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hay murmuración maliciosa o los padres disputan <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> los hijos; si papá fanfarronea y<br />
mamá miente sin escrúpulo ante el teléfono, entonces, que Dios compa<strong>de</strong>zca a estos hijos a<br />
quienes sus padres educan en el pecado.<br />
«Corregir al que yerra» no es una obligación exclusiva <strong>de</strong> padres y maestros. La responsabilidad <strong>de</strong><br />
conducir a los <strong>de</strong>más a <strong>la</strong> virtud es algo que nos atañe a todos, <strong>de</strong> acuerdo con nuestro mayor o<br />
menor ascendiente. Es un <strong>de</strong>ber que tenemos que ejercitar con pru<strong>de</strong>ncia e inteligencia. A veces,<br />
al ser corregido, un pecador se obstina más en su pecado, especialmente si <strong>la</strong> corrección se hace en<br />
tono santurrón o paternalista. («No estoy borracho; déjame en paz; mozo, póngame otra copa»). Es<br />
esencial que hagamos nuestra corrección con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y con cariño, teniendo bien presentes<br />
nuestras propias faltas y <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s.<br />
Sin embargo, pru<strong>de</strong>ncia no quiere <strong>de</strong>cir cobardía. Si sé que un amigo mío usa anticonceptivos, o se<br />
permite infi<strong>de</strong>lida<strong>de</strong>s matrimoniales, o p<strong>la</strong>nea casarse fuera <strong>de</strong> <strong>la</strong> Iglesia, o <strong>de</strong> otro modo pone en<br />
peligro su salvación eterna, el amor <strong>de</strong> Dios me exige que haga todo lo que esté en mi mano para<br />
disuadirle <strong>de</strong> su suicidio espiritual. Es una cobardía <strong>de</strong> <strong>la</strong> peor especie tratar <strong>de</strong> excusarse diciendo:<br />
«Bien, sabe tan bien como yo lo que está bien y lo que está mal; ya tiene edad para saber lo que se<br />
hace. No es asunto mío <strong>de</strong>cirle lo que tiene que hacer». Si lo viera apuntándose a <strong>la</strong> sien con una<br />
pisto<strong>la</strong> o poniéndose un cuchillo al cuello, ciertamente consi<strong>de</strong>raría asunto mío el <strong>de</strong>tenerle, por<br />
mucho que protestara por mi intromisión. Y está c<strong>la</strong>ro que su vida espiritual <strong>de</strong>be importarme más<br />
que su vida física. Oigamos cuál será nuestra recompensa: «Hermanos míos, si alguno <strong>de</strong> vosotros<br />
se extravía <strong>de</strong> <strong>la</strong> verdad y otro logra reducirle, sepa que quien convierte a un pecador <strong>de</strong> su<br />
errado camino salvará su alma <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte y cubrirá <strong>la</strong> muchedumbre <strong>de</strong> sus pecados» (Sant. 5,19-<br />
20).<br />
«Perdonar <strong>la</strong>s injurias» y «Sufrir con paciencia los <strong>de</strong><strong>fe</strong>ctos <strong>de</strong>l prójimo». ¡Ah!, he aquí lo que<br />
escuece. Todo lo que tenemos <strong>de</strong> humano, todo lo que nos es natural, se subleva contra el conductor<br />
impru<strong>de</strong>nte que nos cierra el paso, el amigo que traiciona, el vecino que difun<strong>de</strong> mentiras sobre<br />
nosotros, el comerciante que nos engaña. Es aquí don<strong>de</strong> tocamos el más sensible nervio <strong>de</strong>l amor<br />
propio. ¡Cuesta tanto <strong>de</strong>cir con Cristo en su cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que<br />
hacen»! Pero, tenemos que hacerlo si <strong>de</strong> verdad somos <strong>de</strong> Cristo. Es aquí cuando nuestro amor a<br />
Dios pasa <strong>la</strong> prueba máxima, es aquí cuando se ve si nuestro amor al prójimo es auténticamente<br />
sobrenatural.<br />
«Conso<strong>la</strong>r al triste» es algo que, para muchos, surge espontáneamente. Si somos seres humanos<br />
normales, sentimos condolencia natural por los atribu<strong>la</strong>dos. Pero es esencial que el consuelo que<br />
ofrecemos sea más que meras pa<strong>la</strong>bras y gestos sentimentales. Si po<strong>de</strong>mos hacer algo para confortar<br />
al que sufre, no po<strong>de</strong>mos omitir el hacerlo porque nos cause molestias o sacrificios. Nuestras<br />
pa<strong>la</strong>bras <strong>de</strong> consuelo serán mil veces más eficaces si van acompañadas <strong>de</strong> obras.<br />
Finalmente, «Rogar a Dios por los vivos y los difuntos», algo que, por supuesto, todos hacemos,<br />
conscientes <strong>de</strong> lo que significa ser miembro <strong>de</strong>l Cuerpo Místico <strong>de</strong> Cristo y <strong>de</strong> <strong>la</strong> Comunión <strong>de</strong> los<br />
Santos. Pero aquí también pue<strong>de</strong> meterse el egoísmo si nuestras oraciones se limitan a <strong>la</strong>s necesi-