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Parte 1 El credo - año de la fe

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siquiera estamos seguros <strong>de</strong> querer ser ayudados. Pero al instante <strong>la</strong> tentación <strong>de</strong>saparece.<br />

Después, al reflexionar sobre esto, no po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir honradamente que<br />

vencimos <strong>la</strong>, tentación, pareció como si se evaporara.<br />

A veces también hemos experimentado realizar una acción, que para nuestro modo <strong>de</strong><br />

ser, sorpren<strong>de</strong> por su abnegación, generosidad o <strong>de</strong>sprendimiento. Experimentamos una<br />

sensación agradable. Pero no tenemos más remedio que admitir: «Realmente, así no soy<br />

yo.»<br />

En ambos ejemplos <strong>la</strong>s gracias recibidas no eran sólo suficientes, sino eficaces también.<br />

Las gracias <strong>de</strong> estos ejemplos son <strong>de</strong> un tipo más bien relevante, pero ordinariamente<br />

cada vez que hacemos bien o nos abstenemos <strong>de</strong> un mal, nuestra gracia ha sido eficaz,<br />

ha cumplido su fin. Y esto es cierto incluso cuando sabemos que nos hemos esforzado,<br />

incluso cuando sentimos haber librado una batal<strong>la</strong>.<br />

Pienso que, en verdad, una <strong>de</strong> nuestras mayores sorpresas el Día <strong>de</strong>l Juicio será<br />

<strong>de</strong>scubrir lo poco que hemos hecho por nuestra salvación. Quedaremos atónitos al<br />

conocer cuán continua y completamente <strong>la</strong> gracia <strong>de</strong> Dios nos ha ro<strong>de</strong>ado y acompañado<br />

a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> nuestra vida. Aquí muy pocas veces reconocemos <strong>la</strong> mano <strong>de</strong> Dios. En alguna<br />

ocasión no po<strong>de</strong>mos menos que reconocer: «La gracia <strong>de</strong> Dios ha estado conmigo»,<br />

pero el Día <strong>de</strong>l Juicio veremos que por cada gracia que hayamos notado hay otras cien o<br />

diez mil que nos han pasado totalmente inadvertidas.<br />

Y nuestra sorpresa se mezc<strong>la</strong>rá con una actitud <strong>de</strong> vergüenza. Nos pasamos <strong>la</strong> vida<br />

<strong>fe</strong>licitándonos por nuestras pequeñas victorias: <strong>la</strong> copa <strong>de</strong> más a <strong>la</strong> que dijimos no; los<br />

p<strong>la</strong>nes para salir con aquel<strong>la</strong> persona que nos era ocasión <strong>de</strong> pecado a los que supimos<br />

renunciar; <strong>la</strong> réplica mordaz o airada que no <strong>de</strong>jamos escapar <strong>de</strong> nuestra boca; el saber<br />

vencernos para saltar <strong>de</strong> <strong>la</strong> cama e ir a Misa cuando nuestro cuerpo cansado nos gritaba<br />

sus protestas.<br />

<strong>El</strong> Día <strong>de</strong>l Juicio tendremos <strong>la</strong> primera visión objetiva <strong>de</strong> nosotros mismos. Poseeremos<br />

un cuadro completo <strong>de</strong> <strong>la</strong> acción <strong>de</strong> <strong>la</strong> gracia en nuestra vida y veremos lo poco que<br />

hemos contribuido a nuestras <strong>de</strong>cisiones heroicas y a nuestras acciones supuestamente<br />

nobles. Casi po<strong>de</strong>mos imaginar a nuestro Padre Dios sonriendo, amoroso y divertido, al<br />

ver nuestra confusión, mientras nos oye exc<strong>la</strong>mar avergonzados: «¡Si en todo y siempre<br />

eras Tú!»<br />

Fuentes <strong>de</strong> vida<br />

Sabemos bien que hay dos fuentes <strong>de</strong> gracia divina: <strong>la</strong> oración y los sacramentos. Una<br />

vez recibida <strong>la</strong> gracia santificante por el Bautismo, crece en el alma con <strong>la</strong> oración y los<br />

otros seis sacramentos. Si <strong>la</strong> perdiéramos por el pecado mortal, <strong>la</strong> recuperaríamos por<br />

medio <strong>de</strong> <strong>la</strong> oración (que nos dispone al perdón) y el sacramento <strong>de</strong> <strong>la</strong> Penitencia.<br />

La oración se <strong>de</strong>fine como «una elevación <strong>de</strong> <strong>la</strong> mente y el corazón a Dios para adorarle,<br />

darle gracias y pedirle lo que necesitamos». Po<strong>de</strong>mos elevar nuestra mente y corazón<br />

mediante el uso <strong>de</strong> pa<strong>la</strong>bras y <strong>de</strong>cir: «Dios mío, me arrepiento <strong>de</strong> mis pecados», o «Dios<br />

mío, te amo», hab<strong>la</strong>ndo con Dios con toda naturalidad, en nuestras propias pa<strong>la</strong>bras. O<br />

po<strong>de</strong>mos elevarlos utilizando pa<strong>la</strong>bras escritas por otro, poniendo nuestra intención en lo<br />

que <strong>de</strong>cimos.<br />

Estas «fórmu<strong>la</strong>s establecidas» pue<strong>de</strong>n ser oraciones compuestas privadamente (aunque<br />

con aprobación oficial), como <strong>la</strong>s que encontramos en un <strong>de</strong>vocionario o estampa; o<br />

pue<strong>de</strong>n ser litúrgicas, es <strong>de</strong>cir, oraciones oficiales <strong>de</strong> <strong>la</strong> Iglesia, <strong>de</strong>l Cuerpo Místico <strong>de</strong><br />

Cristo. De éstas son <strong>la</strong>s oraciones <strong>de</strong> <strong>la</strong> Misa, <strong>de</strong>l Breviario o <strong>de</strong> varias funciones sagradas.<br />

La mayoría <strong>de</strong> estas oraciones, como los Salmos y los Cánticos, se han tomado <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Biblia, y por ello son pa<strong>la</strong>bras inspiradas por Dios mismo.

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