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Parte 1 El credo - año de la fe

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Y este punto merece ser repetido: por naturaleza nosotros, seres humanos, no tenemos<br />

<strong>de</strong>recho a <strong>la</strong> visión directa <strong>de</strong> Dios que constituye <strong>la</strong> <strong>fe</strong>licidad esencial <strong>de</strong>l cielo. Ni<br />

siquiera Adán y Eva, antes <strong>de</strong> su caída, tenían <strong>de</strong>recho alguno a <strong>la</strong> gloria. De hecho, el<br />

alma humana, en lo que podríamos l<strong>la</strong>mar estado puramente natural, carece <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

ver a Dios; sencil<strong>la</strong>mente no tiene capacidad para una unión íntima y personal con Dios.<br />

Pero Dios no <strong>de</strong>jó al hombre en su estado puramente natural. Cuando creó a Adán le dotó<br />

<strong>de</strong> todo lo que es propio <strong>de</strong> un ser humano. Pero fue más allá, y Dios dio también al alma<br />

<strong>de</strong> Adán cierta cualidad o po<strong>de</strong>r que le permitía vivir en íntima (aunque invisible) unión<br />

con <strong>El</strong> en esta vida. Esta especial cualidad <strong>de</strong>l alma -este po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> unión e<br />

intercomunicación con Dios- está por encima <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>res naturales <strong>de</strong>l alma, y por<br />

esta razón l<strong>la</strong>mamos a <strong>la</strong> gracia una cualidad sobrenatural <strong>de</strong>l alma, un don sobrenatural.<br />

<strong>El</strong> modo que tuvo Dios <strong>de</strong> impartir esta cualidad o po<strong>de</strong>r especial al alma <strong>de</strong> Adán fue por<br />

su propia inhabitación. De una manera maravillosa, que será para nosotros un misterio<br />

hasta el Día <strong>de</strong>l Juicio, Dios «tomó resi<strong>de</strong>ncia» en el alma <strong>de</strong> Adán. E, igual que el sol<br />

imparte luz y calor a <strong>la</strong> atmós<strong>fe</strong>ra que le ro<strong>de</strong>a, Dios impartía al alma <strong>de</strong> Adán esta<br />

cualidad sobrenatural que es nada menos que <strong>la</strong> participación, hasta cierto punto, <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

propia vida divina. La luz so<strong>la</strong>r no es el sol, pero es resultado <strong>de</strong> su presencia. La cualidad<br />

sobrenatural <strong>de</strong> que hab<strong>la</strong>mos es distinta <strong>de</strong> Dios, pero fluye <strong>de</strong> <strong>El</strong> y es resultado <strong>de</strong> su<br />

presencia en el alma.<br />

Esta cualidad sobrenatural <strong>de</strong>l alma produce otro e<strong>fe</strong>cto. No sólo nos capacita para tener<br />

una unión y comunicación íntima con Dios en esta vida, sino que también prepara al alma<br />

para otro don que Dios le añadirá tras <strong>la</strong> muerte: el don <strong>de</strong> <strong>la</strong> visión sobrenatural, el po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> ver a Dios cara a cara, tal como es realmente.<br />

<strong>El</strong> lector habrá ya reconocido en esta «cualidad sobrenatural <strong>de</strong>l alma», <strong>de</strong> <strong>la</strong> que vengo<br />

hab<strong>la</strong>ndo, al don <strong>de</strong> Dios que los teólogos l<strong>la</strong>man «gracia santificante». La he <strong>de</strong>scrito<br />

antes <strong>de</strong> nombrar<strong>la</strong> con <strong>la</strong> esperanza <strong>de</strong> que el nombre tuviera más plena significación<br />

cuando llegáramos a él. Y el don añadido <strong>de</strong> <strong>la</strong> visión sobrenatural <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte<br />

es el que los teólogos l<strong>la</strong>man en <strong>la</strong>tín lumen gloriae, o sea «luz <strong>de</strong> gloria». La gracia<br />

santificante es <strong>la</strong> preparación necesaria, un prerrequisito <strong>de</strong> esta luz <strong>de</strong> gloria. Igual que<br />

una lámpara eléctrica resulta inútil sin un punto al que enchufar<strong>la</strong>, <strong>la</strong> luz <strong>de</strong> gloria no<br />

podría aplicarse al alma que no poseyera <strong>la</strong> gracia santificante.<br />

Mencioné antes <strong>la</strong> gracia santificante en re<strong>la</strong>ción con Adán. Dios, en el acto mismo <strong>de</strong><br />

crearle, lo puso por encima <strong>de</strong>l simple nivel natural, lo elevó a un <strong>de</strong>stino sobrenatural al<br />

con<strong>fe</strong>rirle <strong>la</strong> gracia santificante. Adán, por el pecado original, perdió esta gracia para sí y<br />

para nosotros. Jesucristo, por su muerte en <strong>la</strong> cruz, salvó el abismo que separaba al<br />

hombre <strong>de</strong> Dios. <strong>El</strong> <strong>de</strong>stino sobrenatural <strong>de</strong>l hombre se ha restaurado. La gracia<br />

santificante se imparte a cada hombre individualmente en el sacramento <strong>de</strong>l Bautismo.<br />

Al bautizarnos recibimos <strong>la</strong> gracia santificante por vez primera. Dios (el Espíritu Santo por<br />

«apropiación») toma morada en nosotros. Con su presencia imparte al alma esa cualidad<br />

sobrenatural que hace que Dios -<strong>de</strong> una manera gran<strong>de</strong> y misteriosa- se vea en nosotros<br />

y, en consecuencia, nos ame. Y puesto que esta gracia santificante nos ha sido ganada<br />

por Jesucristo, por el<strong>la</strong> estamos unidos a <strong>El</strong>, <strong>la</strong> compartimos con Cristo -y Dios, en<br />

consecuencia, nos ve como a su Hijo- y cada uno <strong>de</strong> nosotros se hace hijo <strong>de</strong> Dios.<br />

A veces, <strong>la</strong> gracia santificante es l<strong>la</strong>mada gracia habitual porque su finalidad es ser <strong>la</strong><br />

condición habitual, permanente, <strong>de</strong>l alma. Una vez unidos a Dios por el Bautismo, se<br />

<strong>de</strong>bería conservar siempre esa unión, invisible aquí, visible en <strong>la</strong> gloria.

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