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Parte 1 El credo - año de la fe

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conocimiento divino <strong>de</strong> <strong>la</strong> agonía que le esperaba arrancaba a su organismo físico angustiado.<br />

Pero más que <strong>la</strong> presciencia <strong>de</strong> su Pasión, <strong>la</strong> angustia que le hacía sudar sangre era<br />

producida por el conocimiento <strong>de</strong> que, para muchos, esa sangre sería <strong>de</strong>rramada en<br />

vano. En Getsemaní se concedió a su naturaleza humana probar y conocer, como sólo<br />

Dios pue<strong>de</strong>, <strong>la</strong> infinita maldad <strong>de</strong>l pecado y todo su tremendo horror.<br />

Judas vino, y los enemigos <strong>de</strong> Jesús lo llevaron a un juicio que iba a ser una bur<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

justicia. La sentencia <strong>de</strong> muerte había sido ya acordada por el Sanedrín, antes incluso <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>c<strong>la</strong>rar unos testigos sobornados y contradictorios. La acusación era bien simple: Jesús<br />

se proc<strong>la</strong>maba Dios, y esto era una b<strong>la</strong>s<strong>fe</strong>mia. Y como <strong>la</strong> b<strong>la</strong>s<strong>fe</strong>mia se castigaba con <strong>la</strong><br />

muerte, a <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong>bía ir. De aquí se le conduciría a Poncio Pi<strong>la</strong>tos, el gobernador<br />

romano, quien <strong>de</strong>bía confirmar <strong>la</strong> sentencia, ya que no se permitía a <strong>la</strong>s naciones<br />

subyugadas dictar una sentencia capital. Sólo Roma podía quitar <strong>la</strong> vida a un hombre.<br />

Cuando Pi<strong>la</strong>tos se opuso a con<strong>de</strong>nar a muerte a Jesús, los je<strong>fe</strong>s judíos amenazaron al<br />

gobernador con crearle dificulta<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>nunciándole a Roma<br />

por incompetente. <strong>El</strong> débil Pi<strong>la</strong>tos sucumbió al chantaje, tras unos vanos esfuerzos por<br />

ap<strong>la</strong>car <strong>la</strong> sed <strong>de</strong> sangre <strong>de</strong>l popu<strong>la</strong>cho, permitiendo que azotaran a Jesús brutalmente y<br />

le coronaran <strong>de</strong> espinas. Meditamos estos acontecimientos al recitar los Misterios<br />

Dolorosos <strong>de</strong>l Rosario, o al hacer el Vía Crucis. También meditamos lo ocurrido al<br />

mediodía siguiente, cuando resonó en el Calvario el golpear <strong>de</strong> martillos, y el torturado<br />

Jesús pendió durante tres horas <strong>de</strong> <strong>la</strong> Cruz, muriendo finalmente para que nosotros<br />

pudiéramos vivir, ese Viernes que l<strong>la</strong>mamos Santo.<br />

Hasta que Jesús murió en <strong>la</strong> Cruz, pagando por los pecados <strong>de</strong> los hombres, ningún alma<br />

podía entrar en el cielo, nadie podía ver a Dios cara a cara. Y, sin embargo, habían<br />

existido con seguridad muchos hombres y mujeres que habían creído en Dios y en su<br />

misericordia y guardado sus leyes. Como estas almas no habían merecido el infierno,<br />

existían (hasta <strong>la</strong> Crucifixión) en un estado <strong>de</strong> <strong>fe</strong>licidad puramente natural, sin visión<br />

directa <strong>de</strong> Dios. Eran muy <strong>fe</strong>lices, pero con <strong>la</strong> <strong>fe</strong>licidad que nosotros podríamos alcanzar<br />

en <strong>la</strong> tierra si todo nos fuera per<strong>fe</strong>ctamente.<br />

<strong>El</strong> estado <strong>de</strong> <strong>fe</strong>licidad natural en que esas almas aguardaban <strong>la</strong> completa reve<strong>la</strong>ción <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

gloria divina se l<strong>la</strong>ma limbo. A estas almas se apareció Jesús mientras su cuerpo yacía en<br />

<strong>la</strong> tumba, para anunciarles <strong>la</strong> buena nueva <strong>de</strong> su re<strong>de</strong>nción, para, podríamos <strong>de</strong>cir,<br />

acompañarles y presentarles personalmente a Dios Padre como sus primicias.<br />

A esto nos re<strong>fe</strong>rimos cuando en el Credo recitamos que Jesús «<strong>de</strong>scendió a los<br />

infiernos». Hoy día <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra «infierno» se usa exclusivamente para <strong>de</strong>signar el lugar <strong>de</strong><br />

los con<strong>de</strong>nados, <strong>de</strong> aquellos que han perdido a Dios por toda <strong>la</strong> eternidad. Pero,<br />

antiguamente, <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra «infierno» traducía el vocablo <strong>la</strong>tino in<strong>fe</strong>rus, que significa<br />

«regiones in<strong>fe</strong>riores» o, simplemente, «el lugar <strong>de</strong> los muertos».<br />

Como <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong> Jesús fue real, fue su alma <strong>la</strong> que apareció en el limbo; su cuerpo<br />

inerte, <strong>de</strong>l que el alma se había separado, yacía en el sepulcro. Durante todo este tiempo,<br />

sin embargo, su Persona divina permanecía unida tanto al alma como al cuerpo,<br />

dispuesta a reunirlos <strong>de</strong> nuevo al tercer día.<br />

Según había prometido, Jesús resucitó <strong>de</strong> entre los muertos al tercer día. Había<br />

prometido también que volvería a <strong>la</strong> vida por su propio po<strong>de</strong>r, y no por el <strong>de</strong> otro. Con este<br />

mi<strong>la</strong>gro daría <strong>la</strong> prueba indiscutible y concluyente <strong>de</strong> que, según afirmaba, era Dios.<br />

<strong>El</strong> re<strong>la</strong>to <strong>de</strong> <strong>la</strong> Resurrección, acontecimiento que celebramos el Domingo <strong>de</strong> Resurrección,<br />

nos es <strong>de</strong>masiado conocido para tener que-repetirlo aquí. La ciega obstinación <strong>de</strong> los<br />

je<strong>fe</strong>s judíos pensaba <strong>de</strong>rrotar los p<strong>la</strong>nes <strong>de</strong> Dios colocando una guardia junto al sepulcro,<br />

manteniendo así el cuerpo <strong>de</strong> Jesús encerrado y seguro. Pero conocemos el estupor <strong>de</strong><br />

los guardas esa madrugada y el rodar <strong>de</strong> <strong>la</strong> piedra que guardaba <strong>la</strong> entrada <strong>de</strong>l sepulcro<br />

cuando Jesús salió.

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