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HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Ab vrbe ... - Historia Antigua

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ciudadanos cayeran en la locura de luchar entre sí. Esto, decían, ha demostrado ser<br />

el único veneno, la única plaga de los Estados poderosos, que hizo morir a los<br />

grandes imperios. Tales males habían sido controlados durante largo tiempo, en<br />

parte por la sabia política del Senado, en parte por la paciencia de la plebe, pero<br />

ahora las cosas habían llegado al extremo. El Estado unido se había dividido en dos,<br />

cada uno con <strong>su</strong>s propios magistrados y con <strong>su</strong>s propias leyes. Al principio, los<br />

alistamientos produjeron reyertas, pero cuando ya se encontraban en el servicio los<br />

hombres obedecían a <strong>su</strong>s generales. Mientras la disciplina militar se mantuvo el mal<br />

pudo ser detenido, cualquiera que fuese el estado de cosas en la Ciudad, pero ahora<br />

la costumbre de desobedecer a los magistrados se estaba extendiendo entre los<br />

soldados romanos en campaña. Durante la última guerra, en la misma batalla, en el<br />

momento crucial, la victoria pasó a los ecuos vencidos por la actitud común de todo<br />

el ejército: abandonaron los estandartes, abandonaron a <strong>su</strong> general sobre el campo<br />

de batalla y las tropas volvieron al campamento en contra de <strong>su</strong>s órdenes. De<br />

hecho, si se forzaban las cosas, Roma podría ser vencida por medio de <strong>su</strong>s propios<br />

soldados; sólo se necesitaba una declaración de guerra, una demostración de<br />

actividad militar y el destino y los dioses harían el resto. Previsiones de tal índole<br />

habían dado nuevas fuerzas a los etruscos, tras <strong>su</strong>s muchas vicisitudes de victoria y<br />

derrota.<br />

[2.45] Los cón<strong>su</strong>les romanos, también, nada temían más que a <strong>su</strong>s propias fuerzas y<br />

<strong>su</strong>s propias armas. El recuerdo del precedente funesto establecido en la última<br />

guerra les di<strong>su</strong>adía de cualquier acción, y en virtud de ello temían un ataque<br />

simultáneo de dos ejércitos. Se confinaron en <strong>su</strong>s campamentos, y ante el doble<br />

peligro evitaron el enfrentamiento, esperando que el tiempo y las circunstancias<br />

pudieran quizá calmar las pasiones exaltadas y calmar los ánimos. Los veyentinos y<br />

los etruscos trataron por todos los medios de forzar la batalla; se acercaban al<br />

campamento y desafiaban a los romanos para que luchasen. Al final, ya que no<br />

conseguían nada con burlas e in<strong>su</strong>ltos ni contra el ejército ni contra los cón<strong>su</strong>les,<br />

declararon que los cón<strong>su</strong>les estaban usando el pretexto de las discordias internas<br />

para encubrir la cobardía de <strong>su</strong>s hombres, que desconfiaban de <strong>su</strong> valor más que<br />

dudaban de <strong>su</strong> lealtad. El silencio y la inactividad entre los hombres alistados era un<br />

nuevo tipo de sedición. También les gritaban, con verdades y mentiras, cosas sobre<br />

el origen reciente de <strong>su</strong> estirpe. Gritaban todo esto cerca de las murallas y puertas<br />

del campamento. Los cón<strong>su</strong>les se lo tomarom con calma, pero los soldados rasos se<br />

indignaron y avergonzaron, apartando <strong>su</strong>s pensamientos de los problemas internos.<br />

No querían que el enemigo siguiese impune, tampoco estaban dispuestos a que los<br />

patricios y los cón<strong>su</strong>les se salieran con la <strong>su</strong>ya; el odio contra el enemigo trataba de<br />

imponerse al odio hacia <strong>su</strong>s compatriotas. Por fin, prevaleció el primero, tan<br />

despectiva e insolente se volvieron las burlas del enemigo. Se reunieron en multitud<br />

alrededor de las tiendas de los generales, insistiendo en combatir y pidiendo que<br />

dieran la señal para la acción. Los cón<strong>su</strong>les acercaron <strong>su</strong>s cabezas, como si<br />

deliberasen, y permanecieron así algún tiempo. Estaban ansiosos por luchar, pero<br />

tenían que reprimir y ocultar <strong>su</strong> ansiedad de modo que el entusiasmo de los<br />

soldados, una vez despertado, aumentase con la oposición y el retraso. Les dijeron<br />

que las cosas no estaban maduras, que aún no era el momento adecuado para la<br />

batalla y que debían permanecer dentro del campamento. A continuación, dictaron la<br />

orden de que no debía lucharse, y que cualquier que luchase contra las órdenes<br />

emitidas sería tratado como un enemigo. Los soldados, despedidos con esta<br />

respuesta, ansiaban aún más combatir cuanto que pensaban que los cón<strong>su</strong>les no lo<br />

deseaban. El enemigo se volvió aún más atrevido cuando se <strong>su</strong>po que los cón<strong>su</strong>les<br />

habían decidido no combatir; se imaginaban que podrían in<strong>su</strong>ltarles ahora con<br />

impunidad, pues no confiaban en los soldados y las cosas podrían alcanzar el<br />

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