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Parte 1 El credo - año de la fe

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seis y siete <strong>de</strong>l Evangelio <strong>de</strong> San Mateo, y contiene una verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>sti<strong>la</strong>ción <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />

enseñanzas <strong>de</strong>l Salvador.<br />

Pero volvamos a <strong>la</strong>s bienaventuranzas. Su nombre se <strong>de</strong>riva <strong>de</strong> <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra <strong>la</strong>tina<br />

«beatus», que significa bienaventurado, <strong>fe</strong>liz, y que es <strong>la</strong> que introduce cada<br />

bienaventuranza. « Bienaventurados los pobres <strong>de</strong> espíritu», Cristo nos dice, «porque <strong>de</strong><br />

ellos es el reino <strong>de</strong> los cielos». Esta bienaventuranza, primera <strong>de</strong> <strong>la</strong>s ocho, nos recuerda<br />

que el cielo es para los humil<strong>de</strong>s. Los pobres <strong>de</strong> espíritu son aquellos que nunca olvidan<br />

que todo lo que son y poseen les viene <strong>de</strong> Dios. Ya sean talentos, salud, bienes o un hijo<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> carne, nada, absolutamente nada, lo tienen como propio. Por esa pobreza <strong>de</strong><br />

espíritu, por esta voluntariedad <strong>de</strong> entregar a Dios cualquiera <strong>de</strong> sus dones que <strong>El</strong> <strong>de</strong>cida<br />

llevarse, <strong>la</strong> misma adversidad si viene, c<strong>la</strong>man a Dios y alcanzan su gracia y su mérito. Es<br />

una prenda <strong>de</strong> que Dios, a quien valoran por encima <strong>de</strong> todas <strong>la</strong>s cosas, será su<br />

recompensa perenne. Dicen con Job: «<strong>El</strong> Señor dio, el Señor ha quitado, ¡bendito sea el<br />

nombre <strong>de</strong>l Señor!» (1,21).<br />

Jesús recalca esta enseñanza repitiendo <strong>la</strong> misma consi<strong>de</strong>ración en <strong>la</strong>s bienaventuranzas<br />

segunda y tercera. «Bienaventurados los mansos», dice, «porque poseerán <strong>la</strong> tierra». La<br />

tierra a que Jesús se refiere es, por supuesto, una sencil<strong>la</strong> imagen poética para <strong>de</strong>signar<br />

el cielo. Y esto es así en todas <strong>la</strong>s bienaventuranzas: en cada una <strong>de</strong> el<strong>la</strong>s se promete el<br />

cielo bajo un lenguaje figurativo. «Los mansos» <strong>de</strong> que hab<strong>la</strong> Jesús en <strong>la</strong> segunda<br />

bienaventuranza no son los caracteres pusilánimes, sin nervio ni sangre, que el mundo<br />

<strong>de</strong>signa con esa pa<strong>la</strong>bra. Los verda<strong>de</strong>ros mansos no son caracteres débiles <strong>de</strong> ningún<br />

modo. Hace falta gran fortaleza interior para aceptar <strong>de</strong>cepciones, reveses, incluso<br />

<strong>de</strong>sastres, y mantener en todo momento <strong>la</strong> mirada fija en Dios y <strong>la</strong> esperanza incólume.<br />

«Bienaventurados los que lloran», continúa Jesús en <strong>la</strong> tercera bienaventuranza, «porque<br />

ellos serán conso<strong>la</strong>dos». De nuevo, como en <strong>la</strong>s dos bienaventuranzas anteriores, nos<br />

impresiona <strong>la</strong> infinita compasión <strong>de</strong> Jesús hacia los pobres, infortunados, afligidos y<br />

atribu<strong>la</strong>dos. Los que saben ver en el dolor <strong>la</strong> justa suerte <strong>de</strong> <strong>la</strong> humanidad pecadora, y<br />

saben aceptarlo sin rebeliones ni quejas, unidos a <strong>la</strong> misma cruz <strong>de</strong> Cristo, encuentran<br />

predilección en <strong>la</strong> mente y el corazón <strong>de</strong> Jesús. Son los que dicen con San Pablo, «Tengo<br />

por cierto que los pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong>l tiempo presente no son nada en comparación con <strong>la</strong><br />

gloria que ha <strong>de</strong> mani<strong>fe</strong>starse en nosotros» (Rom 8,18).<br />

Pero, por muy bueno que sea llevar nuestras cargas animosos y esperanzados, no lo es<br />

aceptar indi<strong>fe</strong>rentemente <strong>la</strong>s injusticias que se hacen a otros. Por muy generosamente<br />

que sepamos entregar a Dios nuestra <strong>fe</strong>licidad terrena, estamos obligados, por paradoja<br />

divina, a procurar <strong>la</strong> <strong>fe</strong>licidad <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. La injusticia no sólo <strong>de</strong>struye <strong>la</strong> <strong>fe</strong>licidad<br />

temporal <strong>de</strong>l que <strong>la</strong> sufre; también pone en peligro su <strong>fe</strong>licidad eterna. Y esto es tan<br />

verdad si se trata <strong>de</strong> una injusticia económica que oprime al pobre (el emigrante sin<br />

recursos, el bracero, el chabolista son ejemplos que vienen fácilmente a <strong>la</strong> mente), como<br />

<strong>de</strong> una injusticia racial que <strong>de</strong>grada a nuestro prójimo (¿qué opinas tú <strong>de</strong> los negros y <strong>la</strong><br />

segregación?), o <strong>de</strong> una injusticia moral que ahoga <strong>la</strong> acción <strong>de</strong> <strong>la</strong> gracia (¿ te perturba<br />

ver ciertas publicaciones en <strong>la</strong> librería <strong>de</strong>l amigo?). Debemos tener celo por <strong>la</strong> justicia,<br />

tanto si es <strong>la</strong> justicia en el trato con los <strong>de</strong>más, como en <strong>la</strong> más elevada <strong>de</strong>l trato con Dios,<br />

tanto nuestro como <strong>de</strong> los otros. He aquí algunas implicaciones <strong>de</strong> <strong>la</strong> cuarta<br />

bienaventuranza: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed <strong>de</strong> justicia porque ellos<br />

serán hartos» con una satisfacción que encontrarán en el cielo, nunca aquí en <strong>la</strong> tierra.<br />

« Bienaventurados los misericordiosos», continúa Cristo, «porque alcanzarán<br />

misericordia». ¡Es tan difícil perdonar a quienes nos o<strong>fe</strong>n<strong>de</strong>n, tan duro conllevar<br />

pacientemente al débil, ignorante y antipático! Pero aquí está <strong>la</strong> esencia misma <strong>de</strong>l espíritu<br />

cristiano. No podrá haber perdón para el que no perdona.<br />

«Bienaventurados los limpios <strong>de</strong> corazón, porque ellos verán a Dios». La sexta<br />

bienaventuranza no se refiere principalmente a <strong>la</strong> castidad, como muchos piensan, sino al

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