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Libro conmemorativo - Fundación Abbott

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chando sus susurros y sus desvaríos locos, a la espera de que las explosiones<br />

y los temblores cesaran. De que su mamá dejara de recitar las alabanzas que<br />

se ruegan solo cuando acecha lo desconocido. Ella rezaba con las velas apagadas<br />

y las cortinas cerradas, como si la oscuridad fuera un manto de protección<br />

extendido por Dios en el que, ciegamente, confiaba.<br />

Después de dos días de calma e insistencia, Claudio había conseguido traspasar<br />

el umbral de su hogar. Hacía semanas que en la calle no se escuchaban risas. La<br />

gente caminaba rápido, en silencio; él era el único que se atrevía a romperlo.<br />

–¿Dónde estáis? ¡Os encontraré!–. Los adultos le dedicaron miradas lánguidas<br />

y sonrisas torcidas, mientras comentaban que solo los niños podían disfrutar<br />

de la vida en medio de la agonía.<br />

Claudio recorrió los rincones acostumbrados. Era casi un ritual. A veces Julián<br />

se introducía en los cubos de basura a riesgo de apestar. No le importaba con<br />

tal de ganar. Por su parte, Catalina, aprovechándose de su escasa estatura y<br />

su cuerpo esmirriado, se camuflaba entre la gente y objetos cotidianos.<br />

El familiar trote de sus zapatos agujereados contra la gravilla le hizo sonreír<br />

con ironía. Era extraño percatarse de que el dolor de sus pies no era importante.<br />

Aún estaba observando sus roídas suelas cuando un sonido profundo<br />

paralizó su pecho.<br />

No le dio tiempo a alzar la vista al cielo. Pero aun así el niño se percató. ¡Cómo<br />

no hacerlo! Algo se atrevía a cortar el viento… Y extrañamente, por mero reflejo,<br />

el aire se heló en su garganta. A su alrededor todos enmudecieron. Por<br />

frío instinto se sumieron en aquella afonía, aquel silencio que muchos reconocían…<br />

el preludio a la masacre.<br />

El estrellar de las bombas al final de la calle hizo temblar el firmamento.<br />

A Claudio sus piernas le fallaron y cayó al suelo polvoriento.<br />

Oyó sollozos, gritos desgarrados, un silbido incesante. No veía. El polvo y el<br />

humo habían empañado sus pupilas. Sus ropas se evaporaron hasta convertirse<br />

en harapos.<br />

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