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precisamente para reemp<strong>la</strong>zar a los ángeles que pecaron, para llenar el hueco que<br />
<strong>de</strong>jaron con su <strong>de</strong><strong>fe</strong>cción.<br />
Al pecar, los ángeles rebel<strong>de</strong>s no perdieron ninguno <strong>de</strong> sus dones naturales. <strong>El</strong> diablo<br />
posee una agu<strong>de</strong>za intelectual y un po<strong>de</strong>r sobre <strong>la</strong> naturaleza impropios <strong>de</strong> nosotros,<br />
meros seres humanos. Toda su inteligencia y todo su po<strong>de</strong>r van ahora dirigidos a apartar<br />
<strong>de</strong>l cielo a <strong>la</strong>s almas a él <strong>de</strong>stinadas. Los esfuerzos <strong>de</strong>l diablo se encaminan ahora<br />
incansablemente a arrastrar al hombre a su misma senda <strong>de</strong> rebelión contra Dios. En con<br />
secuencia, <strong>de</strong>cimos que los diablos nos tientan al pecado.<br />
No sabemos el límite exacto <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r. Desconocemos hasta qué punto pue<strong>de</strong>n influir<br />
sobre <strong>la</strong> naturaleza humana, hasta qué punto pue<strong>de</strong>n dirigir el curso natural <strong>de</strong> los<br />
acontecimientos para inducirnos a tentación, para llevarnos al punto en que <strong>de</strong>bemos<br />
<strong>de</strong>cidir entre <strong>la</strong> voluntad <strong>de</strong> Dios y nuestra voluntad personal. Pero sabemos que el diablo<br />
nunca pue<strong>de</strong> forzarnos a pecar. No pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>struir nuestra libertad <strong>de</strong> elección. No pue<strong>de</strong>,<br />
por <strong>de</strong>cirlo así, forzarnos un «Sí» cuando realmente queremos <strong>de</strong>cir «No». Pero es un adversario<br />
al que es muy saludable temer.<br />
¿Es real el diablo?<br />
Alguien ha dicho que incluso el más encarnizado <strong>de</strong> los pecadores <strong>de</strong>dica más tiempo a<br />
hacer cosas buenas o indi<strong>fe</strong>rentes que cosas ma<strong>la</strong>s. En otras pa<strong>la</strong>bras, que siempre hay<br />
algún bien incluso en el peor <strong>de</strong> nosotros.<br />
Es esto lo que hace tan difícil compren<strong>de</strong>r <strong>la</strong> real naturaleza <strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios. Los ángeles<br />
caídos son espíritus puros sin cuerpo. Son absolutamente inmateriales. Cuando fijaron su<br />
voluntad contra Dios en el acto <strong>de</strong> su rebelión, abrazaron el mal (que es el rechazo <strong>de</strong><br />
Dios) con toda su naturaleza. Un <strong>de</strong>monio es cien por cien mal, cien por cien odio, sin que<br />
pueda hal<strong>la</strong>rse un mínimo resto <strong>de</strong> bien en parte alguna <strong>de</strong> su ser.<br />
La inevitable y constante asociación <strong>de</strong>l alma con estos espíritus, cuya maldad sin<br />
paliativos es una fuerza viva y activa, no será el menor <strong>de</strong> los horrores <strong>de</strong>l infierno. En<br />
esta vida nos encontramos a disgusto, incómodos, cuando tropezamos con alguien<br />
manifiestamente <strong>de</strong>pravado. A duras penas po<strong>de</strong>mos soportar <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que será estar<br />
enca<strong>de</strong>nado por toda <strong>la</strong> eternidad a <strong>la</strong> maldad viva y absoluta, cuya fuerza <strong>de</strong> acción<br />
sobrepasa inconmensurablemente <strong>la</strong> <strong>de</strong>l hombre más corrompido.<br />
A duras penas soportamos el pensarlo, aunque tendríamos que hacerlo <strong>de</strong> vez en<br />
cuando. Nuestro gran peligro aquí, en <strong>la</strong> tierra, es olvidarnos <strong>de</strong> que el diablo es una<br />
fuerza viva y actuante. Más peligroso todavía es <strong>de</strong>jarnos influir por <strong>la</strong> soberbia intelectual<br />
<strong>de</strong> los <strong>de</strong>screídos. Si nos <strong>de</strong>dicamos a leer libros «científicos» y a escuchar a gente<br />
«lista», que pontifican que el diablo es «una superstición medieval» hace tiempo<br />
superada, insensiblemente terminaremos por pensar que es una figura retórica, un<br />
símbolo abstracto <strong>de</strong>l mal sin entidad real.<br />
Y éste sería un error fatal. Nada conviene más al diablo que el que nos olvi<strong>de</strong>mos <strong>de</strong> él o<br />
no le prestemos atención, y, sobre todo, que no creamos en él. Un enemigo cuya<br />
presencia no se sospecha, que pue<strong>de</strong> atacar emboscado, es doblemente peligroso. Las<br />
posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> victoria que tiene un enemigo aumentan en proporción a <strong>la</strong> ceguera o<br />
inadvertencia <strong>de</strong> <strong>la</strong> víctima.<br />
Lo que Dios hace, no lo <strong>de</strong>shace. Lo que Dios da, no lo quita. Dio a los ángeles<br />
inteligencia y po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n superior, y no los revoca, ni siquiera a los ángeles rebel<strong>de</strong>s.<br />
Si un simple ser humano pue<strong>de</strong> inducirnos a pecar, si un compañero pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir «¡Ha<strong>la</strong>!,<br />
Pepe, vámonos <strong>de</strong> juerga esta noche», si una vecina pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir «¿Por qué no pruebas<br />
esto, Rosa? También tú tienes <strong>de</strong>recho a <strong>de</strong>scansar y no tener más hijos en una