Libro conmemorativo - Fundación Abbott
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Ella abre parsimoniosa las ajadas hojas de la ventana y respira con inhalaciones<br />
medidas un poco de aire frío, en parte le reconforta sentir la gélida sensación<br />
en los pulmones cálidos. Desde el altonazo de su casa rural observa en perspectiva<br />
los tejados desconchados, el Mercado de Abastos que comienza su<br />
actividad sin prisas, el Parque con sus dos patos sobrealimentados en el estanque,<br />
tan quietos que parecen de porcelana, la taberna del Anselmo abandonada<br />
hace un año y oscura como boca de lobo, el horno de Joaquín, que<br />
tiene una hija de diecinueve años de ojos lapislázuli, tan hermosa, tan extraterrestre,<br />
que quieren llevársela los de la capital a una cadena de televisión para<br />
que retransmita las noticias deportivas y hacerle competencia a la Carbonero<br />
y, también, cómo no, la torre gótica de la Iglesia de Nuestra Señora del Gran<br />
Poder, del siglo xiii, agujereando el cielo mientras un cumulonimbo de tono<br />
bronceado que desciende amenaza encajarse hasta las mismísimas campanas.<br />
Si al menos estuviera Martín… se acodarían juntos en el alféizar y suspirarían<br />
serenamente debatiendo sobre la importancia de la paz en las calles y en los<br />
pueblos y en las montañas y… en las almas de ellos mismos, o cabalgarían en<br />
silencio con las riendas flácidas, abandonados de preocupaciones, bebiéndose<br />
una parte de la brisa que se les viniera a la cara. Cuánto lo echa de menos,<br />
es así; negarlo tendría atisbos de injusticia o de indolencia. Era a ella a quien<br />
le habían diagnosticado la enfermedad sin esperanza, era a… ella. Cuando lo<br />
hicieron, Martín adquirió el papel de Optimista mientras su esposa se envolvía<br />
con dos caparazones de lozadura, primero el de la culpa, segundo el de la autocompasión.<br />
Entonces vivían en medio de la ciudad, y ella podría echarle la culpa<br />
a la contaminación, a la alimentación, a los hábitos de vida, a los genes…, a<br />
la madre que los parió a todos y a cada uno. Pero de qué serviría mirar al pasado<br />
con ojos de victima o de gacela, de qué serviría lamentarse o acurrucarse en<br />
un rincón del universo, de qué serviría vivir sin sueños… Al principio Martín se<br />
armó de comprensión. Durante un tiempo le regaló todos los días al llegar del<br />
trabajo flores frescas, flores que ella abandonaba en un jarrón sin agua hasta<br />
que se marchitaban, de un día para otro: estaba claro que mustio era su ánimo,<br />
el deseo de otro paso, por pequeño que fuera. El intento de Martín de hacerla<br />
sonreír chocaba contra un muro de desesperanza y aborrecimiento de la<br />
vida: una tarde Martín, a pesar de sus cincuenta años y de su temor al ridículo,<br />
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