HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Ab vrbe ... - Historia Antigua
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en vuestro nombre. Vosotros no estáis, en modo alguno, comprometidos por nosotros, pues no nos habíais<br />
dado ninguna orden; no sois responsables ante los samnitas, pues nada habéis tratado con ellos. Somos<br />
nosotros los responsables, comprometidos como deudores y muy capaces de pagar la deuda en lo que a<br />
nosotros respecta; y estamos dispuestos a pagar, es decir, entregar nuestras personas y vidas. Que sobre<br />
estas dejen caer <strong>su</strong> venganza, que sobre estas descarguen <strong>su</strong> ira y <strong>su</strong>s espadas. En cuanto a los tribunos,<br />
debéis considerar si se les debe entregar enseguida o si debe retrasarse <strong>su</strong> entrega; pero por lo que a<br />
nosotros respecta, Tito Veturio y el resto de vosotros que estáis comprometidos, debemos entre tanto<br />
ofrecer estas nuestras vidas sin valor para cumplir nuestra promesa, y que nuestras muertes liberen las<br />
armas de Roma para actuar".<br />
[9.10] Tanto el discurso como el orador produjeron una gran impresión en todos los que le oyeron,<br />
incluyendo los tribunos, que quedaron tan impresionados por lo que habían oído que se pusieron<br />
formalmente se pusieron a disposición del Senado. De inmediato renunciaron <strong>su</strong> cargo y fueron<br />
entregados a los feciales para ser llevados con el resto a Caudio. Después que el Senado hubo aprobado la<br />
resolución, semejó como si la luz del día brillase de nuevo sobre el Estado. El nombre de Postumio estaba<br />
en boca de todos, fue puesto por las nubes, <strong>su</strong> conducta se comparó al mismo nivel que la del autosacrificio<br />
de Publio Decio y de otros ejemplos espléndidos de heroísmo. Por <strong>su</strong> consejo y auxilio, decían<br />
los hombres, había encontrado el Estado la manera de evitar una paz culpable y deshonrosa; se exponía a<br />
sí mismo a la ira del enemigo y a todas las torturas que le pudiesen infligir, como víctima expiatoria del<br />
pueblo romano. Todas las miradas se volvieron a las armas y a la guerra, "Se nos permitirá alguna vez",<br />
exclamaban, "enfrentarnos a los samnitas con las armas?" En medio de esta hoguera de emoción, ira y sed<br />
de venganza, se celebró un alistamiento y todos se reengancharon como voluntarios. Se formaron nueve<br />
legiones, aparte de las tropas iniciales, y el ejército marchó hacia Caudio. Los feciales se adelantaron y, al<br />
llegar a las puertas de la ciudad, ordenaron que se quitaran las prendas a quienes habían capitulado y que<br />
se atasen <strong>su</strong>s brazos a la espalda. Cuando <strong>su</strong> ayudante, por respeto al rango de Postumio, ató las cuerdas<br />
con laxitud, éste le preguntó: "Por qué no atas la cuerda con fuerza, la que la entrega sea como debe ser?"<br />
En cuanto entraron en la sala del consejo y llegaron al tribunal donde estaba sentado Poncio, el fecial se<br />
dirigió a él así: "Por cuanto estos hombres, sin tener órdenes para ello del pueblo romano de los quirites,<br />
dieron <strong>su</strong> promesa y juramento de que se firmaría un tratado y por ello han sido declarados culpables de<br />
incurrir en falta, por la presente os hago entrega de estos hombres, a fin de que el pueblo romano pueda<br />
ser ab<strong>su</strong>elto de la culpa de un acto impío y detestable." Al decir esto el fecial, Postumio le golpeó tan<br />
fuerte como pudo en el musco con la rodilla, y a voz en grito declaró que él era un ciudadano samnita,<br />
que había violado el derecho de gentes al maltratar al fecial que, como embajador, era inviolable, y que<br />
tras esto los romanos tenían razones de sobra para proseguir la guerra.<br />
[9.11] Poncio respondió: "Ni yo voy a aceptar esta entrega de los vuestros ni los samnitas la considerarán<br />
válida. ¿Por qué tú, Espurio Postumio, si crees en la existencia de los dioses, no rescindes todo el acuerdo<br />
o cumples con lo que prometiste? El pueblo samnita tiene derecho a todos aquellos a quienes tuvo en <strong>su</strong><br />
poder, o a que en <strong>su</strong> lugar se haga la paz con Roma. Pero ¿por qué apelo a ti? Tú mantienes tu palabra<br />
hasta el final, al entregarte como prisionero a tu vencedor. Hago un llamamiento al pueblo romano. Si no<br />
está satisfecho con el acuerdo de las Horcas Caudinas, que coloquen nuevamente <strong>su</strong>s legiones entre los<br />
pasos que les aprisionaron. Que no haya intento de fraude por ninguna parte, que se anule toda la<br />
operación, que se les devuelvan las armas que entregaron en la capitulación, que vuelvan a <strong>su</strong> posición de<br />
entonces, que tengan cuanto tenían la víspera de <strong>su</strong> rendición. Cuando esto sea hecho, que formen una<br />
recia línea y voten por la guerra, que repudien entonces el acuerdo y la paz convenidas. Vamos a<br />
continuar la guerra con la misma <strong>su</strong>erte y sobre el mismo terreno en que estábamos antes que se hiciera<br />
mención de la paz; el pueblo romano no tendrá motivo para culpar a <strong>su</strong>s cón<strong>su</strong>les por promesas que no<br />
tenían derecho a hacer, ni nosotros tendremos motivo para culpar al pueblo romano de ninguna violación<br />
de la fe".<br />
"¿Es que nunca os faltarán motivos para dejar de cumplir vuestros acuerdos al ser derrotados?<br />
Entregasteis rehenes a Porsena, luego se los robasteis. Rescatasteis vuestra ciudad de los galos con oro, y<br />
mientras estaban recibiéndolo fueron masacrados. Hicisteis la paz con nosotros a condición de liberar a<br />
vuestras legiones cautivas, y ahora decís que esa paz es nula y sin efecto. Siempre ocultáis vuestra<br />
deshonestidad bajo engañosos pretextos de derecho y justicia. ¿No aprueba el pueblo romano que <strong>su</strong>s<br />
legiones se salvaran a costa de una paz humillante? Entonces, que mantenga la paz por sí mismo, sólo