricios estaban abiertos; pero<br />

sentían más indecisión a la hora de entrar en las casas abiertas que en las cerradas.<br />

Contemplaban con auténtica veneración a los hombres que permanecían sentados<br />

en los vestíbulos de <strong>su</strong>s mansiones, no sólo por la sobrehumana magnificencia de<br />

<strong>su</strong>s vestiduras, por <strong>su</strong> porte y <strong>su</strong> comportamiento, sino también por la majestuosa<br />

expresión de <strong>su</strong>s rostros, que semejaba la apariencia de los dioses. Así quedaron,<br />

en pie, mirándolos como si fueran estatuas, hasta que, según se dice, uno de los<br />

patricios, Marco Papirio, <strong>su</strong>scitó la ira de un galo, que empezó a tirarle de la barba<br />

(que en aquellos tiempos todos llevaban larga), al golpearle en la cabeza con <strong>su</strong><br />

bastón de marfil. Él fue el primero en ser asesinado, los otros fueron luego<br />

masacrados en <strong>su</strong>s sillas. Después de esta masacre de los principales, no quedó<br />

nadie con vida; las casas fueron saqueadas y luego les prendieron fuego.<br />

[5,42] Ahora bien, fuese que no todos los galos estuviesen animados por el ardor de<br />

destruir la Ciudad, que <strong>su</strong>s jefes hubiesen, por un lado, decidido que el espectáculo<br />

de unos cuantos fuegos intimidaría a los sitiados para rendirse deseando salvar <strong>su</strong>s<br />

hogares, o por otro, que al abstenerse de un combate general mantenían en <strong>su</strong><br />

poder lo que quedaba de la Ciudad como una promesa con la que debilitar la<br />

determinación del enemigo, lo cierto es que los incendios estuvieron lejos de ser tan<br />

indiscriminados o extensos como se habría esperado del primer día de una ciudad<br />

conquistada. Cuando los romanos observaron, <strong>desde</strong> la Ciudadela, la Ciudad llena<br />

de enemigos corriendo por todas las calles, cómo <strong>su</strong>cedían a cada momento nuevos<br />

desastres, primero en un barrio y luego en otro, no pudieron controlar más <strong>su</strong>s ojos y<br />

oídos, ni mucho menos <strong>su</strong>s pensamientos y sentimientos. En cualquier dirección, <strong>su</strong><br />

atención era atraída por los gritos del enemigo, los chillidos de las mujeres y los<br />

niños, el rugir de las llamas y el desplome de las casas al caer; donde quiera que<br />

volviesen <strong>su</strong>s ojos y mentes, eran como espectadores obligados por la Fortuna a<br />

contemplar la caída de <strong>su</strong> patria, impotentes para proteger nada de lo que tenían,<br />

más allá de <strong>su</strong>s vidas. Eran mucho más dignos de lástima que cualquier otro que<br />

hubiera <strong>su</strong>frido un asedio, separados como estaban de <strong>su</strong> tierra natal y viendo todo<br />

lo que había sido <strong>su</strong>yo en poder del enemigo. El día que había pasado en una tal<br />

miseria fue seguido por una noche sin un ápice de descanso, y luego de nuevo por<br />

otro día de angustia; no hubo ni una hora libre de la visión de alguna nueva<br />

calamidad. Y, sin embargo, no obstante agobiados y abrumados con tantas<br />

desgracias, habiendo visto todo caer en llamas y ruinas, ni por un momento<br />

declinaron <strong>su</strong> determinación de defender con <strong>su</strong> valor el único punto que les restaba<br />

de libertad: la colina que poseían, por pequeña y pobre que pudiera ser. Por fin, al<br />

prolongarse este estado de cosas día tras día, se acostumbraron a este estado de<br />

miseria y volvían <strong>su</strong>s pensamientos, de las circunstancias que les rodeaban, a <strong>su</strong>s<br />

armas y a <strong>su</strong>s espadas en la mano derecha, a las que miraban como lo único que<br />

podía darles esperanza.<br />

[5.43] Durante algunos días los galos se limitaron a hacer una guerra inútil por las<br />

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